martes 23  de  diciembre 2025
OPINIÓN

Navidad: cuando la emoción se vuelve norma social

Las reuniones familiares son un buen ejemplo de este choque emocional. Alrededor de la mesa no solo se comparten platos: se reactivan roles aprendidos

Diario las Américas | Dra VIOLETA GARCÍA
Por Dra VIOLETA GARCÍA

La Navidad suele presentarse como un tiempo de alegría, unión y gratitud. Sin embargo, desde una mirada psicológica —atenta al contexto social en el que vivimos— cabe preguntarse algo incómodo: ¿sentimos lo que sentimos o lo que creemos que deberíamos sentir? ¿Cuánto de lo que ocurre en estas fechas nace de dentro y cuánto responde a expectativas colectivas que asumimos casi sin darnos cuenta?

Diciembre no solo cambia el calendario; cambia el clima emocional. Aumentan los encuentros, las demandas afectivas, los compromisos familiares y sociales. Y con ellos, una presión silenciosa: estar disponibles, mostrar ilusión, responder con entusiasmo. La psicología social lo explica bien: cuando una emoción se convierte en norma, deja de ser espontánea y empieza a generar conflicto interno. Porque no siempre estamos bien. Y no siempre queremos estarlo.

Uno de los grandes mitos navideños es la idea de que estas fechas “sacan lo mejor de nosotros”. En realidad, suelen amplificar lo que ya está. Si hay vínculos sólidos, pueden reforzarse. Si hay tensiones, duelos o cansancio emocional, también se intensifican. La diferencia es que, en Navidad, parece que no hay espacio legítimo para el malestar.

¿Quién quiere ser “el aguafiestas”? ¿Quién se atreve a decir que no tiene ganas?

}Desde la psicología, esto se relaciona con el fenómeno de la disonancia emocional: la distancia entre lo que sentimos y lo que creemos que deberíamos sentir. Sonreímos cuando estamos agotados, asistimos a reuniones que nos pesan, forzamos conversaciones que nos incomodan. No por falta de recursos personales, sino porque el entorno refuerza un mensaje claro: ahora toca estar bien. Y cuando el malestar aparece, muchas personas no lo comparten; lo viven en silencio.

Las reuniones familiares son un buen ejemplo de este choque emocional. Alrededor de la mesa no solo se comparten platos: se reactivan roles aprendidos. El que siempre cuida, el que evita el conflicto, el que carga con la responsabilidad emocional del grupo. Estos papeles no se eligen cada Navidad; se arrastran desde hace años. Y, sin embargo, pocas veces se cuestionan. ¿Por qué seguimos ocupando el mismo lugar? ¿Qué pasaría si, por una vez, no lo hacemos?

Otro elemento clave es la comparación. Las redes sociales han convertido la Navidad en un escaparate emocional: familias sonrientes, mesas perfectas, regalos envueltos con cuidado. Desde la psicología social sabemos que la comparación constante erosiona el bienestar, especialmente cuando se produce en momentos cargados de significado. No nos comparamos solo con otros; nos comparamos con una versión idealizada de cómo “debería ser” nuestra vida. Y casi siempre salimos perdiendo.

También está el cansancio. La Navidad exige energía: social, emocional y mental. Hay que organizar, recordar, comprar, responder mensajes, cumplir tradiciones. Muchas personas llegan a estas fechas ya agotadas por un año intenso, pero la lógica social empuja a “dar un poco más”. El resultado es paradójico: un tiempo pensado para el encuentro que, en ocasiones, se vive desde la sobrecarga. ¿Cuántas veces confundimos compartir con rendir?

Desde un punto de vista psicológico, es importante recordar que no todas las personas viven la Navidad desde el mismo lugar emocional. Hay quien atraviesa un duelo, una ruptura, una migración, una enfermedad o una soledad no elegida. Para ellas, la narrativa de felicidad obligatoria puede resultar especialmente dolorosa. No porque la Navidad sea negativa en sí, sino porque deja poco espacio a la experiencia diversa. Como si solo hubiera una forma válida de vivir estas fechas.

Pero la psicología no se limita a señalar el problema; también invita a revisar alternativas. Una de ellas es recuperar la agencia emocional: preguntarnos qué necesitamos realmente y qué estamos haciendo solo por inercia social. Tal vez no se trata de romper con todo, sino de ajustar. De elegir a qué encuentros ir y a cuáles no. De permitirnos estar presentes sin tener que demostrar nada. De entender que cuidar los vínculos también implica cuidarnos a nosotros.

La Navidad puede ser, si lo permitimos, un espejo. No solo de lo que tenemos, sino de cómo nos relacionamos con nuestras emociones y con los demás. ¿Qué esperamos de estas fechas? ¿Qué esperamos de nosotros mismos? ¿Y qué pasaría si bajáramos un poco el listón? Quizá entonces la Navidad dejaría de ser una prueba de rendimiento

emocional y se convertiría en lo que, en el fondo, muchas personas buscan: un espacio más humano, más real y menos exigente.

Al final, no se trata de vivir una “Navidad perfecta”, sino una Navidad habitable. Una en la que haya lugar para la risa, sí, pero también para el cansancio. Para el encuentro, pero también para el límite. Para la tradición, pero también para el cambio. Porque sentir no debería ser una obligación social, sino una experiencia auténtica. Y eso, paradójicamente, es lo que más une.

Violeta García Psicóloga

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