Cerca de mil elefantes amenazados por el hambre abandonaron los sitios turísticos de Tailandia, vaciados por la pandemia de COVID-19, para regresar a su lugar de origen en una ola migratoria sin precedentes que entraña riesgos para los paquidermos.
Cerca de mil elefantes amenazados por el hambre abandonaron los sitios turísticos de Tailandia, vaciados por la pandemia de COVID-19, para regresar a su lugar de origen en una ola migratoria sin precedentes que entraña riesgos para los paquidermos.
Explotados en parques de atracciones o en "santuarios" que suponen jugosos negocios -a costa de un adiestramiento brutal aunque sus amos hacen alarde de cuidarlos según criterios éticos-, los 3.000 elefantes empleados en el turismo se han quedado en paro desde el cierre súbito de estos centros a mediados de marzo.
"Pensábamos que la pandemia se controlaría rápidamente y que se recuperaría la normalidad, pero hemos perdido la esperanza", cuenta a la AFP Chaiyaporn, mahout (cuidador) de elefantes desde hace quince años.
Para que los siete paquidermos a su cargo no mueran de hambre, el mahout inició un periplo de 100 kilómetros en medio de bosques espesos del norte del reino para llevarlos a su lugar de origen.
El calor es agotador y el rebaño se desplaza antes de la salida del sol y al final de la tarde. El animal recorre entre cuatro y cinco kilómetros por hora y las pausas son frecuentes para que puedan ingerir los 300 kilos de hierba y plantas que necesitan al día.
"Están agotados pero felices. Tienen muy buena memoria. Parece que años después de haberse ido saben que vuelven de nuevo a casa", sonríe Chaiyaporn durante el viaje hacia la pequeña localidad de Huay Pakoot, a 180 kilómetros de Chiang Mai (norte).
En dos meses, un millar de elefantes han regresado a sus raíces y decenas más han emprendido el camino de retorno.
"Una ola migratoria de tal envergadura en un lapso tan corto de tiempo no tiene precedentes en el país", dice Theerapat Trungprakan, presidente de la Thai Elephant Alliance Association.
Libertad imposible
En Huay Pakoot, 92 paquidermos cohabitan ahora con los 400 habitantes de la localidad.
Dejarlos en libertad es imposible ya que entrarían en conflicto con los centenares que están en estado salvaje y podrían ser víctimas de accidentes y enfermedades.
Acostumbrados a tener que llevar a turistas en su lomo, a bañarse con ellos o a realizar actividades como en un circo, estos elefantes han dejado de ser explotados gracias al coronavirus.
Pero el regreso a sus orígenes también genera problemas. Los vastos bosques que rodeaban el pueblo han sido talados para plantar maíz y ya no pueden alimentar a una manada tan grande.
Jira, un joven mahout que ha caminado dos noches y tres días desde Chiang Mai con sus paquidermos, pretende cultivar hierba, plátanos y caña de azúcar si la crisis continúa.
"Sin instalaciones apropiadas, Huay Pakoot no está preparado para gestionar a largo plazo a tantos animales", dice Theerapat Trungprakan, cuya ONG suministra alimentos y medicamentos.
Según él, es muy probable que surjan conflictos con los habitantes, sobre todo, porque los paquidermos destruirán sus cultivos.
Y las peleas entre elefantes, que suelen causarlos graves heridas, ya han empezado.
Otro temor es que algunos puedan ser utilizados para transportar madera pese a que está prohibida su explotación en la industria forestal.
"Los mahouts no tienen ingresos y la mayoría no recibe ninguna ayuda del gobierno, y muchos no tendrán más alternativa que hacerlos trabajar", dice preocupado Saengduean Chailert del Parque Natural de los Elefantes, que aboga, no obstante, por el regreso a los pueblos mientras amaina la crisis.
Los profesionales instan a las autoridades a que hagan algo. "Hay que destinar 40 dólares diarios por animal, porque de lo contrario la supervivencia está en juego", advierte Theerapat Trungprakan.
Otros esperan que este periodo sirva para hacer una profunda reflexión sobre el papel de los paquidermos en la industria del turismo.
El número de elefantes en cautividad aumentó un 30% en 30 años en este sector que carece de regulación. Una vez domesticado, el animal está considerado como ganado según la legislación tailandesa, a diferencia de los salvajes que están protegidos.
El sol está en su zénit cuando Chaiyaporn lleva sus elefantes a su baño diario. "En Huay Pakoot, nos ocupamos de los elefantes desde hace 400 años, nunca los abandonaremos", dice.
FUENTE: AFP