Democracia no significa apoyar el sistema cuando gana nuestra opción política de preferencia. Es acatar con dignidad la derrota y agradecer la existencia de alternativas, lo contrario es vivir bajo una dictadura.
Democracia no significa apoyar el sistema cuando gana nuestra opción política de preferencia. Es acatar con dignidad la derrota y agradecer la existencia de alternativas, lo contrario es vivir bajo una dictadura.
En tiempos tan convulsos llamemos a todos los medios a ejercer su opinión. Incitemos a la prensa a alejarse de las campañas propagandistas. Instiguemos a los periodistas a informar lejos del fácil mercantilismo del escándalo amarillista y la alarma social cuya algarabía produce discretos dividendos y a la larga nos pasa factura a todos.
La prensa no debe fomentar histeria ideológica, o militancia alguna, porque este comportamiento arrincona peligrosamente a muchas personas en la apatía política.
La prensa debe ser humilde y profesional. Debe asumir que nadie es poseedor de una superioridad moral para ejercer la intolerancia absoluta contra todo lo diferente en nombre de la tolerancia. Los medios deben huir de abanderar una “inclusión” extremadamente sectaria y tribal. No deben, en nombre de la justicia, ajustar a su conveniencia los fieles de la balanza simplemente por ser lo correcto.
Trump no es el mayor de nuestros problemas ni mucho menos. Trump es tan solo un reflejo de la sociedad (por cierto, provista de mecanismos institucionales para garantizar la imposibilidad de una dictadura). Trump es solo una pequeña arista de esta comunidad compleja, plural y diversa.
Sería positivo como prensa pensar que estamos haciendo algo mal cuando “un espía ruso”, desde la tranquilidad de su computadora, puede malear la voluntad política del informado votante estadounidense.
Algo estamos haciendo mal cuando 22 millones de personas abandonan las televisiones de cable y se refugian en los obscuros nichos de los hacedores de noticias caseras que abundan por Internet.
Algo estamos obviando cuando los principales periódicos continúan echando masivamente a sus empleados. Algo se nos está pasando cuando los tiempos de permanencia en nuestras páginas de los lectores que aún nos quedan cada vez son menores.
Es de esperar que si cambiamos información por campañas, transparencia por adoctrinamiento; si hacemos dejación del sagrado derecho que nos otorga la Primera Enmienda, alguien con peores artes ocupará el espacio de informar.
La prensa en su afán de ser militante, se ha encargado de cavar tanto su propia trinchera que ha terminado viviendo en una realidad paralela donde los sucesos discurren a su voluntad. Y cuando aleja la vista de su ombligo, halla frente a su atónito rostro un nuevo inquilino en la Casa Blanca y de fondo los cantos de sirena del senador Sanders envuelto en una bandera de la hoz y el martillo 2.0. ¡Esa es la oferta!
En nombre de la libertad de expresión solo se puede llamar la prensa a ser diversa, a no seguir dogmas. A los periodistas a disentir dentro de las propias compañías, a ser valientes y decir la verdad.
La muerte de la democracia comienza con la unanimidad en los medios de difusión.