
Sería oportuno rescatar el espíritu del 23 de enero con propósito de enmienda y constricción de corazón para reconstruir a Venezuela
Vivo el recuerdo nostálgico de la gesta entorno al 23 de enero de 1958 y sus consecuencias, incluyendo el derrocamiento de la dictadura de Pérez Jimenes, vale la pena repasar aspectos que pudieran ser útiles en la reorientación de las estrategias políticas de la oposición, ante los traspiés de estos últimos 22 años, comenzando por el esfuerzo del liderazgo político de la época, al adoptar e institucionalizar el consenso como modelo de relación política, acordando restringir la beligerancia en pro de la concordia, trayendo como resultado la conformación de movimientos sociales y políticos más dispuestos y proclives a la negociación, respetando las diferencias, y a la avenencia frente a la confrontación estéril. Su ejemplo más representativo fue el Pacto de Punto Fijo y como consecuencia el Avenimiento Obrero Patronal, El pacto estudiantil y el Pacto Gremial, que más allá de un compromiso político, establecieron una «cultura del consenso», que hoy hemos olvidado.
Aunque en la actualidad los actores políticos hablan del "puntofijismo" de manera peyorativa, el Pacto tuvo consecuencias positivas, y funcionó como mecanismo para la estabilización del sistema político venezolano por más de 40 años, esencialmente porque sus actores, despojándose de ambiciones personales e intereses partidistas, mantuvieron el norte fijo en el fortalecimiento de la independencia de los poderes públicos: ejecutivo, legislativo y judicial, así como la defensa, y dentro de la diversidad de pensamiento, de los valores inherentes a los derechos humanos, fundamentales encarnados en libertad, justicia y el bien común, como pedestales indispensable para cimentar una verdadera y duradera república democrática.
Así que más allá del simbolismo del 23 de Enero como fecha histórica, y el Pacto de Punto Fijo como modelo de unidad y gobernanza, ambos hechos están circunscritos a situaciones coyunturales determinantes para el momento, en el cual no solo se instituyó un tipo de gobierno, sino que se trazó un modelo político que ha sido internalizado por la población y transmitido a las siguientes generaciones, mediante un natural proceso de socialización, que inculco la democracia como un valor en el ADN de los venezolanos, amalgamando el ejercicio pleno de la libertad, con la posibilidad real de elegir sus gobernantes; ambos elementos intocables que los ciudadanos atribuyen a la democracia.
Otra Muestra de coherencia, sin desestimar ni minimizar las críticas, fue asumir como política de estado el logro del bienestar común; en consecuencia, se desarrolló una política social expansiva a todos los sectores de la población. La dotación de servicios públicos básicos, aunque no tan eficientes como se desearía, fue una labor emprendida por el nuevo sistema de gobierno. Exponente de los mejores logros de esta estrategia fue el amplio impulso cuantitativo dado a la educación, que permitió reducir los niveles de analfabetismo y benefició la movilidad social para amplias capas de la población venezolana.
El modelo democrático implantado también hizo posible el pluralismo político y a partir de ese momento se da la posibilidad de escoger entre diferentes opciones, los partidos entran en competencia democrática y concurre la posibilidad de que los ciudadanos expresen no solo sus preferencias entre alternativas políticas, sino también que pueden proclamar sus propuestas a través de la formación de partidos políticos.
La «partidocracia» caracterizo el régimen político venezolano a partir de 1958, y los partidos se constituyeron en eje fundamental de una sociedad más politizada, abierta y activa, que funcionó eficientemente durante los años 60 y 70 cuando se consolidaron lealtades partidistas que proveyeron una base sólida de apoyo a los partidos, y al sistema político, a través de la participación masiva y legitimante en elecciones periódicas.
Desafortunadamente, con el crecimiento de las estructuras y lealtades partidistas insurgió el fantasma de la «cultura clientelar» y sus perversos efectos, desprestigiando lideres, partidos e instituciones, y brindando protección a personas incompetentes y deshonestas, cuyas decisiones marginaron los principios de solidaridad, facilitando que las lealtades no se establecieran con instituciones, sino con líderes del partido, brindando condiciones para que prosperara el ego y la corrupción, extendida no solo a la política, sino sobre todas las esferas de la vida nacional.
Sería oportuno rescatar el espíritu del 23 de enero con propósito de enmienda y constricción de corazón para reconstruir a Venezuela. En eso trabaja VenAmérica.
* Nelson Oxford es director de VenAmérica