Me preguntaba Roberto Rodríguez Tejera esta semana en su programa Prohibido Callarse de MiraTV sobre los ganadores y perdedores de las últimas elecciones celebradas en Cataluña, que finalmente se convirtieron en un plebiscito tramposo sobre si esta comunidad tiene que ser independiente de España.
Además de los independentistas, que no llegaron a superar el soñado 50 por ciento a pesar de los esfuerzo y la propaganda, recordé que el Partido Popular, la formación que gobierna España y aspira a seguir haciéndolo había sufrido un resultado desastroso que le sitúa como una fuerza minoritaria y débil en uno de los territorios más importantes del país.
De este fracaso, de este camino hacia la casi desaparición, hay que culpar al jefe, al que da las órdenes, al que quita y pone candidatos desde su despacho a espaldas de lo que opinan las bases del partido, los afiliados, los votantes. Rajoy escogió y se equivocó con el candidato popular en Cataluña como antes se equivocó José María Aznar hace unos cuantos años eligiéndole a él como sucesor al frente del Partido Popular en España. Y es que en ambos casos hubo un grosero ejercicio de “dedazo”. “Yo te elijo porque me da la gana, porque soy el jefe y porque vas a hacer lo que yo te diga”. Esa es la perversión pseudodemocrática y que a la larga es un fracaso. Es el pecado original de muchos gobernantes que naufragan a la sobra de sus antecesores.
Rajoy no heredó la capacidad de liderazgo de Aznar y como suele ocurrir se distanció del gestor de su pecado original. En definitiva, una práctica más propia de un régimen autoritario condenada al fracaso en un sistema democrático. En América Latina tenemos ejemplos recientes de desafortunados dedazos como el del moribundo Chávez señalando al torpe Maduro, que con su incapacidad de gestión y sus ridículas puestas en escena ha engrandecido la figura del comandante golpista. Chávez fue hasta su último día un encantador de serpientes y al menos en su faceta comunicacional hay que reconocerle que se ganó el afecto de muchos venezolanos y ejerció un fuerte liderazgo en la región, que no consiguió transmitirle a Maduro cuando se le apareció en forma de pajarito.
Analizando estos casos, debemos mirar de forma positiva las primarias de los partidos en Estados Unidos. En la actual competencia republicana para elegir el candidato que aspirará a la presidencia –como courrió hace 4 años- se están escuchando muchos disparates pero también propuestas e ideas interesantes. Ningún dedo divino señalará a Donald Trump ni a ninguno de sus rivales. Todos y cada uno de ellos son responsables de sus palabras y sus propuestas. Serán los votantes, los ciudadanos que apoyan esta opción política, los que decidan si “compran” el discurso duro, descarnado y anitiinmigrante del magnate o prefieren opciones más moderadas. Pero sea quien sea el elegido, habrá nacido de la voluntad popular, sin “pecado original”.