El miércoles 13 de septiembre, R. M con más de cinco horas de retraso llegó a Miami porque “el aeropuerto internacional de La Habana parecía un centro de evacuación de turistas”. Dos cubanas, una del Municipio Centro Habana y otra de El Santo, Villa Clara, explicaron a DIARIO LAS AMÉRICAS el caos vivido antes, durante y después del paso de un ciclón que aún tiene en vilo a los 11 millones de cubanos que viven en la isla.
“A las seis de la tarde del viernes comenzó el infierno. Cuando vinimos a ver, ya estábamos con el agua hasta el tobillo, entraba muy rápido por las rendijas de las puertas delantera y trasera”. Así explica R.M, una habanera de 66 años que llegó a la Florida por el aeropuerto de Fort Lauderdale cuatro días después del paso del huracán Irma. “Nos enteramos creo que muy tarde que esa tormenta iba a pasar por La Habana, y eso que pusimos la radio y todo, pero como desde las cuatro de la tarde ya quitaron la luz, y menos mal, porque si no aquello hubiese sido un desastre”.
R.M prefiere permanecer en el anonimato, pero cuenta que ella y su esposo estuvieron siguiendo todos los noticieros, “más por el viaje que por otra cosa, porque en realidad ninguno de mis vecinos se esperaba que La Habana estuviera bajo una amenaza así.” Lo último que escucharon era que Irma estaba por Camagüey y, “de pronto, sin luz, sin agua, sin teléfono, sin nada y ya era de noche cuando la casa comenzó a inundarse. Nosotros vivimos en la calle Aramburu, menos mal que de espaldas al mar y en un primer piso, porque a los vecinos que viven en el sótano los tuvimos que ayudar entre todos. “¡Ay! Dos merolicos (vendedores ambulantes) que guardan las cosas de sus negocitos allí tienen que estar penando ahora mismo.”
Ciertamente, el ojo de Irma no llegó a tocar La Habana, pero desató vientos y marejadas sin precedentes, como no habían visto antes los cubanos, que son de los caribeños, unos de los más expertos en depresiones tropicales. Solamente entre 2001 y 2011, once ciclones de diversa intensidad han arrasado varias partes de la geografía cubana. Ciclones que son cada vez más mortales por el efecto acumulativo de factores de riesgo como el exceso de lluvia, la falta de mantenimiento y los endebles materiales con que muchas familias se ven obligadas a “pasarle la mano a las casas”.
Ese día, viernes 8 de septiembre, dos titulares del periódico Granma (órgano oficialista del Partido Comunista) predecían la tragedia que finalmente tuvo lugar: “El huracán se acerca peligrosamente” y “La fuerza de Irma se hará sentir en toda Cuba”. Está claro que nadie habría podido impedir que la tormenta arrasara con la parte norte de 13 provincias de Cuba. Según el testimonio de los primeros cubanos en llegar a la Florida después de pasar el ciclón en la isla, al menos se podría haber evitado un poco de pérdidas y de sufrimiento, así piensa Ana L., villaclareña que tuvo que llegar hasta La Habana “en lo que pudo” porque toda la provincia está patas arriba con lo que pasó y los precios comenzaron a dispararse por falta de transporte.
“Llegar hasta Jagüey Grande me costó lo que gana allí un maestro en mes y medio, treinta dólares. Y de ahí, me subí con un grupo grande de gente que estaba embarcada por horas esperando una guagua que estaba haciendo recogidas por la zona y nos cobró 100 pesos cubanos por persona, con la que estaba cayendo”.
Ana es una mulata alta que aparenta 50, pero tiene casi 60, vino a ver a su hermana a Florida por segunda vez. “Soy de Nazábal, pero hace tiempo que me mude al Santo, otro pueblito del municipio de Encrucijada donde también hubo muchos derrumbes”. Horas antes, mientras Ana viajaba, Aleida L. (su hermana) mató las horas de retraso conversando con otros familiares. Todos tienen algo de ansiedad, llevan varios días sin electricidad y no ha podido seguir las noticias de Cuba y apenas, las de Miami, con una radio de pilas y “por lo que le cuentan sus amigos por teléfono”. Ya están juntas. Besos, abrazos, recogida de equipaje, no hay tiempo para mucho, pero les comento que Nazábal fue precisamente una de las playas víctimas de Irma. “Ah, es que eso queda tan lejos de todo, pero es el sitio donde pasamos nuestra niñez, un pueblito de playa tranquilo con un Central al lado que ahora se llama Emilio Córdoba”.
El Central quedó arrasado. Quizás las hermanas no lo sepan, como no sabían que los vecinos que vivían en el litoral norte, entre la playa El Piñón y Caibarién fueron evacuados la madrugada anterior al paso del ciclón, sin otro aviso que camiones aparcados en varios puntos de control cerca de las casas. Por eso se fueron antes de que las marejadas dejaran inundaciones de más de dos metros de profundidad y que las olas lamieran todo lo que había en la orilla incluyendo el viejo puente de madera en el que las hermanas solían jugar de pequeñas.
Aleida, de hecho, hizo un periplo plagado de vicisitudes hasta La Habana: “vi demasiadas casas destruidas, lo que más impresionaba era ver a la gente sentada cerca de sus pertenencias, esperando a que se secaran, vigilándolas. Una imagen muy triste si te pones a pensar que es lo único material que tienen ahora mismo. Los avisos de evacuación de alerta ciclónica los dieron con tan poco tiempo de antelación que casi nadie tuvo tiempo de salvaguardar sus pertenencias”. La provincia de Villa Clara sufrió el impacto casi directo del huracán, por Caibarién, Sagua la Grande y Remedios. Pasó con categoría 4, pero su virulencia la mostró como si aún estuviera en la escala de 5 ante los endebles caseríos y las casitas con más porte que datan de la primera mitad del siglo XX.
“El único transporte público que entra al pueblo es una antiquísima locomotora de dos vagones y que sale una o dos veces al día, según se pueda”. Las hermanas tampoco saben que antes de que llegaran las Fuerzas Armadas a aquella playa desierta, los ladrones arrasaron con no pocas pertenencias y además dos personas están desaparecidas.
Los pocos productos alimenticios que había en la bodega de los ocho Consejos Populares de Encrucijada, incluyendo Nazábal, allí quedaron. “Los dos días posteriores, había carreteras que parecían secadores de arroz”, allí los únicos carros que entran son los particulares y ya hace muchos días que sacaron a los turistas, un día antes que a la gente del lugar”.
M ya tiene dos maletas en la mano y una bolsa transparente que deja visibles dos botellas de ron Havana Club. “Llevo casi cuarenta años viviendo allí y sí he visto muchas cosas, pero como ésta, nunca.” Agrega que no comprende cómo no fueron evacuados muchos de los vecinos de edificios que ya estaban hasta apuntalados, incluso “se ve que están en peligro de derrumbe hace tiempo”.
Ante otros ciclones con escala mortal en La Habana, los avisos eran más enfáticos sobre la conveniencia de irse a casa de familiares y amigos. Y lo más importante, semanas antes comenzaban las movilizaciones y la preparación. “Esta vez, los partes eran tan normales que ni siquiera les prestábamos atención”; de hecho, nos quitaron la luz con los primeros vientos, pero no hubo aviso de evacuación en mi zona en la que el agua del mar superó con creces la barrera del Malecón y se adentró tres cuadras dentro, una más y nos alcanza”, dice S. E, residente en Miami que fue a ver a la familia y amigos que le quedan en Cuba. “Cuando aún los vientos y la lluvia no habían arreciado, dos ventanales enormes se desprendieron de los pisos de arriba y cayeron en el patio interior de la casa; nos pudo haber caído a cualquiera de nosotros, porque a esa hora, 5 de la tarde, aún no éramos conscientes que ya Irma estaba comenzando a azotar La Habana”.
M dice que no podía perder ese vuelo porque “llevaba mucho tiempo sin ver a mis hermanas. Imagínese todo, todo lo que teníamos en la casa debe de estar echado a perder porque ni siquiera había espacio donde poner a secarlo; a todo el mundo le pasó lo mismo”.
“Tuve que llevar lo que traía para acá en casa de una hermana que vive en las afueras de La Habana, cerca de Boyeros. Dejé todo allí con mi marido. Él dice que todavía está esperando a que llegue alguien, alguna autoridad, no sé… alguna orientación de qué hacer con todo lo que no podemos tener dentro de la casa. Nada. Para colmo llego al aeropuerto y los turistas europeos hacían más colas que los propios cubanos, están intentando salir de allí desde que los dejaron en la terminal 3 (del aeropuerto José Martí) por el ciclón”.
“Y eso es lo peor de todo, no saber nada. Enseguida que amaneció, la gente salió pa´ la calle, a ver cómo estaban los demás, hasta dónde llegaba aquella pesadilla y nadie se creía lo que estaba viendo. La sensación primera era de alarma y peligro, pero la segunda, era de abandono y de ira, nos tuvimos que ayudar entre nosotros”.