Son tiempos difíciles para los abogados de inmigración en el sur de La Florida, lo que antes podían resolver desde la oficina ahora necesitan caminarlo directamente en los pasillos de las cortes. Nada pueden dar por sentado,
Vivencias que toman forma de relatos y conllevan a la reflexión
Son tiempos difíciles para los abogados de inmigración en el sur de La Florida, lo que antes podían resolver desde la oficina ahora necesitan caminarlo directamente en los pasillos de las cortes. Nada pueden dar por sentado,
En medio de los abrumadores cambios de política migratoria que ha impuesto la actual administración; los expertos legales se han convertido en los personajes de un cuento de José Luis Borges, condenados diariamente a desandar un laberinto infinito y extremadamente enrevesado, ahogados por la incertidumbre de si llegarán a encontrar la salida.
Ya no pueden dar nada por sentado.
Quizás son ideas mías, pero los noto cansados, ojerosos y arrastrando los pies de una sala a la otra, del tribunal a la prisión, del despacho propio a la oficina de alguna congresista a la que no han vuelto a conseguir después que les prometiera ayuda con un caso específico.
“Lo peor es cuando sabes que tienes el caso perdido de antemano y aun así peleas buscando de donde agarrarte”, me comenta uno de los dos abogados con los que coincido mientras nos protegemos bajo el mismo alero de la lluvia impertinente de estas tardes.
Su socio no está de acuerdo y para manifestarlo se sale de la protección del techo a riesgo de empaparse, pero parado frente a nosotros dos para poder increparnos: “na… peor es que ICE se lleve a tu cliente de la puerta del tribunal sin importar que ya hubiéramos presentado la apelación… la familia te mira desesperada y uno que cobró por defenderlo no puede hacer nada”.
Al parecer la situación con estas detenciones en las afuera de los tribunales es tan novedosa que no hay estrategias para contrarrestarlas.
Raíza una de las profesionales con que contamos en la prensa hispana está devastada por la falta de clientes, “¡se han perdido!, antes contrataba hasta doce por semana, ahora es normal que no llegue nadie”.
Para consolarle le digo que no es suya la culpa, que su historia se repite con conocidos que tienen negocios tan distintos como Joel, un instalador de aires acondicionado o Arturo, el dueño de una yarda de autos usados: el de los aires me contó hace unos días que ni el calor de agosto le devolvió la clientela habitual y el vendedor de autos se lamentaba de la ausencia de compradores adolescentes con el inicio del curso escolar, “hay más carros que nunca en la calle, pero no son míos. Los muchachos de siempre, los que llegan a la escuela con 16 años y quieren presumir su primer ‘transportation’ no vinieron esta vez”, me dijo.
Otro de los abogados renombrados de Miami me confiesa que por primera vez han puesto el ego profesional a un lado y están haciendo consultas colectivas para establecer estrategias entre los letrados y saber cómo reaccionar ante cada nuevo escenario que se les presenta, “porque no hay nada peor que verte obligado a contestar la pregunta de un cliente con un No Sé, se supone que vienen a ti porque estás al corriente de todo”.
A Nélida le molesta que no se respete el principio de cosa juzgada y la jurisprudencia que, según me dice, es fuente de ley, “están revisando fallos anteriores, como si no importara que un proceso sea firme y que no aguante apelaciones, eso nunca había pasado, yo llevo veinte años ejerciendo y la decisión de un juez era cosa sagrada, pero ahora no”. Como me ve descolocado aclara, “antes bastaba con que le dijeras al juez que ya había una sentencia sobre un caso similar para que suspendiera el juicio y repitiera la sentencia de la primera vez, eso es jurisprudencia, pero ahora se hacen los sordos”.
“Y están los vivos”, me cuenta Rolando, “los que han tratado de nadar solos, poniéndose en manos de estafadores o de voluntarios incompetentes y que cuando deciden ir a verte ya tiene la soga al cuello, pero igual te exigen milagros y hasta te critican”.
En medio de esta paleta de colores apagados hay un rostro feliz: al otro lado del espectro esta Laura Jiménez, una abogada joven a quien siempre vemos sonreír, nunca luce atolondrada, aparece en la pantalla varias veces por semanas con explicaciones y resultados que tranquilizan, al menos por unos minutos. Me tomo la libertad de cuestionar su felicidad, ¿habrá encontrado la fórmula para lidiar con el huracán migratorio del momento?, “¡no muchacho!, estoy en mi peor momento, no salgo de una frustración para entrar en otra, trabajo más que nuca a pesar de que hay menos clientes en el estado”.
¿y entonces por qué sonríe?... “soy la esperanza del que tengo en frente, soy también mi compromiso personal por quemar hasta el último cartucho, pero cuando me quedo sola igual el paso mal”. Laura sigue sonriendo mientras me confiesa su verdad.
A mal tiempo buena cara le digo y me responde que no que la buena cara va siempre, sin importar el tiempo o lo lejos que quede la esperanza de momentos mejores.
Le pregunto si no se siente frustrada por todo lo que estudió, “soy la persona más feliz del mundo con mi profesión, y mis resultados se deben a mí, independiente delo que pase en Washington o Tallahassee, no puede justificarte con lo que hacen otros, yo me tiro a fondo”.
Tenemos que interrumpir la conversación porque ya vamos ‘al aire” ahora el que se esfuerza por mantener la compostura soy yo, Laura me ha movido el piso y no quiero que los televidentes lo noten.