Pese a que el régimen de Venezuela no está dirigido por un militar, su fuerza armada maneja el verdadero poder, al tener el dominio económico y el poder de la seguridad interna.
Pese a que el régimen de Venezuela no está dirigido por un militar, su fuerza armada maneja el verdadero poder, al tener el dominio económico y el poder de la seguridad interna.
Ante cada violación de la Constitución, ante cada atropello a los derechos civiles y políticos de los venezolanos, ante la decadencia de una dictadura que ha quedado sin sus ropajes democráticos, ante la falta de popularidad, ante el fraude electoral, no ha habido una palabra, un gesto o una acción institucional desde la institución militar que obligue a retroceder al régimen.
Al contrario, la Fuerza Armada Nacional se ha convertido en parte del instrumento represivo utilizado contra el pueblo y ha manifestado a través de sus máximos representantes el apoyo a la dictadura, mientras da la espalda a los ciudadanos que luchan por el rescate de la democracia y por satisfacer necesidades tan básicas como la alimentación y la salud.
No es casualidad que se hable de militares institucionales como una especie en extinción en Venezuela. Siempre que se apela a la FANB como una institución honorable, el silencio cómplice aparece o peor aún, el respaldo cerrado a la dictadura se hace notar. Detrás de ese apoyo está una estrategia muy bien pensada, que pudo prever que en épocas de vacas flacas y de baja popularidad solo el poder de las armas podía mantener un régimen de esta naturaleza.
Pero no es que desde los cuarteles se apoye ideológicamente al régimen, es que los hombres de armas son los encargados de administrar el Estado. Bajo el asesoramiento cubano en un plan diseñado por Hugo Chávez y los Castro, en Venezuela creció una red militar para manejar las áreas clave de la economía y de las regiones. No menos del 70% de la economía está manejada por el sector militar y la alta oficialidad fue separada de la institución para atender las empresas del Estado. Mayores generales, almirantes, generales y coroneles se integraron a las empresas más importantes del país, a las gobernaciones y a los ministerios.
Hoy, una vez minimizada la institucionalidad, lo que queda es resguardar sus negocios (los legales y los que están al margen de la ley), sus áreas de influencia, su cuota de poder. Perder una elección, llamar al respeto de la Constitución, subordinarse al mundo civil, no existe en esa ecuación. Sin votos, sin pueblo, sin instituciones independientes, sin dinero; el verdadero dominio, el que sostiene a la dictadura, es el militar, clásico en cualquier tiranía.