viernes 14  de  marzo 2025
PERIODISTA Y ESCRITOR SATÍRICO

Démosle una oportunidad a la juerga

MADRID.- Dos borrachos dicen ser agentes secretos, altos cargos de la seguridad personal de Obama. Y lo son. Han empotrado el coche contra las barricadas con bastante arte

Diario las Américas | ITXU DÍAZ
Por ITXU DÍAZ

MADRID.- Son las diez y media de la noche. Cerca de la Casa Blanca, los agentes de guardia inspeccionan un paquete sospechoso. Han  instalado una pequeña barricada de protección. Una rutina en la que todo debe estar cuidado al milímetro. La operación transcurre con normalidad, hasta que aparece un coche con las luces de policía encendidas en lo alto y se lleva por delante la cinta, la barricada, y el anonimato de sus ocupantes.

Dos borrachos dicen ser agentes secretos, altos cargos de la seguridad personal de Obama. Y lo son. Han empotrado el coche contra las barricadas con bastante arte. No ha trascendido si después se bajaron del auto y jugaron a pasarse el paquete sospechoso el uno al otro por encima de la cabeza de los policías al grito de “¡Atrápalo si puedes!”. Lo evidente es que el paquete no era una bomba y que lo único peligroso que había en la escena era la intoxicación etílica de Mark Connolly y George Ogilvie, que son ahora los dos agentes secretos menos secretos de la historia.

Leo en el reglamento que está prohibido encender las luces del coche de policía si no hay una emergencia. Leo también que está prohibido conducir borracho un coche de policía. Por tanto los agentes ebrios cumplieron con su deber al activar las luces. Al fin y al cabo, no se me ocurre mayor emergencia que dos policías borrachos conduciendo como locos por Washington.

En cuanto a negarse a hacer las pruebas de alcoholemia, tiene su explicación. Veamos. Acabas de destrozar un coche del Gobierno contra el perímetro de seguridad de un paquete sospechoso en las inmediaciones de la Casa Blanca. Y te bajas del auto con la identificación entre los dientes, los mofletes rojos, y la mirada vidriosa. Y todos los policías al oeste de la Casa Blanca saben que esta tarde se celebraba una juerga en un bar próximo: la fiesta de jubilación del portavoz del servicio secreto Edwin Donovan. Así que, sinceramente, no creo que haga falta ninguna prueba de alcoholemia. Está todo demasiado claro.

A juzgar por el grado de embriaguez de estos dos tipos, lo extraño es que no hayan sido quince los coches accidentados en presunto acto de servicio de emergencias en diferentes puntos de la ciudad. Tampoco habría resultado extraño que el propio Donovan intentase entrar en el recinto de la Casa Blanca encabezando una línea de conga de policías hipnotizados por el whisky, y entonando viejas canciones de la academia policial. Oigan, uno solo se jubila una vez en la vida...

Los agentes no han sido expulsados. Serán sometidos a una investigación y, mientras tanto, los han reubicado en otras labores que no han trascendido. Los rumores apuntan a que Connolly y Ogilvie han sido reubicados en el área más delicada del despacho oval, es decir, al mando del Liquor Cabinet.

Los medios pagarían millones por unas imágenes que, por cierto, existen. Aunque se supone que no verán la luz, a menos que alguien quiera terminar definitivamente con la carrera del nuevo director del Servicio Secreto, Joseph P. Clancy, que fue nombrado por Obama el mes pasado, después de varios fallos graves de seguridad en la Casa Blanca.

Admito mi complicidad con los agentes. A fin de cuentas, solo se me ocurre algo más divertido que la sensación de ser el segundo hombre más importante en la Seguridad del presidente de los Estados Unidos, y es sentarse intoxicado a bordo de un coche de policía junto a otro compañero, cruzarse la mirada, pisar a fondo el acelerador, y sentirse los mismísimos Blues Brothers arrasando el centro comercial mientras suena a todo volumen ese himno frenético de Can't Turn You Loose. ¡Basta! ¡Yo estoy con Connolly y Ogilvie! ¡Démosle una oportunidad a la juerga! ¡Arriba el viejo Donovan! A propósito, ¿alguien tiene otra copa por ahí?

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