La vida y la libertad preceden al Estado mismo como derechos naturales del hombre, por lo que ‘el alivio’ de su espíritu y su conciencia lo ordena el amor, que es esperanza y convivencia. Lo contrario es el autoritarismo, la arbitrariedad, el egoísmo y el odio: la libido dominandi, la ciudad de satanás [la que adora los ídolos].
La búsqueda de la verdad es la misión esencial de la justicia; justicia que es libertad; libertad que es gozo, alegría que es amor y amor que es felicidad.
Una sociedad feliz concibe el respeto del otro y de Dios como un valor superior. A partir de esa virtud, la vida y la libertad son valores superiores al Estado y cualquier intento de regular o condicionar esos derechos inalienables y precedentes, debe nacer de un profundo consenso comunitario y una sensible comprensión de la igualdad humana, no como causa, sino como consecuencia del buen entendimiento de la justicia, la verdad, la paz y el orden social.
I.-La líbido dominandi: la raíz de toda tiranía.
San Agustín ofrece un marco filosófico y teológico excepcional para pensar la restauración del tejido social cuando este ha sido destruido por el miedo, el resentimiento y la lógica del dominio. Su visión de la paz, el amor ordenado y la Ciudad de Dios puede leerse como un camino para la reconstrucción civil y moral de un pueblo que ha vivido bajo la opresión, la arbitrariedad y la desintegración comunitaria.
Desintegración social que sólo logra ser cimentada y reconstruida sobre la base de la empatía, el respeto y la dignidad.
La libido dominandi según Agustín es el deseo desordenado de dominar a otros como el motor de los imperios injustos y de toda estructura política corrupta. Es el impulso que: i.-Destruye la igualdad; ii.-Sustituye la justicia por la arbitrariedad; iii.-Convierte al otro en un medio, no en un fin; iv.-Fractura la comunidad, produciendo miedo y servidumbre.
La dictadura moderna, especialmente en su expresión totalitaria [Dixit Hannah Arendt], se comprende plenamente desde esa categoría dominante: un proyecto político que se legitima a través del control, la coacción y la manipulación emocional. La líbido dominandi no sólo infecta a los gobernantes; también penetra la vida cotidiana, generando desconfianza social, resentimiento entre grupos, rivalidad y violencia simbólica, es decir, la anomia moral o pérdida colectiva del sentido del bien.
Entonces el gran desafío es derrotar la anomia recuperando la confianza grupal y la moral colectiva. Es vencer el miedo al estado y a la autoridad convertido en un mando atroz, por restituir[lo] como una comunidad de ciudadanos; celeste, esperanzada, decente, que obedece sus normas por la creación de un orden justo, garante y libre. Una sociedad dominada por el miedo no puede constituirse como comunidad.
II.-La Paz agustiniana: “tranquilitas ordinis”.
La Paz no es la ausencia de conflicto, sino la tranquilidad del orden justo. Ese orden requiere: reconocimiento mutuo de la dignidad, armonía entre derechos y deberes, gobierno orientado al bien común, virtudes cívicas compartidas, no desde un decreto sino desde un ambiente de convicción ciudadana, genuino y originario. Sin justicia, no hay paz; sin verdad no hay justicia, sin justicia no hay confianza; sin confianza grupal mueren las comunidades vivas; y sin comunidad no hay sentido familiar, no hay sociedad.
La reconstrucción social exige restablecer un orden moral antes que el institucional: el fin de la mentira, el fin de la manipulación, el fin del miedo como instrumento de la política. Vamos llegando a l'état de la cuestión. La justicia como instrumento de paz, no es retaliativa.Tampoco el imperio de la Ley.
La lógica de la restauración ciudadana y comunitaria, pasa por la pedagogía del alma, la paz con nosotros mismos; una reflexión profunda sobre nuestros aciertos y nuestros errores, una aceptación humilde de nuestras carencias y en consecuencia-anticipamos-el buen entendimiento de la justicia y del orden social.
III.-El amor como principio político (caritas vs. cupiditas)
Agustín distingue dos fuerzas que configuran las sociedades: a) Cupiditas, el amor desordenado hacia el poder, la riqueza, la dominación, el combustible de la libido dominandi vs. Caritas, el amor que reconoce al otro, que busca el bien común, que integra. Es el fundamento de la comunidad verdadera.
El reencuentro social es posible si se desplaza la cupiditas—la lógica del provecho, la venganza o el reparto de botines—y se reemplaza por una ética pública de caritas: respeto, solidaridad, reconciliación, cooperación entre grupos fragmentados, búsqueda de un futuro compartido.
La caritas no es sentimentalismo; es un principio institucional: gobierna cómo se hacen las leyes, cómo se administra la justicia, cómo se trata al adversario político.
IV.-La Ciudad de Dios y la Ciudad terrena: claves para la Venezuela posible
San Agustín reconoce que la sociedad humana siempre oscila entre dos modelos: La Ciudad Terrena basada en la ambición, el miedo, el dominio, la sospecha; la lógica de la tiranía y de la supervivencia individualizada vs. La Ciudad de Dios.
No es un Estado teocrático; es una forma superior de convivencia, una comunidad fundada en la verdad que es la esencia de la dignidad humana […] En un país devastado moralmente donde el régimen ha promovido la división, el resentimiento social y la destrucción del sentido común, el horizonte de la “Ciudad de Dios” implica: recuperar la ética pública; reconstruir la fraternidad social; reconstituir instituciones imparciales; reemplazar la propaganda por la verdad; restaurar la confianza interpersonal, que es edificar la democracia, ladrillo a ladrillo.
Hablamos de un proyecto de civilización, no sólo de transición política […] Sin duda la restauración de la nueva Venezuela pasa por la reconstrucción de un estado de derecho, independiente y autónomo, por la clásica separación de los poderes y la recuperación de la competencia originaria de las instituciones rectoras de la defensa del estado, su pueblo y nuestra soberanía. Dignidad es seguridad, educación y tecnología. Pero nada de ello es funcionalmente sostenible, si no reconstruimos nuestra identidad nacional.
V. ¿Cómo eliminar la libido dominandi en un proceso de transición?
Lo primero es-decíamos-la restauración de la verdad. La mentira sistemática es la herramienta central de la dominación. La verdad—publicada, compartida, institucionalizada—es el primer paso para liberar una sociedad. Verdad sobre abusos, corrupción, violaciones de derechos humanos, civiles, políticos y económicos; responsabilidades políticas y sociales como condiciones reales de gobernabilidad.
La verdad cura, la mentira destruye. La Justicia de paz restituye. No es impunidad, pero tampoco venganza. Es restaurar el orden moral, sanar la herida y reparar a las víctimas. Justicia orientada a reconciliar sin borrar la memoria. Para Agustín, las sociedades se regeneran desde las virtudes de la humildad, prudencia, templanza, fortaleza.
Una transición verdadera requiere: educación cívica, ética de servicio público, compromiso común con el respeto y el diálogo; construcción de nuevas alianzas internacionales y reintegración del tejido social, reconociendo nuestras carencias y errores grupales; recurriendo al amor para enmendarlas y obedecer.
VI. Relanzamiento del “nosotros”. El regreso a casa
La dictadura destruye el sentido del “nosotros” y lo reemplaza por bloques antagónicos. No podemos hablar de “este país”, sino de nuestro país.
La reconstrucción consiste en restaurar la cooperación entre clases, el reconocimiento entre regiones, la solidaridad entre migrantes y quienes se quedan, entre los que se marcharon -y ahora vuelven-y los que siguieron.
La reunificación emocional entre compatriotas mediante un programa sostenible de sanción y regreso a casa. No es sólo regresar a nuestro país, sino a nuestro hogar como nación. El reencuentro pasa por la recivilización de la sociedad, la recuperación del sentido familiar, la reivindicación de nuestra esencia mestiza, el respeto a un nuevo orden basado en la desmilitarización de la política y la reinstalación de la ley como orden justo, ley que no deniega el espíritu ni la razón del hombre, concebido como sujeto diverso y feliz.
Sin eliminar la lógica de fuerza—la estructura que alimenta la libido dominandi—no puede haber paz sin un retorno radical al civilismo.
VII. Conclusión: la revolución del espíritu
El fin de la libido dominandi es—en esencia—el nacimiento de una democracia madura, una comunidad reconciliada y una Venezuela donde la dignidad sea el centro de la vida pública.
Para San Agustín, la paz no es la simple ausencia de conflicto, sino “tranquilidad en el orden”. Ese orden expresado en la norma sólo existe cuando es legitimado por: i.- La verdad que prevalece sobre la mentira. ii.- La justicia que domina sobre la arbitrariedad. iii.- La autoridad que sirve al bien común y no a sí misma iv.-La dignidad que eleva el derecho a la vida, la alegría y la paz como condición inalienable del ser humano. v.- El amor ordenado como principio rector de una sociedad libre de violencia.
El régimen de Nicolás Maduro exprime una paz aparente, sostenida por miedo, represión y propaganda. Para un pueblo despierto, esta no es paz sino anomia política, una ruptura del orden moral y jurídico. El renacer ciudadano exige recuperar la paz auténtica, aquella que sólo emerge cuando se restituye el orden justo, la ley y el reconocimiento del otro como hombre razonable e inteligente, epicentro de la dignidad humana.
Venezuela está viviendo un proceso de reencuentro cultural y espiritual. A partir de esa experiencia, la removilización social es indetenible y la reintegración identitaria impostergable. Es hora de dar de baja a la instrumentalización de las personas.
Una comunidad sana se funda en el amor, que es cooperación, búsqueda del bien común con desprendimiento y participación de todos en la verdad […] El régimen atomizó a la sociedad; destruyó instituciones, desintegró redes familiares por la migración, sembró desconfianza y dependencias clientelares (bonos, control social). Basta de reparto.
El “despertar del pueblo” consiste en re-tejer el vínculo comunitario, reconstruir la confianza, organizarse en redes locales, ciudadanas, religiosas, sindicales y vecinales que desafíen la fragmentación impuesta por el poder.-
En La Ciudad de Dios, Agustín explica que existen dos amores: 1.-Amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios y del otro que genera tiranías, corrupción, violencia. 2.-Amor de Dios y del prójimo hasta el olvido de sí mismo, que produce comunidades solidarias y justas […] El despertar venezolano—comunitario, cultural, democrático y moral se fundamenta en el amor ordenado: i.-Solidaridad con los más vulnerables; ii.-Resistencia cívica, iii.-Defensa de la dignidad y los DDHH, iv.-Búsqueda de la verdad y la justicia.
El alumbramiento de una nueva Venezuela es poner el bien común por encima del miedo. Una mayoría aplastante decidió reconstruir la democracia sí, pero antes, la Ciudad de Dios. Es redimir la República y el Estado mediante el saneamiento profundo [redimido] de sus ciudadanos. Es volver a la ‘gran aldea’, la de hombres esperanzados, tricolores, alegres, prósperos, confiables, donde prevalece el respeto mutuo y la obediencia natural que garantiza la comprensión, la productividad y la paz.
En definitiva es la superación y muerte de la anomia o del estado-ausente; es el retorno a la “moral colectiva” entendida como un despertar cultural. Un despertar ciudadano que está en movimiento y alumbrará [la república] refundada en la paz identitaria, racionalizada y verdadera como orden justo […]
Sentencia Aurelius Augustinus: [Est la Cité de Dieu]..."Un peuple devenu une multitude de créatures raisonnables qui s’assemblent en s’accordant selon les choses qu’elles aiment”.
Parafraseando al ilustre pensador del neoplatonismo cristiano (siglos IV-V): [Es la ciudad de Dios]... Un pueblo convertido en una multitud de créatures razonables que se ensamblan sobre las cosas que ellos [nosotros] aman [amamos]: !Venezuela!
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