La situación en Venezuela es crítica en lo político, en lo económico y en lo social, aunque todavía hay quienes quieren tapar el sol con un dedo. Decenas de muertos, cientos de detenidos y un sinsabor constante se enmarcan en este potaje que se cuece lentamente en una olla de presión que puede estallar en cualquier momento.
Es por eso que la pregunta que hay que hacerse en este momento es ¿abren las manifestaciones de calle un nuevo espacio para la negociación en Venezuela, a pesar de la reciente experiencia que solo sirvió para dejar un desagradable sabor a fracaso?
Esa es una pregunta difícil de responder, pero ciertamente es hora de que las cosas se equilibren. Lo dijo este fin de semana el papa Francisco, quien llamó al gobierno de Nicolás Maduro y a la sociedad civil venezolana a evitar más violencia.
Para el pontífice es necesario concertar “soluciones negociadas” para superar lo que calificó como una "grave crisis humanitaria". Al parecer, hay que volver a intentarlo, aún a sabiendas de que los objetivos de las partes enfrentadas son distintos.
Por un lado, el chavismo ve el diálogo como una estretagia que le permita ganar tiempo, recuperar espacios y mantenerse en el poder, mientras que la oposición se decantaría por la negociación con el objetivo de allanar el camino para una transición pacífica.
Nuevamente el diálogo y la negociación se convierten en una opción en un país, donde quienes mantienen la lucha de calle se enfrentan, como David a Goliat, con muchísimas desvantajas, aunque ciertamente cargados de coraje y rechazo a una cotidianidad que ya resulta insostenible.
Ahora bien, lograr esta nueva ronda de diálogo, en las que pocos tienen confianza, pasa necesariamente por la compresión de las partes de que ambos tienen que ceder para ganar.
Quizás el resultado de la “resistencia no violenta”, que está usando la oposición para reactivar la protesta ciudadana y recuperar el sistema democrático, tenga como consecuencia precisamente la posibilidad de una negociación que permita determinar la salida del régimen de la forma menos cruenta posible.
Un escenario que pasa por fórmulas concertadas como el otorgamiento de asilos o salvoconductos, o por la conformación de un un gobierno de transición representado por las fuerzas democráticas, las fuerzas armadas y algún representante del chavismo. Esto mientras el oficialismo se mantiene firme en su estrategía de negar la realidad y dividir para ganar, con potes de humo como una Constituyente o la propuesta de eleciones regionales. ¿Será que se puede negociar con el diablo?