La incompetencia chavista no sólo se traduce en altos precios, una inflación galopante y una delincuencia sin frenos en Venezuela. También ha traído una calamidad no menos peligrosa, la falta de producción que aqueja al sector médico en el país. Los venezolanos se han quedado sin medicamentos. Tan complicado como conseguir un paquete de harina se ha vuelto encontrar en los anaqueles de las farmacias una caja de aspirina o algo tan básico como un frasco de jarabe para combatir la gripe.
Es tan evidente el fracaso del esperpento ese que llamó Socialismo del Siglo XXI el finado Hugo Chávez, que hasta la misma Marisabel Rodríguez, quien fuera esposa del que ahora los desubicados nostálgicos llaman el “Comandante Supremo”, ha tenido que solicitar medicamentos a través de las redes sociales. Es decir, ni la realeza chavista se salva.
Los números son alarmantes. La escasez de medicina en los hospitales supera el 90% y en las farmacias es de un 80%. Todas esas cifras tienen un rostro, una triste historia, un caso que toca prácticamente a todos los venezolanos, como el de la señora Ana María Perdomo, una dama de 62 años que tras ser diagnosticada de cáncer, decidió suicidarse en la sala de su casa para no tener que enfrentar el vía crucis de mendigar medicinas o tratamiento.
El llanto, la rabia e impotencia y la desolación, una de las peores sensaciones que puede experimentar el ser humano, son el epítome del legado de Chávez y de su heredero, Nicolás Maduro, para todos aquellos venezolanos cuya vida depende de una pastilla, o de una inyección o de un transplante.
Esta calamidad se ha convertido en una crisis humanitaria que todos reconocen, menos los obcecados chavistas, más preocupados por salvaguardar la imagen del Gobierno a nivel internacional que por generarle bienestar a la sociedad.
Venezuela vive con un eterno dolor de cabeza, y ni siquiera para eso, encuentran cura sus ciudadanos.
