La victoria de José Antonio Kast en Chile no fue estrecha ni circunstancial, fue contundente, clara y políticamente demoledora.
Tras años de inseguridad, deterioro institucional, violencia política y experimentación ideológica, la ciudadanía chilena decidió poner un freno inequívoco
La victoria de José Antonio Kast en Chile no fue estrecha ni circunstancial, fue contundente, clara y políticamente demoledora.
Un triunfo aplastante que desmiente el relato de que América Latina está condenada a oscilar eternamente entre el populismo de izquierda y el globalismo ideológico woke desconectado de la realidad de sus pueblos.
Lo ocurrido en Chile es, ante todo, una rebelión del sentido común. Tras años de inseguridad, deterioro institucional, violencia política y experimentación ideológica, la ciudadanía chilena decidió poner un freno inequívoco.
No con ambigüedades ni tibiezas, sino con un mandato fuerte a favor del orden, la estabilidad y la recuperación de la racionalidad en el gobierno.
Este resultado debe interpretarse como el agotamiento del progresismo cultural que, amparado en consignas identitarias y discursos deconstructivos, terminó erosionando la convivencia social y debilitando la autoridad del Estado.
El fracaso del proceso constituyente radical ya había anticipado este giro; la elección de José Antonio Kast lo confirma de manera definitiva.
El respaldo masivo que recibió no expresa nostalgia autoritaria, como intentan caricaturizar sus detractores, sino una demanda ciudadana concreta, seguridad en las calles, respeto a la ley, economía productiva y un Estado que gobierne sin imponer ideologías. Es la afirmación de que la libertad solo es posible cuando existe orden, y que los derechos no sobreviven en el caos.
Este triunfo aplastante tiene un efecto inmediato en América Latina. Demuestra que la hegemonía cultural progresista no es invencible y que, cuando se articula un liderazgo firme, coherente y sin complejos es posible derrotarla democráticamente.
El miedo, la cancelación y el chantaje woke empiezan a perder eficacia frente a electorados cansados de promesas vacías.
Chile envía una señal inequívoca a la región, el sentido común puede ganar, y puede ganar de manera abrumadora.
El desafío ahora será gobernar con inteligencia estratégica, resistir la presión de los poderes ideológicos y transformar el mandato popular en resultados concretos.
Chile habló con fuerza. América Latina toma nota. Y el ciclo de la resignación ideológica comienza a romperse.
