miércoles 3  de  diciembre 2025
OPINIÓN

El naufragio silencioso de Intel: no se hunde, se oxida

Un análisis preciso para contar las cosas como son

Por Mookie Tenembaum

Intel fue sinónimo de potencia tecnológica durante décadas, sin embargo, se convirtió en el símbolo más visible de una era a la que no supo adaptarse a tiempo. La reciente salida de su máximo responsable de inteligencia artificial (IA) hacia una compañía de vanguardia no es un episodio aislado, sino la consecuencia natural de una larga cadena de decisiones que dejaron a la empresa atrapada en su propio pasado.

Intel fue el corazón de la revolución informática cuando sus microprocesadores movían las computadoras personales, los servidores y buena parte de Internet. Pero el mundo cambió y las nuevas formas de procesamiento necesarias para la IA exigen arquitecturas que dividan el trabajo entre miles de núcleos, en lugar de un único chip central que lo haga todo. Nvidia y otras compañías entendieron eso y adaptaron sus productos. Intel siguió apostando a su vieja fórmula, confiando en su nombre y su infraestructura, como si el prestigio fuera una ventaja técnica. El resultado fue un atraso estructural que ningún cambio de ejecutivo puede revertir.

En este contexto, la fuga de talentos es una migración natural de quienes quieren trabajar en proyectos con sentido. Los ingenieros que se van no abandonan un barco hundido, dejan un puerto que se volvió decorativo. Las grandes mentes de la IA buscan entornos donde sus ideas se transformen en realidades concretas, no en presentaciones de PowerPoint. Y esas condiciones ya no están dentro de Intel.

A esto se suma un componente político que pocos mencionan. La entrada del gobierno de Estados Unidos como accionista directo, con un 10% de participación, transforma a Intel en una especie de brazo industrial del Estado. El objetivo no es competir, sino resistir y mantener viva la producción nacional de chips frente al dominio asiático. Las inversiones de gigantes como Nvidia y SoftBank, presentadas como señales de confianza, funcionan más bien como un salvataje encubierto, una forma de estabilizar una empresa estratégica para la seguridad tecnológica de Occidente. Es dinero que no busca ganancia inmediata, sino control geopolítico.

Mientras tanto, el mercado interpreta estas maniobras como señales de recuperación, y las acciones suben. Pero no se trata de un renacimiento industrial, sino de un reflejo financiero. Intel está viva porque el Estado y los fondos la necesitan viva. Los ingenieros que se marchan lo entienden, y escapan del estancamiento.

Detrás de las cifras, lo que ocurre en Intel revela un cambio profundo en el poder tecnológico global. Las compañías que antes fabricaban los semiconductores ya no son las que definen el rumbo. Hoy mandan quienes controlan la infraestructura de cálculo, las plataformas de datos y los modelos de IA. El valor se desplazó del silicio a la organización del conocimiento. Intel intenta ponerse al día, pero lo hace con una estructura pesada, con plantas industriales multimillonarias y una cultura que todavía cree que fabricar es lo mismo que liderar.

En realidad, los que se van no son desertores, son exploradores. Los que se quedan, probablemente, ya no luchan por innovar, sino por sobrevivir dentro de una empresa que todavía fabrica el pasado. La historia de Intel es la de sostener la ilusión de control en un mundo donde el poder ya se trasladó a otro lugar.

Las cosas como son

Mookie Tenembaum aborda temas de tecnología como este todas las semanas junto a Claudio Zuchovicki en su podcast La Inteligencia Artificial, Perspectivas Financieras, disponible en Spotify, Apple, YouTube y todas las plataformas

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