MIAMI.- Claudio Castillo toma asiento, se prepara para ser entrevistado, mientras le iluminan por detrás dos de sus obras más queridas. Son unas pantallas con luces LED en las que asoman figuras que cambian a medida que avanza la conversación, y se consideran piezas de arte generativo e interactivo.
Castillo, nacido en 1958, salió de Cuba con apenas dos años. Atrás dejó una isla y una historia familiar que se remonta a Caimito del Guayabal, un pueblo en Pinar del Río fundado en 1820. Sin embargo, lleva en sus venas las palmas y el areíto. Su obra, considerada parte del new media y del arte generativo, explora posibilidades infinitas y juega con el tiempo.
Con una formación en cine (London International Film School), experiencia en video y animación, Castillo llega al arte generativo, una tendencia que le permite hacer obras que continúan recreándose en el tiempo. A través de un software de computación puede crear un algoritmo para que recrea sus piezas a partir de patrones iniciales.
Según comentó el artista a DIARIO LAS AMÉRICAS, “antes hacía acuarelas, cine y animación, y lo que hice fue animar las acuarelas que había pintado, combinarlas en un programa y presentarlas con ayuda de ese playback”.
“Mi obra tiene que ver con el tiempo, a este tipo de trabajos también se les llama ‘obras temporales’. Estas piezas se desarrollan hasta la cuarta dimensión. A diferencia del video, esto es no lineal. Es algo que hasta hace 12 años la tecnología no permitía hacer. Son posibilidades infinitas, hablamos de trillones de años”, explicó el artista.
La cuarta dimensión
A través de la tecnología, se crea un algoritmo que hace cambiar sucesivamente las capas, en una suerte de juego psicodélico o caleidoscopio impredecible que sobrevivirá al propio artista.
Sobre las extensas posibilidades generativas de su obra, confiesa que lo disfruta, pero guarda sus recelos. Lógicamente, jugar con el tiempo y la cuarta dimensión también tiene sus riesgos.
“Me di cuenta de que es bueno y es malo, primero porque las obras se están auto creando, pero el artista puede morir, y la obra sigue regenerando copias de la original. Es como poder crear una fábrica que crea tu obra”, afirmó Castillo.
En cuanto al proceso, el artista explicó: “Todas parten de una acuarela física, real. Después la divido en capas, hago la animación, y el programa las vuelve a montar de forma aleatoria”.
Además de sus piezas generativas, Castillo crea obras que “reaccionan” ante la presencia de las personas, con ayuda de una cámara que funciona como sensor. Estas piezas interactivas también tienen muchas posibilidades. Sin embargo, sus obras generativas suelen tener tantas variaciones posibles que no alcanzarían millones de años para verlas.
Su lienzo es una pantalla que proyecta luz, son las palmas que se mueven según sople el viento caprichoso de Bombay, es aquella bola mágica entre la hierba que anuncia la humedad en un lejano Sídney, como si esto de ser casi eterna no fuera suficiente para la obra, y nos demostrara que también posee el don de la ubicuidad.
Pero sus obras no solo apuntan al pasado. Claudio se permite jugar con el tiempo. Sus obras pueden venir del pasado, como si levantara a los muertos del recuerdo. Las portadas de diarios impresos del siglo XIX, en su obra Proof of life, es un ejemplo de ello.
Lo cubano
Castillo ha vivido en Madrid, Nueva York, Londres; su obra ha recorrido el mundo en diferentes exhibiciones. Pero quizás uno de sus mayores motivos de alegría es tener a Cachita, la Virgen de la Caridad, expuesta de forma permanente en el Museo de Arte Latinoamericano (MOLAA), en California.
Aunque se fue de Cuba siendo un niño, no le abandonan varios elementos que dotan a su trabajo de una innegable cubanía. Los vitrales, las palmas, la Virgencita, el mar, los cantos de los taínos, los girasoles, entre otros elementos, están latentes en sus trabajos.
“Es curioso. Yo nunca sabía de dónde salía esto y lo pintaba sin pensar, del subconsciente supongo, y salía ya hecho. Yo no sé cómo pasa eso, pero la realidad es que salieron formas tropicales”, reveló.
Girasoles que miran
Pareciera que los girasoles de Castillo nos mirasen. Y en verdad nos miran, si consideramos que el sensor detecta nuestra presencia y entonces la obra, que está viva y podría durar más que las próximas siete generaciones, se transforma frente al espectador, luce una de sus cuasi infinitas posibilidades, ofrece un poema visual que probablemente no se repetirá en miles de años. Quién sabe.
Claudio Castillo tienta a lo infinito, dibuja en espacios digitales, programa lo inasible, apunta hacia el futuro al que no llegará, al menos en su propio cuerpo, y nos deja la sensación de jugar con lo impredecible, de crear algo que se regenera, y es libre.