domingo 19  de  enero 2025
PERIODISTA Y ESCRITOR SATÍRICO

Otra estúpida columna otoñal

MADRID.-  Miro los árboles, de infinita belleza dorada, y los primeros abrigos largos, esas chicas tan guapas y elegantes, abrigadas en tono marrón, y esos cielos que parece que van a escupir ron añejo

Diario las Américas | ITXU DÍAZ
Por ITXU DÍAZ

MADRID.- @itxudiaz

Desayuno con unos papeles de archivo. Fotos viejas, letras viejas. Recuerdos entre recuerdos. Cercos de café y esquinas dobladas. Un recorte de prensa me despierta y asusta. Al pie, mi nombre. Una columna poética, aislada, y crepuscular. Y han caído casi una veintena de primaveras. Ya estaba entonces cansado de escribir. Era diciembre de 1995. No sé qué he hecho en los últimos veinte años, pero sí sé que no he parado de escribir, tal vez ni un solo día. Es posible que no haya escrito aún mi última columna, pero lo que es seguro es que he escrito demasiadas.

Confieso que no sabía que había empezado a publicar artículos de opinión tan joven. Recuerdo pocas cosas de mis catorce años, salvo el tabaco negro, los discos de Los Secretos, y el pelo largo y ondulado creciendo hacia el cielo como una fuente. También recuerdo que me gustaban las rubias. No como ahora que me gusta el ron y el queso. Y de ellas, la excepción, Claudia Schiffer. Una mujer no puede ser demasiado parecida a su propio dibujo animado. Hoy la Schiffer tiene un aspecto extraordinario, pero entonces parecía un personaje de animación de Disney, una holografía. Yo en cambio ya era un escritor hecho y derecho. Luego me fui estropeando.

En 1995 me preocupaban los otoños. Al menos eso se desprende de mi breve columna de opinión sobre “el árbol de la esquina”. 19 años después veo que me sigue inquietando lo mismo. Las hojas que mudan los árboles. El ciclo de la vida. Apuro el café y cierro capítulo a la nostalgia. Esto no es más que confirmar que, en efecto, desde cada artículo nos dedicamos a comentar hechos cuya liviandad es infinita, con opiniones de insospechable intrascendencia. Con o sin mis veinte años de columnas, los otoños seguirán marchitando las hojas, y las primaveras traerán los brotes verdes, como el sol saldrá por las mañanas y eso condicionará casi todo lo que ocurra en el planeta durante las siguientes 24 horas. Esto no es una falta de educación de la naturaleza hacia el escritor, sino la dulce condena del cronista, que asume al firmar sus palabras que, más pronto que tarde, se las llevará el viento.

Tal vez sólo deberíamos escribir columnas de opinión en la niñez, cuando las certezas se vuelven inmutables. Por lo demás, la adolescencia es un estado pasajero de estupidez que en ocasiones se prolonga hasta los cuarenta años. Sólo eso explica por qué algunos tipos en evidente declive físico siguen intentando enamorar a veinteañeras, y por qué otros continuamos con la perseverancia fatal de la opinión escrita cada semana. Eso sí, ya sin la intención de cambiar el mundo, sin la voluntad de cambiar nada con unos trazos de tinta arrojados a la imprenta.

Diecinueve años después he comprendido el secreto. Llevo dos décadas deseando dejar de trabajar y no acabo de encontrar cómo hacerlo. No por afición sino por inercia, y obviamente por necesidad. Aún no he aprendido a vivir sin los libros, sin las columnas, sin los encargos en radio o televisión. Y tal vez podría vivir sin todo ello –pongamos que algún rico planta en mi talento su fortuna y crece un rosal plagado de dólares en mi escritorio-, pero aún así, estoy seguro de que volvería siempre a escribir una columna sobre el color de los árboles y el paso del tiempo.

Mi desorden natural me ha impedido archivar todo aquello que he escrito o construido. Con más de mil artículos de opinión, seis libros publicados, otros muchos macerando en roble en la bodega, cientos de reportajes y entrevistas, y un buen puñado de horas de televisión y radio, es casi imposible no perderlo todo. Por eso me sigo sorprendiendo cuando encuentro algún texto que juraría no haber perpetrado. Sea como sea, sigo buscando la manera de descansar, agotado de tener que sudar tinta por obligación. Sin poder librarme de la pluma, premio y condena, ni de la aventura, vocación personal. Así ha quedado reflejado ahora que con esfuerzo sobrehumano he novado mi web personal, celebrando el estreno con un reportaje biográfico especial para la ocasión: “Esta es mi vida”. Viéndolo se entiende el cansancio de escribir. Viéndolo se entiende también la imposibilidad de dejar de hacerlo.

Salgo a la calle con todo esto en la cabeza. Y la imagen de la columna otoñal de 1995. Miro los árboles, de infinita belleza dorada, y los primeros abrigos largos, esas chicas tan guapas y elegantes, abrigadas en tono marrón, y esos cielos que parece que van a escupir ron añejo. Los miro, los admiro, y comprendo que ningún año podré librarme de firmar en cualquier periódico otra estúpida columna otoñal.

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