Desde que Donald Trump asumió sus funciones como presidente de los Estados Unidos ha enfrentado lecciones muy duras sobre el manejo de la gestión gubernamental. Su mayor desafío hasta el momento ha sido seleccionar a las personas adecuadas para formar su equipo en la Casa Blanca. Punto de partida esencial de cualquier jefatura.
Luego de las elecciones, su primera opción fue considerar a aquellos que habían desempeñado un papel crucial para ayudarlo a ganar la máxima magistratura del país. Presidentes anteriores han actuado de la misma manera, recompensando a sus asesores de campaña más confiables con los mejores puestos de la administración.
Sin embargo, tanto Trump como sus promesas han sido muy controversiales desde el principio: declaró la guerra a las viejas estructuras de élite enquistadas en algunas instituciones de poder en Washington, desafió cualquier logro de su antecesor demócrata Barack Obama, desde sus reformas al sistema de salud hasta el acuerdo nuclear firmado con Irán, y estableció un compromiso de favorecer a Estados Unidos primero, lo que ha creado un limbo sobre su papel como líder mundial.
Con todos estos elementos, su presidencia nunca va a ser armónica y discreta sino ruidosa, desafiante y divisiva.
El equipo que eligió para dirigir la Casa Blanca tenía la responsabilidad de promover su programa de acción, pero siete meses después, muchos de sus colaboradores originales, han desaparecido por renuncia o por despido.
Steve Bannon fue el último de los asesores en salir de la Casa Blanca.
Trump ya había perdido a un asesor de Seguridad Nacional, un jefe de Gabinete, un secretario de Prensa y dos directores de Comunicación.
Bannon fue el más polémico de los miembros de un grupo, cuya elección demostró ser desafortunada.
Su nombre es sinónimo de puntos de vista fuertes y muy conservadores. Fue quien estuvo detrás de las promesas de campaña de Trump con “Estados Unidos primero”, eliminar el acuerdo con Irán y de oponerse al envío de más tropas estadounidenses a Afganistán.
Su presencia en la Casa Blanca llevó a frecuentes enfrentamientos con otros integrantes del equipo, que querían persuadir al Presidente para que adoptara políticas más moderadas.
Después del nombramiento del general retirado John Kelly como nuevo jefe de Gabinete, no era difícil imaginar que Bannon no podría sobrevivir como estratega jefe de Trump.
Los dos, el general Kelly y Bannon, son personajes con ideas tan opuestas, sobre el curso que deben tomar las políticas de Gobierno, que no había espacio para ambos en el Salón Oval al mismo tiempo.
Trump no tuvo otra opción y Bannon perdió la batalla contra un general de cuatro estrellas.
Esta movida política traerá un poco de paz y estabilidad a la Casa Blanca, pero es un duro golpe para Trump, quien estaba decidido a hacer las cosas a su manera. En esta ocasión, el poder del establishment de Washington, que siempre ha odiado, lo derrotó.
Es un momento significativo para Trump, pues aunque seguramente seguirá tuiteando sus puntos de vista todos los días, avivando la controversia como marca insigne de su presidencia, ya no contará en la Casa Blanca con muchas de las personalidades iniciales que apoyaban su estilo de liderazgo.
John Kelly, mientras tanto, habiendo liquidado la influencia de Bannon en la Casa Blanca, se está perfilando como la figura clave que pudiera definir el futuro de la presidencia de Trump.