MIAMI.- La Hispanidad, aunque también, no es solo esta ñ nuestra que llevamos por el mundo y que contienen palabras como sueños, añoranza, hazaña, halagüeña, con las que se defiende nuestra identidad.
Un cuerpo que danza sobre un tablao flamenco es, por convención y convicción, una de las manifestaciones más refulgentes, así como virtuosas, de la hispanidad
MIAMI.- La Hispanidad, aunque también, no es solo esta ñ nuestra que llevamos por el mundo y que contienen palabras como sueños, añoranza, hazaña, halagüeña, con las que se defiende nuestra identidad.
La hispanidad es mucho más que la verbalización que podamos hacer de ella. Y hay que celebrarla, agasajarla, protegerla.
La hispanidad adquiere distintas formas, cuerpos, expresiones.
Pero indudablemente, un cuerpo que danza sobre un tablao flamenco es, por convención y por convicción, una de las manifestaciones más refulgentes, así como virtuosas, de la hispanidad.
Sobre todo, cuando no hablamos de cualquier cuerpo que danza, sino, especialmente, de la bailarina española, ese arquetipo retratado por el pincel de Joan Miró y por la pluma de José Martí en aquellos versos, que fueron escritos en la ciudad estadounidense de Nueva York en el siglo XIX.
Dos siglos después, estos versos bien podrían trasladarse a Miami, otra ciudad que, dicen, estadounidense, pero es más un crisol de nacionalidades donde la hispanidad tiene y mantiene una profunda huella.
Es sábado 9 de septiembre y en Coral Gables, probablemente el territorio más hispano de Miami -con calles nombradas Mayorca, Alhambra, Segovia- tres bailarinas de flamenco, un cantaor y un guitarrista, en el espectáculo Cielo y Arena, ponen de pie al público más de una vez a ritmo de sevillanas, bulerías, soleás, alegrías, seguiriyas y fandangos.
Los artistas de Cielo y Arena, un espectáculo del Ballet Flamenco La Rosa, vuelven a recordar que Florida, antes de ser anglosajona, fue hispana, toda vez que fue “descubierta” por el explorador español Juan Ponce de León en 1513, quien la nombró La Pascua Florida debido a su paisaje frondoso y porque era la temporada de Pascua.
Este territorio, que ha experimentado muchas oleadas de inmigración, estuvo bajo el dominio de España, Francia y el Imperio británico antes de convertirse en territorio de los Estados Unidos en 1821 y en el vigésimo séptimo estado en 1845.
Si la influencia hispana en Florida no fuera tan marcada, el mes de la herencia hispana pasaría sin penas ni glorias, como cualquier mes dedicado a cualquier cosa. pero no es el caso. Cielo y Arena es uno de los tantos eventos que se realizan en Miami por estos días para celebrar las raíces que jamás se han cortado. Más allá, si la herencia hispana en EEUU no fuera tan marcada, ¿por qué había de iniciar el gobierno de Lyndon Johnson, en 1968, la celebración de la Semana de la Herencia Hispana, que luego se ampliaría en 1988, con el presidente Ronald Reagan, a un mes completo?
Para nada es secreto que en EEUU, un país donde las personas blancas son aún la mayoría, los hispanos son la minoría más grande, con lo cual este es el segundo país con mayor población hispana del mundo.
Los hispanos han representado más de la mitad del crecimiento total de la población de Estados Unidos desde 2010, según un estudio de Pew Research publicado en julio de 2020. Y esa fuerte presencia, celebrada aún siglos después de que se zanjara la relación colonias-metrópolis, deja su impronta en numerosas ciudades del país. Miami es, por mucho, una de ellas.
Al interior de Miami, la ciudad de Coral Gables lo es aún más. Lo demuestra este concierto de flamenco a sala llena en el Sanctuary for the Arts, en Coral Gables, bajo la dirección de Ilisa Rosal, el cante de El Cachito, y con José Luis de la Paz en la guitarra.
Olé, María Mercedes Pérez, Pilar Fernández y Mayela Pérez, tres “gracias” del virtuosismo, tres Gracias de la Hispanidad.
Olé, es lo que resta decir… y volver a la lírica de Martí, que aun en su relación frontal con (tra) el colonialismo español, dedicó a la bailarina, esa expresión de la hispanidad, versos insuperables.
(...)
Luego está ese hecho ineludible, como en Martí, de que mientras dure el espectáculo el alma encuentra amparo en el tablado, incluso aunque sea un alma “trémula y sola” que deba volver hosca a su rincón porque habita una no lugar. Lo mismo en el siglo XIX que en el XXI el arte permite el éxtasis de los sentidos, la pausa mental de las más cotidianas cuestiones que nos atribulan, sea el exilio o la supervivencia, aunque a ellos haya que regresar cuando baje el telón.