El acuerdo reciente en Siria, para unificar a las facciones rebeldes bajo el Ministerio de Defensa del gobierno interino, es un simulacro cuidadosamente diseñado bajo los auspicios de Turquía. Este pacto excluye a diversas comunidades clave, emplea la estrategia islámica de taqiyya, un concepto fundamental en la política de disimulación, y permite ocultar intenciones verdaderas para avanzar objetivos estratégicos. Más allá de su fachada de unidad, se consolida un esquema sectario que garantiza una guerra civil inevitable.
¿Qué es la taqiyya?
La taqiyya es una práctica islámica para ocultar las verdaderas creencias, intenciones o lealtades en contextos de amenaza, o sea como una estrategia para obtener ventajas. Aunque originalmente fue adoptada en contextos de persecución religiosa, especialmente por grupos minoritarios como los chiitas, fue utilizada en el ámbito político y militar para camuflar agendas extremistas. Ejemplos históricos recientes incluyen el comportamiento de los pilotos en el ataque del 11 de septiembre de 2001 (11-S), quienes llevaron una vida aparentemente secular y moderada en Estados Unidos antes de ejecutar los atentados terroristas.
En el contexto sirio, esta estrategia se manifiesta en la presentación de grupos como Hayat Tahrir al-Sham (HTS) como entidades moderadas y dispuestas a colaborar con la comunidad internacional, mientras mantienen su núcleo ideológico islamista y exclusivista. Bajo esta premisa, el acuerdo con otras facciones rebeldes, como el Ejército Nacional Sirio, respaldado por Turquía, actúa como una pantalla para consolidar el poder de estas fuerzas bajo un mando centralizado, sin incluir a actores clave como los kurdos, cristianos, drusos, turkmenos y alawitas. Este vacío estratégico crea un escenario donde las tensiones étnicas y religiosas se perpetúan.
El acuerdo y su carácter excluyente
El pacto formaliza la fusión de grupos árabes e islámicos, pero excluye a las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF), lideradas por kurdos y respaldadas por Estados Unidos, debido a enfrentamientos recientes con facciones apoyadas por Turquía. También deja fuera a las minorías cristianas y turkmenas, quienes enfrentan ataques directos, como el incendio de un árbol de Navidad en al-Suqaylabiyah, un pueblo cristiano, que provocó protestas. Estos actos, aunque condenados oficialmente, son ignorados por las fuerzas dominantes, reforzando la percepción de una agenda sectaria.
Además de los pilotos del 11-S, otro ejemplo notable incluye el caso de Irán, que durante años mantuvo un discurso moderado sobre su programa nuclear mientras avanzaba en el desarrollo de capacidades militares encubiertas. Del mismo modo, HTS se presenta como una fuerza pragmática en Siria, mientras consolida el control mediante alianzas estratégicas y la exclusión de comunidades no suníes.
Implicaciones del acuerdo
La nueva administración proyecta una imagen inclusiva, pero los hechos sobre el terreno revelan lo contrario. Minorías como los cristianos y drusos, que en su momento vieron en el régimen de Assad cierta protección frente al extremismo, ahora se enfrentan a un futuro incierto. Mientras tanto, Turquía utiliza este simulacro de estabilidad para afianzar su influencia en la región, apoyando un sistema que prioriza sus intereses geopolíticos y sectarios.
En definitiva, este acuerdo espurio perpetúa las divisiones existentes y establece un precedente peligroso para futuras negociaciones. Al utilizar la taqiyya como herramienta central, Turquía y sus aliados presentan un frente engañoso, dejando claro que, más allá de la propaganda, la guerra civil en Siria está lejos de terminar.
Las cosas como son.
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