Bajo los auspicios de Societat Civil Catalana (SCC), su Escuela Internacional de Verano realizó este fin de semana un fructífero debate sobre “La democracia constitucional en el siglo XXI”.
Bajo los auspicios de Societat Civil Catalana (SCC), su Escuela Internacional de Verano realizó este fin de semana un fructífero debate sobre “La democracia constitucional en el siglo XXI”.
Más allá de las quejas razonables que suscita la experiencia de la democracia y el Estado de Derecho, el talante de la reunión de Barcelona es cabalmente constructivo. Le interesa explorar, valorar, yendo al fondo, la crisis, los riesgos y oportunidades de las democracias. Y para quienes participamos, venidos desde el otro lado del Atlántico, representando a IDEA (Iniciativa Democrática de España y las Américas), como la expresidenta de Costa Rica, Laura Chinchilla, el expresidente de Bolivia, Jorge Tuto Quiroga, y quien esto escribe, constatamos que, todos a uno, nuestros países sufren de la misma enfermedad global, del fenómeno disolvente de lo político y lo social: el populismo, el nacionalismo, el secesionismo, las hegemonías, los autoritarismos, en suma, del tráfico de las ilusiones ante el desarraigo corriente. La ruptura del lazo de confianza entre el pueblo y los políticos, recíprocamente, es lo protuberante.
Chinchilla destaca lo vertebral: No se trata de un desencanto con la democracia, aquí o allá; es la democracia la que se encuentra desencantada. Por lo que somos conscientes de que no hay solución posible cuando la queja por el dolor que se padece, sobre todo por quienes aspiran a ejercer liderazgos, se dirige a inspirar lástima o identificar culpables.
Lo que ocurre, con sus especificidades, ocurre en distintos ámbitos geográficos. Son indiferentes las categorías de derechas o izquierdas, pues el mal llamado “desencanto democrático” es la consecuencia de dos realidades: (1) El quiebre de los paradigmas geopolíticos del siglo XX y la liquidez de las fronteras de los Estados; que se transforman junto a sus correas de transmisión – como los partidos – en franquicias secuestradas por gendarmes o gestores de nuevo cuño, socialmente inútiles; y (2) el deslave crítico de una ciudadanía que deja de ser tal – por defecto de contenedor político-geográfico y social – y se hace tsunami de voluntades dispersas, reclamantes, nominalmente, de calidad en la democracia.
De modo que, a pesar de que los soldados de trinchera y sus muchas víctimas, quienes sufren a diario los balazos de la refriega política como ninguno otro y a la sazón y con razón urgen de soluciones efectivas, la experiencia de Societat Civil Catalana ilumina caminos. Ella constata, al igual que nosotros, que allí donde se padecen los rigores del citado tráfico de las ilusiones a manos de tarotistas de la política, se incrementan las frustraciones y aceleran las manifestaciones de la violencia y que, al cabo, todas las opciones y medicinas disponibles para revertirlas han sido usadas sin efecto. La “enfermedad endémica” no cede. De modo que, el diagnóstico realizado probablemente está errado. De eso se trata.
Los espacios públicos se reducen aceleradamente y se hacen localidades, cavernas, retículas, que rompen el tejido social y se protegen dentro de cordones sanitarios, mientras se ajusta el diagnóstico y/o aparece la solución medicinal apropiada. Se aíslan de los otros. Reclaman de derechos humanos exclusivos. Desconocen al otro – a los ismos de todo género - y a la otredad, dentro de un ambiente ganado para el tiempo y su velocidad de vértigo, los egoísmos, y el bloqueo digital instantáneo de los incómodos.
Es la realidad global, que de suyo dispersa y empuja en su tránsito, devolviéndonos hacia atrás, a los comportamientos humanos instintivos, mientras no surjan las nuevas categorías constitucionales que satisfagan la reinvención de la experiencia de la democracia, dentro del respeto general por la ley.
La tarea exige la acumulación de luces en medio de las sombras y una suma de saberes. No es la hora de los narcisos, más hechos para la práctica democrática del usa y tire.
Societat Civil Catalana, de frente a lo que le es inherente, sin forzar ni imponer verdades, estimulando, reconociéndole a cada quien su perspectiva, reúne dentro de su seno a miembros plurales y de variada procedencia: militantes políticos, profesionales, universitarios, activistas sociales, simples ex ciudadanos, empeñados en sus diversidades, justamente, en eso: poner de lado la queja. SCC explora y purga, así, sobre las razones de fondo que suscitan la cuestión de Cataluña. Y lo hacen con sentido de responsabilidad. El lema que la anima es “rescatar el sentido común”, sin dejarse tentar por las aventuras o el autismo electoral, sin renunciar a la potencia legitimadora de la movilización popular.
Entiende SCC que el neopopulismo es un fenómeno universal, pero de coyuntura. Es firme, por ende y como lo apunta el expresidente Quiroga, al señalar que la democracia se parece a un barco atado al ancla: el respeto a la dignidad de la persona humana, pudiendo moverse en distintos sentidos sin alejarse.
De allí las preguntas con las que cierro mi diálogo con los expresidentes en la reunión de SCC y me las inspira el fallecido presidente checo Vaclav Havel: ¿Es acaso un sueño querer fundar el Estado en la verdad? ¿Hemos olvidado que los totalitarismos del siglo XX y sus aprendices del siglo XXI sirven a la mentira, simulan la legalidad, organizan el fraude de la legalidad para purificar sus ilegalidades, y al efecto perturban el lenguaje, necesario para la comunicación y el diálogo democráticos?