Desde que Fidel Castro llegó al poder en Cuba, dejó ver una clara inclinación por extender la mal nombrada “revolución” más allá de las fronteras de la isla y, como está documentado, Nicaragua siempre estuvo en su mirilla. De hecho, el fallecido dictador de la isla mayor de las Antillas fue determinante en el ascenso del sandinismo a las instancias de gobierno en ese país centroamericano, y de eso también existen pruebas contundentes.
De tal suerte, la relación de los Castro, en Cuba, y los Ortega, en Nicaragua, tiene unos cimientos que se han mantenido sólidos a través del manido discurso izquierdista que ve en Estados Unidos al enemigo común, “culpable de todos los males”, al que acusan de una supuesta intromisión en los asuntos propios de esos dos países, que muy poco avance social y económico han mostrado al transitar por la delgada línea del socialismo del siglo XXI.
En medio de ese maridaje entre los dos clanes familiares surge el proyecto conocido como Nica Act, de la autoría de los congresistas Ileana Ros-Lehtinen y Albio Sires, que daría las herramientas para frenar las ayudas crediticias al Gobierno de Daniel Ortega y, en términos generales, buscaría el restablecimiento de la democracia en esa nación, en la que el Ejecutivo ejerce el control de los tres poderes básicos.
Como era de esperarse, el régimen cubano ha salido en defensa de su símil nicaragüense en el foro de las Naciones Unidas, condenando la propuesta de ley que está a las puertas de pasar al Senado de los Estados Unidos y señalándola como una nueva presunta injerencia estadounidense que conduciría a un “bloqueo económico” en contra de Nicaragua.
La retórica de la dictadura castrista pretende proyectar una vez más a los Estados Unidos como el imperio que quiere colonizar a Latinoamérica. Pero algunos preclaros representantes de la comunidad nica en este país no han dudado en afirmar que Cuba está mirando la paja en el ojo ajeno, mientras crece su presencia en una Venezuela que es manejada por la inteligencia de la isla.
El Nica Act puede ser un buen instrumento para debilitar al Gobierno de Ortega y sus asociados, y la vía expedita para darle al pueblo la posibilidad de retornar a una democracia que necesita dolientes como los congresistas Ros-Lehtinen y Sires, quienes también han sido férreos defensores de las libertades en su Cuba natal y Venezuela.