Para la mayoría de los padres, resulta demoledor saber que su hijo padece diabetes. Sin embargo, mientras más rápido se asuma la realidad, más pronto llegarán los cambios.
Según el portal diabetes.org, en EEUU hay cerca de 352,000 niños y adolescentes (menores de 20 años) que viven con diabetes diagnosticada
Para la mayoría de los padres, resulta demoledor saber que su hijo padece diabetes. Sin embargo, mientras más rápido se asuma la realidad, más pronto llegarán los cambios.
La glucosa es la principal fuente de energía para el cuerpo humano. La diabetes es una enfermedad que se manifiesta cuando los niveles de azúcar en sangre (glucosa) se elevan de forma anormal, debido a una deficiencia en la producción o el funcionamiento de la insulina. Esta hormona, secretada por el páncreas, permite que la glucosa ingrese a las células para ser utilizada como combustible.
Cuando el organismo no produce insulina, la produce en cantidades insuficientes o no la utiliza de manera eficaz, la glucosa permanece en la sangre en lugar de entrar a las células. Esta acumulación provoca una serie de síntomas, como sed excesiva, necesidad frecuente de orinar, fatiga persistente, visión borrosa, pérdida de peso sin causa aparente y, en algunos casos, irritabilidad o cambios de humor.
Científicos de todo el mundo se dedican a estudiar este padecimiento, que puede ser crónico y, en muchos casos, tener consecuencias irreversibles. Por ello, decenas de investigaciones se centran en su prevención y en claves para evitar que se desarrolle de manera perjudicial para el organismo. En la última década, se han publicado más de 400,000 investigaciones científicas relacionadas con la diabetes a nivel mundial, abarcando desde genética y prevención hasta tratamientos innovadores y tecnología médica.
Un grupo de investigadores descubrió que las tasas de nuevos casos de diabetes en niños y adolescentes han aumentado en la última década, tanto en tipo 1 como en tipo 2.
Según el portal diabetes.org, en EEUU hay cerca de 352,000 niños y adolescentes (menores de 20 años) que viven con diabetes diagnosticada. De ellos, 304,000 tienen diabetes tipo 1. Se estima que cada año se diagnostican 18,200 nuevos casos de tipo 1 y 5,300 de tipo 2 en jóvenes.
El mismo portal señala que, a nivel global, más de 1.5 millones de niños y adolescentes viven con diabetes tipo 1. Esto significa que la incidencia está aumentando entre un 3 % y 4 % anual, especialmente en menores de 5 años.
Como ocurre con cualquier otra enfermedad crónica, los afectados —en este caso, los padres— pueden experimentar procesos emocionales similares a los del duelo. Mientras más rápido se transiten estas etapas, más pronto se podrá actuar en función del bienestar del paciente. Aunque no todas las etapas se presentan ni siguen un orden específico, suelen incluir:
Negación: “Esto no puede estar pasando”, “Seguro es un error”. Algunos padres tardan en aceptar el diagnóstico o minimizan la gravedad.
Frustración: “¿Por qué a mi hijo?”, “¿Hice algo mal?”. Pueden sentir enojo hacia el sistema médico, hacia ellos mismos o incluso hacia la situación.
Negociación: Buscar soluciones mágicas o alternativas no médicas. “Si cambiamos su dieta por completo, ¿se curará?”
Tristeza profunda: Sensación de pérdida, miedo al futuro, agotamiento emocional. Es común llorar, sentirse abrumado o aislado.
Aceptación activa: Reconocer la realidad, aprender sobre la enfermedad, construir nuevas rutinas y encontrar apoyo.
Cuando los padres reciben el diagnóstico de que su pequeño padece diabetes, lo más recomendable es buscar toda la información profesional y científica posible para comprender lo que está ocurriendo en el organismo del niño. No existen fórmulas mágicas, ni polvos ni hierbas que reviertan el padecimiento de la noche a la mañana, aunque sí hay vías naturales que ayudan significativamente al control de la enfermedad, además de hábitos y rutinas que harán todo más llevadero.
Otra estrategia recomendada es conformar un equipo médico con el que los padres se sientan cómodos para hacer preguntas sobre todo el proceso. Este equipo debe incluir no solo a un endocrinólogo pediátrico, sino también a un educador en diabetes, un nutricionista y un psicólogo infantil, quienes pueden generar una atmósfera de confianza.
Es fundamental ser cuidadoso con cada medicamento. Los padres deben convertirse en expertos en los tratamientos. Antes de suministrar cualquier fármaco, se deben leer cuidadosamente las contraindicaciones y los detalles de cada uno.
Es muy importante revisar con el especialista las dosis, la forma de administración y los horarios para aplicar los tratamientos. Cada paso debe formar parte de una rutina rigurosa. Los padres deben preguntar sin miedo: cómo medir la glucosa, administrar insulina, reconocer síntomas de hipoglucemia o hiperglucemia.
Dependiendo de la edad del niño, puede comenzar a sentir miedo por lo que está ocurriendo a su alrededor. Si tiene cinco años o más, puede experimentar tristeza, enojo o confusión. Es vital escuchar lo que el niño expresa: ¿cómo se siente? Validar cada emoción y explicarla con claridad. Es un proceso en el que él o ella debe sentirse apoyado, protegido y rodeado de amor.
En ese amor, los expertos recomiendan que toda la familia se involucre: hermanos, tíos, primos, abuelos, amigos, allegados, maestros y trabajadores del hogar. Según su edad, se le debe enseñar al paciente a explicar qué es la diabetes y por qué no puede consumir ciertos alimentos.
Una clave importante: si los padres están separados, deben unificar criterios y actuar como un equipo.
La mejor manera de que el niño siga los protocolos es ver cómo los adultos del hogar también mantienen una vida saludable y balanceada. Es un nuevo estilo de vida.
En los primeros años, el ejemplo es la mejor forma de inducir a hábitos saludables que lo ayudarán en sus tratamientos.
Antes de iniciar cualquier dieta, es importante consultar a los especialistas para que determinen qué debe y qué no debe ingerir. Además, deben definir las cantidades y la frecuencia de las ingestas. Una dieta saludable genérica no necesariamente es adecuada para un paciente pediátrico con diabetes.
Es muy recomendable que el niño no se sienta extraño o diferente por tener prohibido ciertos alimentos. Mientras se adapta, se pueden buscar opciones para encuentros sociales que sustituyan las tentaciones habituales en fiestas infantiles.
Incluya el ejercicio entre los hábitos diarios. Actividades suaves en los primeros años que aumenten progresivamente su exigencia pueden marcar una diferencia importante. La familia puede caminar, nadar, jugar con una pelota o bailar. El movimiento siempre ayuda.
Los padres de niños con diabetes deben saber que no están solos. Es importante conectar con alguna red de apoyo para compartir inquietudes, conocimientos y experiencias.
