En la última entrega señalé los privilegios que, desde hace siglos, ha disfrutado Cataluña en comparación con otras regiones. ¿Por qué, a pesar de esos beneficios, el nacionalismo catalán aspira a la independencia? Las razones son, fundamentalmente, tres.
A lo largo de cuatro décadas, Cataluña se ha convertido en la región más corrompida de Europa occidental y, actualmente, desde la familia Pujol – definida por el fiscal como una organización para delinquir – a un número más que considerable de políticos, cerca de cuatrocientos cargos del nacionalismo catalán se hallan incursos en procesos por corrupción.
Es una cifra casi doble a la de la socialista Andalucía y casi el triple que la comunidad de Madrid. La amenaza de la independencia es así un instrumento de chantaje para asegurarse la total impunidad.
La segunda razón está en el adoctrinamiento nacionalista. Tras cuarenta años de inculcar el odio a España y de atribuirle todos los males, al menos, dos generaciones han terminado por creerlo. Era cuestión de tiempo que exigieran la independencia.
La tercera razón es, finalmente, la convicción de que incluso sin independencia los privilegios de Cataluña puede incrementarse. Así, la patronal catalana aboga por suprimir el referéndum independentista y, a cambio, conseguir un nuevo estatuto de autonomía que incluiría, entre otros privilegios, un acuerdo impositivo similar al que disfrutan Vascongadas y Navarra y una representación exclusiva en organismos internacionales.
En otras palabras, Cataluña sería independiente de facto y España cubriría todos sus gastos. El niño malcriado decide no abandonar el hogar paterno, pero los padres pagarán todos sus caprichos y no pondrán ningún obstáculo a que haga lo que le venga en gana.
Al fin y a la postre, Cataluña lograría convertir a España en un simple protectorado de sus oligarquías. Resumiendo, pues, hemos llegado a esta situación por una mezcla de corrupción clientelar gigantesca, adoctrinamiento fanático y codicia desmedida.
A todo ello, se une otro factor de enorme peligrosidad que suele pasarse por alto en los análisis. Me refiero a la alianza entre el nacionalismo catalán y los grupos antisistema de extrema izquierda. Históricamente, esa alianza se ha producido en varias ocasiones. Aprovechando la desestabilización propia del nacionalismo catalán, ese enmaridamiento ha tenido lugar en 1917, 1934 y 1936, cuando el nacionalismo catalán, unido a la izquierda, instauró un régimen revolucionario en Cataluña.
Resulta conveniente recordar que durante los dos años y medio de gobierno del nacionalismo en Cataluña (julio de 1936-enero de 1939) se llevaron a cabo muchísimos más fusilamientos de civiles en esta región que los que perpetró Franco en casi cuarenta años de dictadura.
En la actualidad, esa alianza de sangrienta historia ha vuelto a articularse. La organización terrorista ETA ha fletado autobuses para apoyar a los nacionalistas catalanes el 1 de octubre; antifas procedentes de Francia, Italia y Grecia llegarán a Cataluña este fin de semana para apoyar a los nacionalistas catalanes y la CUP, una fuerza nacionalista catalana, ya ha comenzado a constituir comités de defensa de barrio para reprimir a los no-nacionalistas.
Además la comunista Podemos ha decidido apoyar el nacionalismo catalán en la convicción de que puede ser el detonante para un cambio de régimen. La meta – expresada de manera pública – del día después sería la constitución de una Asamblea constituyente al estilo madurista, en Venezuela, que arrastre a España por las delicias de una nueva revolución chavista. Esto es, a fin de cuentas, lo que está pasando en Cataluña.