MIAMI.- Al dramaturgo residente de Teatro Avante, el cubano Abel González Melo, le fue comisionada una obra para cerrar la 38 edición del Festival Internacional de Teatro Hispano de Miami. El resultado del encargo es Disonancia, un texto que corre entre lo político y social, claramente enfocado en Cuba y Estados Unidos, aunque con toda intención se omiten los nombres.
La propuesta es el aporte de la entidad convocante, Teatro Avante, al Festival y dirigida por Mario Ernesto Sánchez, fundador y alma del evento que cada verano se enfoca en traer a Miami teatro internacional.
González Melo, que como casi todos los dramaturgos de la Isla y los que mantienen vínculos con el aparato cultural cubano suelen ser cuidadoso en sus enfoques, estructura una pieza que resumiría como sobre el adoctrinamiento.
La obra discurre en dos planos y en dos tiempos muy bien marcados. En uno, dos jóvenes profesores de historia en el país innombrable, discuten por el método de enseñanza que el hombre, que interpreta con determinación Daniel Romero, emplea con los estudiantes. Su contraparte, que asume con fuerza la actriz Claudias Tomás, lo enfrenta de manera ideológica.
Los otros dos personas en Disonancia, son adultos, que se encuentran en otra geografía, donde una mujer, que lleva la siempre convincente actriz Marilyn Romero, es entrevistada por un funcionario de inmigración de cuya decisión depende su entrada al país o su deportación. Este papel lo interpreta otro actor de gran trayectoria, Julio Rodríguez.
La primera escena transcurre cuando la mujer mayor está siendo sometida a la primera entrevista. Ella afirma que salió “clandestinamente del país”, y “que no puede regresar porque corre peligro”. El interrogador, un hombre que se apoya en un bastón, le informa que le “ha abierto un expediente como emigrante” y que será sometida a un profundo escrutinio.
El otra escena, aparecen los jóvenes actores en el claustro de profesores de una universidad en el país del “Señor Tenebroso”, donde la mujer, que es muy militante y dogmática le critica a su colega su método de enseñanza, estableciéndose un continuo debate entre ellos no exento de amenazas y acusaciones de “penetración ideológica”.
El resto de la obra transcurre en los dos planos mencionados, que van y vienen, marcados por una mesa en la que hay unos libros y carpetas. Al concluir cada momento los actores hacen girar de posición la mesa. Movimientos que resultan recurrentes, pues los actores jóvenes o adultos, dejan clara la situación. También es innecesario que los actores estén en escena desde antes de comenzar el espectáculo y permanezcan en ella todo el tiempo, incluso se cambian de ropa discretamente mientras transcurre la escena de su contraparte. Nada, cuestión de la concepción escénica que le pareció la más adecuada al director.
Sin dudas Disonancia es una obra para cubanos, no solo por la temática y su enfoque, sino por expresiones que la definen: “el gobierno revolucionario se ocupa de nuestro bienestar”. Alusiones muy directas a la desdichada isla de Cuba: no hay café hace 3 meses, la orfandad de la mujer que perdió a su padre en una guerra en África, la delación a un grupo que conspiraba contra el gobierno. Hasta en frases como: “el enfoque marxista de la historia acabará por destruirnos”. También condenan a un muchacho a 9 años de cárcel por salir a protestar contra el gobierno y se suicida. Hay alusiones a la campaña de alfabetización y los campos de concentración de la UMAP.
Una obra que crece como una pared que se está levantando, una de cal y otra de arena, pero la pared al final se derrumba, porque la mantiene un sistema político que se sostiene por el terror, no por el hombre. El poder político lo es la mujer en sus dos planos, la joven repitiendo consignas, y luego suplicando por protección en otro país por el fracaso del suyo. Al ser humano libre lo representa el joven, que intenta razonar, expresar lo que piensa, y es denunciado, expulsado de la universidad, encerrado en un campo para homosexuales y finalmente forzado al exilio, donde se convierte en agente migratorio en su nueva nación.
Abruma el lenguaje de las consignas a lo largo de todo el texto. Es algo muy fuerte para una parte del público cubano de Miami, que pudiera ver reflejada su propia experiencia.
Admirable el desempeño de todos los actores. Marilyn Romero, en su personaje, extraordinaria, con un problema en los rasgos faciales que sostiene en todo momento sin perder el control, dubitativa en su proyección, con miedo a ser rechazada por inmigración. Julio Rodríguez, como el interrogador, también mostrando un problema que lo hace apoyarse en un báculo, se proyecta dominante y convencido de que se sabe con todo el poder para permitir que la mujer entre al país.
Los actores jóvenes, Claudia Tomás y Daniel Romero, hace ya tiempo pasaron de ser promesas del teatro, para situarse entre los sólidos intérpretes de la escena de Miami, que dejan una huella cada vez que se presentan. Ambos tiene personalidad, excelente voz y dicción, mientras que cada vez que interpretan un personaje, lo hacen creíble, dejando en el público una grata impresión. En Disonancia, estuvieron brillantes.
Como es ya una tradición Teatro Avante engrandece su propuesta anual con la música de Mike Porcel, que siempre resulta sinfónica, intensa, y la escenografía de Nobarte, Jorge Noa y Pedro Balmaseda, que en esta ocasión condujeron su trabajo buscando la sencillez, creando un pasillo con ventanales, que evoca una escuela, o un centro migratorio.
Termina el Festival de Teatro de Miami, como ya muchos no somos jóvenes, nos queda la ilusión de poder ver el siguiente.