viernes 6  de  diciembre 2024
OPINIÓN

Más allá de la ley: El precio de interrumpir un embarazo en Medio Oriente

Un análisis preciso para contar las cosas como son

Por Mookie Tenembaum

El miedo puede ser un arma poderosa, y pocas situaciones lo demuestran tan crudamente como las historias de mujeres en Irán que se enfrentan a la decisión de interrumpir un embarazo. Hay relatos que parecen repetirse en diferentes ciudades: una joven de 22 años, de Teherán, estudiante universitaria, descubrió que estaba embarazada después de un breve romance con un compañero de clase. Sola y asustada, sabía que sus opciones eran pocas. Había escuchado historias sobre mujeres que viajaban en secreto a otros países para someterse al aborto, pero no tenía el dinero ni el tiempo para hacerlo. Así que recurrió a un médico clandestino.

El médico operaba en una pequeña clínica oculta, bajo la fachada de un consultorio dental. Le pidió una suma exorbitante y le advirtió que, si algo salía mal, nadie la ayudaría. La operación se complicó y la joven terminó en un hospital, donde fue arrestada después de que el personal médico informara su situación a las autoridades. Fue juzgada y condenada a pagar una gran multa que no podía costear. A pesar de que el aborto en Irán está permitido en casos donde la salud de la madre está en riesgo o si el feto presenta deformidades graves, las leyes son tan vagas y restrictivas que dejan a las mujeres en una especie de limbo legal.

En Israel, las mujeres también enfrentan desafíos a pesar de la relativa permisividad de la ley. El aborto es legal bajo ciertas condiciones, como riesgo para la salud de la madre o malformaciones fetales. Pero las mujeres deben pasar por comités de aprobación, compuestos por médicos y un trabajador social, quienes deciden si se puede llevar a cabo el procedimiento.

Un caso resonante fue el de una mujer en Tel Aviv que, tras descubrir una condición fetal severa, fue rechazada por varios comités que argumentaban que esta no era “suficientemente grave”.

Finalmente, con el embarazo avanzado, tuvo que recurrir a una clínica privada, pagando un precio exorbitante para poder realizarse el procedimiento.

En Turquía, la legalidad no siempre garantiza el acceso. La ley permite el aborto hasta la décima semana de gestación, pero encontrar un hospital público que ofrezca el servicio se ha vuelto casi imposible.

El caso de Derya, una joven de Ankara, es ilustrativo. Descubrió su embarazo cuando ya tenía ocho semanas. Al acudir al hospital público donde solía ir, le dijeron que no realizaban abortos “por motivos personales” del personal médico. Le sugirieron probar en otra ciudad. Sin los medios para viajar, acudió a un médico privado que le cobró el equivalente a varios meses de su salario.

“Sentí que era un castigo por mi decisión”, recordó. A pesar de haberlo hecho dentro del marco legal, sintió la estigmatización social y la indiferencia institucional.

Egipto, por su parte, mantiene una prohibición casi total, y las historias de aborto clandestino son comunes.

En uno de los barrios más pobres de El Cairo, Fátima, una madre de tres hijos enfrentó el dilema cuando quedó embarazada por cuarta vez. Con su esposo desempleado, no podían permitirse otro hijo. Un conocido le habló de una farmacia donde se vendían medicamentos que podrían inducir el aborto, pero al tomar las píldoras, comenzó a sangrar profusamente. Aterrada, se dirigió al hospital más cercano, donde el personal la atendió con frialdad. Más tarde, fue interrogada por la policía y obligada a firmar una confesión en la que admitía haber intentado abortar. No fue encarcelada, pero el miedo a que su esposo se enterara la dejó marcada.

Cada país en la región tiene sus propias leyes, sus propias historias, pero un hilo común atraviesa todas estas narrativas: la soledad y el miedo. Miedo a la condena social, miedo a la ley, miedo a la falta de recursos y, sobre todo, miedo a no tener control sobre su propio cuerpo. Las mujeres que deciden interrumpir un embarazo en el Medio Oriente enfrentan un sistema que parece diseñado para castigarlas, empujarlas a la clandestinidad o, en muchos casos, dejarlas sin salida.

Sin importar si la ley lo permite en ciertos casos o lo prohíbe en todos, la realidad es que miles de mujeres continúan abortando. Algunas viajan a otros países, otras buscan ayuda de médicos clandestinos o utilizan métodos caseros peligrosos. Las que pueden pagar acceden a un aborto seguro y las que no, se enfrentan a un mundo de riesgo y a un sistema que las deja a su suerte

Las cosas como son.

Mookie Tenembaum aborda temas internacionales como este todas las semanas junto a Horacio Cabak en su podcast El Observador Internacional, disponible en Spotify, Apple, YouTube y todas las plataformas.

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