No se equivocó el escritor y director de la revista literaria Otro Lunes, Amir Valle, cuando dijo que se trata de un libro “cubanísimo”. Y agregó que esta obra confirma que Manuel “es un narrador a quien los estudiosos de la literatura cubana escrita en la diáspora deberían seguir más de cerca”.
Raíces de algarrobo, de jagüey, de ceiba y palma
Manuel Ballagas (La Habana, 1948) publicó su primer trabajo literario a los 15 años, en la revista Casa de Las Américas, y desde entonces su pluma no se ha detenido. Cuando intentaba publicar su libro Con temor, en Ediciones El Puente, la casa editorial fue cerrada por el propio Fidel Castro. Su libro Lástima que no sea el verano obtuvo mención en el Premio David en 1967, pero nunca fue publicado. Ese extraño ambiente derivó en cargos de “diversionismo ideológico” y una condena de seis años de prisión en 1973.
Pero ni la cárcel, ni la censura, ni el exilio con sus despojos, le arrebataron ese torbellino de historias. Y me atrevo a decir que en parte esa desbordada creatividad viene de la cuna.
A Manuel le corren por las venas la imaginería y la musicalidad del poeta camagüeyano Emilio Ballagas, su padre, representante del neorromanticismo y de la poesía negra en Cuba, de quien Juan Ramón Jiménez dijera que su obra era íntimamente humana. Pienso en su poema “Elegía de María Belén Chacón”; en el temblor de tierra en los versos “Cuba, lengua caliente, estremecida dentro de ti misma”; y también en las décimas a Martí: “Llévame a tu luz secreta, al Reino donde estás vivo”.
En la primavera de 1980 llegó a EEUU junto a su esposa y su hijo. Como contó a DIARIO LAS AMÉRICAS, su primer trabajo fue justamente en este periódico, “en el modesto puesto de paste-up, un oficio olvidado, de cuando pegaban las tiras cromadas de la tipografía ‘en frío’ en unas páginas de cartón”.
De ahí retomó su carrera literaria con la creación de la revista Término (publicación que codirigió entre 1981 y 1984), y en el ámbito periodístico trabajó, entre otros medios, para The Miami Herald, The Wall Street Journal y The Tampa Tribune. En la actualidad es consultor de medios, traductor y relacionista público.
El libro, lo real y lo imaginado
“Nunca escribo con la idea de armar un libro de cuentos”, destacó Manuel. “Empiezo algo que parece un relato, y al menos una vez uno de esos relatos se ha convertido en novela. Las narraciones que escribo, si son breves, se van acumulando, y al fin, surge un libro que puede o no tener unidad de temas y estilos”.
Con la paciencia de quien deja que las aguas tomen su cauce, Manuel trabajó durante dos años en la conformación de El sendero del jagüey y el algarrobo, dedicado a su madre Antonia López Villaverde (por donde le viene un lejano parentesco con el novelista Cirilo Villaverde). Pero hay más tiempo reposado en esas páginas, pues se trata de un material al que estuvo dándole vueltas desde hace mucho tiempo, no solo por las memorias de su niñez, sino porque, por ejemplo, uno de los relatos lo escribió en los años 80, y otros fueron creados hace cinco años.
Inicia el libro con una especie de homenaje a su abuela materna, “una gran narradora oral. Como me tenía a menudo cerca, aprovechaba para volcar en mí sus memorias y fantasías”. Estas fábulas que combinan lo fantástico con los mitos de pueblos trazan el sendero del propio libro, que se adentra en la narrativa de los sueños y los mensajes que llegan de lugares inciertos.
Encontramos en estos relatos seres del monte que se adentran en lo cotidiano, vestidos que danzan solos, un guajiro que vuela y se convierte en majá, otro con alas de murciélago y cara de jutía. También la venganza de un cubano que en la Calle Ocho de Miami enfrenta con “plan machete” a un “chivatón” (delator) que le “hizo la vida un yogur” en la isla.
Ballagas tiene habilidad para lo coloquial, destreza que usa de manera juguetona al tiempo que balancea la acción y la descripción. Lo cinematográfico tiene su punto máximo, en mi opinión, en el relato “La muerte no tiene remedio”, con unas muy coloquiales escenas en la “Sagüesera” miamense, también una instructiva lección de Spanglish.
Hay, además, confesiones veladas de un autor enfrentado a sus sueños y a las voces que le asedian en el relato “Desnudo y sin dientes”; así como un brillante final en “Ladrón de almas”.
El autor explora la naturaleza humana; pienso en “No me puedo quejar” y “Vigilia”, ejercicios sobre la epidemia del silencio y el insomnio. Pero también indaga en el dolor animal, ese dolor raíz que dibuja en el cuento “Añoranza”, desde la soledad de un perro al que su familia humana ha abandonado para irse del país. Este perro que aprende a matar adoptado por militares, es uno de los personajes más hermosamente diseñados del libro.
Otros elementos, como la sombra de una muerta, una máquina de escribir peligrosa, un amigo que se suicida en la puerta de tu casa o los hijos de Lázaro que llegaron muertos a esta orilla para comenzar otras vidas, conforman este libro.
Escribir de este lado
¿Qué es escribir en el exilio; cómo junta Manuel las fotos familiares, la música del barrio ya en blanco y negro, las comidas de su niñez?
“Para un escritor cubano de la diáspora la tarea de escribir es como hablar solo”, señaló el autor de Newcomer, una memoria. Y siguió: “Entre el desarraigo y la indiferencia hacia la literatura a veces parece que se trata de un ejercicio casi completamente prescindible y solitario”.
“Me considero un estadounidense que tiene al español como primer idioma. La Cuba que recuerdo era de muñequitos rusos y ómnibus británicos”, constató el creador de las novelas Descansa cuando te mueras y Pájaro de cuenta.
Esa Cuba de antes “creo que murió con el Período Especial, y ahora, cuando veo las calles de La Habana en la televisión no acabo de reconocerme en ellas, ni en sus viandantes, como si contemplara un país en el que nunca hubiera podido nacer”, añadió.
“Como reza una canción que hizo famosa Lucho Gatica, ‘dicen que la distancia es el olvido’. Y bueno, Cuba me ha olvidado también”.
Para leer estos relatos puede buscar el libro en este enlace.
@GrethelDelgado_
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