Anna Allen es una actriz española de 32 años que en los últimos días se ha hecho famosa. Lo lamentable de la historia es que su notoriedad no le ha llegado por una excelente interpretación en cine, teatro o televisión. Su papel lo ha desarrollado en la vida real y no es otro que el de una farsante que se ha inventado una trayectoria para llamar la atención de los medios de comunicación.
Allen alcanzó su cota más alta de popularidad en 2008 cuando interpretaba a la novia del hijo mayor de la familia Alcántara, de la exitosa serie de Televisión Española Cuéntame cómo pasó. Desde entonces apenas se ha sabido de ella, sólo a través de pequeños papeles secundarios en la difícil situación del mundo de la cultura de un país en crisis como es España.
Hace unas semanas, la actriz olvidada inventó que había sido invitada a los Oscar de Hollywood por el mismísimo Ben Affleck. Ayudada por Photoshop y las redes sociales, Anna documentó su mentira y los medios de comunicación españoles mordieron el anzuelo, empezando por la biblia del mundo de la farándula, la revista Hola.
Fue el suplemento La Otra Crónica del diario El Mundo quien alertó del engaño cuando detectó sombras sospechosas en la imagen de la actriz posando en la alfombra roja. El maldito Photoshop dejó al descubierto la campaña de relaciones públicas amañada y desató una cacería de los medios, que al sentirse estafados, comenzaron a atacar de manera inmisericorde a la falsa celebrity.
Allen no sólo inventó su invitación a los Oscar, también papeles en series de Estados Unidos, premios y trabajos publicitarios en Europa. A falta de papeles con los que ganarse la vida, Anna inventaba su currículum en una computadora.
Voy a pasar por alto la falta de profesionalidad de los medios a los que la actriz engañó. No estaría de más reconocer el error y pedir perdón a los lectores. Lo que me alarma es el ataque sin piedad a la actriz sin conocer las causas últimas que le llevaron a urdir semejante disparate.
Anna y su madre, una señora humilde de un pueblo catalán, no han podido soportar la vergüenza y el escarnio y han desparecido. No quedó ni rastro de ellas en el domicilio familiar, y las cuentas de Twitter e Instagram han desparecido de la faz de las redes. La pregunta es ¿quién es Anna Allen? A lo mejor es uno de nosotros, que exageramos el currículum cuando acudimos a una entrevista de trabajo. Destacamos conocimientos de los que andamos escasos y adornamos sin rubor nuestras funciones pasadas. Colocamos la foto en las redes sociales en la que estamos más favorecidos, jóvenes y en forma para siempre. Quizás Anna estaba desesperada por la falta de oportunidades o padece alguna patología. No lo sabemos, pero ya la hemos pasado por el cuchillo mediático. Siento, de verdad, mucha lástima por ella. Antes de juzgarla, prefiero esperar a escucharla. No vaya a ser que terminemos diciendo “todos somos Anna Allen”.