domingo 19  de  marzo 2023
LETRAS

Zoé Valdés: "escribo para descubrir cada día el amor"

El libro "La intensa vida", de la autora cubana Zoé Valdés, es un confesionario delicioso donde Cuba y el exilio laten en cada esquina

Diario las Américas | GRETHEL DELGADO
Por GRETHEL DELGADO

MIAMI— En la foto de portada de La intensa vida (Editorial Berenice, 2022), la escritora cubana Zoé Valdés tiene 18 años y trabaja en el “servicio social” que los universitarios deben cumplir en Cuba. Con esta sensual e inocente mirada la autora nos introduce en sus memorias, que van desde sus primeros años en Cuba en los sesenta hasta el exilio en Francia a partir de 1995.

Con este conjunto de recuerdos y comentarios Zoé Valdés demuestra que es “una escritora de raza”, como indica con justicia la nota editorial, y que no sirve para otra cosa, en el mejor sentido de la frase, que ella ha tomado de Samuel Beckett, a quien tuvo el gusto de conocer junto a dos misteriosos gatos. “Sea lo que sea, ocurra lo que ocurra, tenga que hacer lo que tenga que hacer, voy a escribir hasta que me muera”, sentencia la escritora en una de sus memorias. Y en otro texto afirma: “La escritura es un absoluto sacerdocio”.

Su compromiso con las letras es evidencia de ello, desde que era una niña con una imaginación fértil como aquel árbol que le nació a una pared del solar donde vivía, una niña que trepaba por las paredes hasta que se topó con un bolígrafo y un diario que le ayudaría a leer el mundo, y que conoció a muy temprana edad los rigores del hambre y las más estrambóticas maneras de conseguir algo de comida. Se convirtió después en una multipremiada autora y el mundo le celebró sus novelas, donde pinta esa Cuba que le había traído tanta amargura.

Es así que este libro es una montaña rusa de emociones y episodios en un cuadro amplísimo de temas en los que Zoé se mueve con soltura.

Hablar con Cuba y con Martí

“Anoche hablé con Cuba”, escribe al inicio del texto “Zinc y calamina”. Y sigue: “Cada vez que hablo con Cuba son, después, de tres a seis meses de tratamiento psiquiátrico intenso psicoanálisis”. En esta confesión Zoé condensa con tino la interminable batalla del cubano exiliado y su familia en Cuba, en una cadena de pedidos y suministros.

José Martí es una nota recurrente en su vida, tanto personal como literaria, que en ella viene a ser un conjunto. Ávida lectora del Apóstol, Zoé salió al exilio gracias a su participación en unas jornadas sobre Martí en París, y le rinde en este libro un precioso homenaje, atrevido quizás para algunos, donde lo convierte en un hombre de carne y hueso.

En efecto, la intensidad de este libro es palpable en cada esquina de esta ciudad de memorias y cementerios, como notas al pie de una vida bien vivida, lúcida, creativa. Resulta exquisito leer a una escritora que no teme a los desnudos literarios y que sabe reír entre heridas, poner a ciertas personas en su lugar y ser esa aleación rara y salvaje que solo puede darse en ella: “una mezcla de Celia Cruz, la perrita Laika y Buster Keaton”, una mujer que trabajó recogiendo fresas en un campo de Narbonne y fue finalista del Premio Planeta.

Zoé es en sí misma un cuerpo literario. Es la mujer que posó desnuda para Balthus, la que fue una extranjera en su isla natal, la que iba a visitar a Dulce María Loynaz con una chaveta en el bolso, la que sueña con Martí (“el alma más limpia de Cuba”), la hermana de Gustavo Valdés Rivera, la que se refugia en los museos para amar a las pinturas, la que en su época rebelde odiaba ser cubana, la china-irlandesa “con cara de trastorná”, la que nació en “el año de todas las traiciones”, la que escribe “para descubrir cada día el amor”, la hija de Gloria.

Curtida de solares de La Habana Vieja y asidua visitante del Louvre, se desliza en estas memorias de lo popular a las referencias cultas, porque nadie mejor que ella para llevar, cada 5 de agosto, el “Mambo del amor” de Celia Cruz a un cementerio parisino. Aquí hay que hacer un alto, porque esas visitas, esos rituales para su madre son parte de un inmenso amor que dibuja en el capítulo “Un tesoro”. Allí habla de su madre, “que olía a mandarinas”, y saca las lágrimas al lector.

“Sigo nutriendo y siendo, pese a la distancia reorganizada en retahíla, la misma escritora, la misma mujer. A la que le han pedido presentarse a través de su obra en un montón de oportunidades, y siempre lo ha hecho con más timidez que soberbia, con un burujón de dudas, tal vez muchas más que de certezas; con el deseo de llegar a la mayor cantidad posible de estudiantes y de jóvenes lectores con pocos recursos, en los que creo más que nada porque he sido como ellos”, plantea en una de sus memorias. Y añade que “la vida no vale la pena vivirla sin arte, pero mucho menos sin libertad”.

Más sobre la autora

Zoé Valdés (La Habana, 1959), escritora de poesía, novela y guiones cinematográficos, ingresó en la Facultad de Filología de la Universidad de La Habana, y entre 1984 y 1988 formó parte de la Delegación de Cuba ante la Unesco en París. Tras regresar, comenzó a ganarse la vida como guionista y luego fue subdirectora de la revista Cine Cubano.

En 1995, invitada a unas jornadas sobre José Martí en París, pidió asilo político. "Sangre azul" fue su primera novela, género que más ha cultivado aunque sin abandonar la lírica; ha editado también literatura infantil. Entre sus galardones destacan el Fernando Lara de Novela por "Lobas de mar" y el Azorín por "La mujer que llora". Ha sido tres veces finalista al Médicis Extranjero en Francia, y ha sido asimismo finalista del Premio Planeta con "Te di la vida entera".

Fue redactora jefe de la revista de arte ARS Magazine (EEUU) y colabora en publicaciones como El País, El Mundo, El Semanal, Qué leer, Elle, Vogue, Le Monde, Libération, Le Nouvel Observateur o El Universal de Caracas. Jurado de prestigiosos certámenes literarios, además de escribir guiones ha codirigido un cortometraje —"Caricias de Oshún"— y ha sido miembro del Gran Jurado del Festival de Cannes. Su obra ha sido traducida a numerosos idiomas.

Puede encontrar el libro en este enlace.

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