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Las fuerzas de seguridad del país euroasiático emplean todo su potencial para combatir, puerta a puerta, a los rebeldes del proscrito Partido de los Trabajadores
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Gases lacrimógenos en el puesto de control, helicópteros sobrevolando Diyarbakir en círculos, sonido de disparos en el cerrado barrio de Sur: las fuerzas de seguridad turcas emplean toda su potencial para combatir a los combatientes del proscrito Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) en la metrópolis en el sureste de Turquía.
Desde el 2 de diciembre rige, con sólo una breve interrupción, un toque de queda vigente las 24 horas del día en amplias zonas de la ciudad vieja.
La pasada primavera (boreal), el gobierno turco aún negociaba la paz con el PKK. Pero en sólo unos meses, amplias regiones del sureste de Turquía viven situaciones similares a las de una guerra civil y cientos de personas han muerto desde julio, cuando se rompió el alto el fuego. Combatientes de la organización de las juventudes del PKK, la YDH-H, excavan tumbas, levantan barricadas y luchan contra las fuerzas de seguridad de Ankara.
Además de en Sur, la ciudad vieja de Diyarbakir, declarada en verano (boreal) Patrimonio Mundial de la Humanidad, en la semana que termina rigen toques de queda en otras cuatro zonas donde, según el Ejército, decenas de miembros del PKK han perdido la vida. El primer ministro, Ahmed Davutoglu, anunció que combatiría al PKK "barrio por barrio, casa por casa y calle por calle".
"En estas casas no hay terroristas, sino civiles", dice Abdusselam Inceören, de la asociación de derechos humanos IHD en Diyarbakir. Considera que el toque de queda de 24 horas es ilegal y acusa a las fuerzas de seguridad de violaciones de los derechos humanos. "Utilizan misiles y tanques, sin consideración a si hay mujeres, niños o ancianos". El representante de la IHD para el sureste de Turquía está convencido: "Los ataques se dirigen contra el pueblo turco".
El silencio de la UE
Y mientras tanto, la Unión Europea (UE) calla. "No hay reacción de la UE. Una vez más, Europa no condena la violencia". En realidad, las críticas de la UE a Turquía, país candidato a entrar en el bloque comunitario y a su socio en la OTAN se han acallado en espera de atraer el favor turco en la gestión de la crisis de refugiados en Europa.
En la entrada de la zona cerrada en Sur, policías expulsan gritando a todo el que pretende acercarse. En las zonas de acceso están desplegados vehículos blindados de la policía y el Ejército y junto a ellos, fuerzas de la seguridad vestidos de civil, con fusiles automáticos que no se dejan fotografiar.
El nerviosismo es tangible. En un puesto de control aún más cerca de la zona cerrada, el reportero alemán autor de este reportaje y su acompañante local son retenidos durante 45 minutos por la policía.
Un país en paro
Ante la zona cerrada se acumula la basura en las calles, pues los servicios de recogida no funcionan desde hace días. En la sede de la administración regional, dominada por el partido prokurdo HDP, ondea una bandera negra. Casi todas las tiendas están cerradas y los comerciantes vagan por ahí en grupos.
Apenas un interlocutor kurdo quiere ser citado con su nombre para el reportaje, debido al miedo que le tienen al Estado. "El negocio no me importa. Ahí dentro está muriendo la humanidad", comenta un comerciante señalando la zona de acceso prohibido. "En el oeste de Turquía se disfruta de la vida mientras en el este la gente muere".
Serdil Cengiz, de 21 años, fue abatido por las fuerzas de seguridad el pasado lunes en Diyarbakir en el marco de las protestas violentas contra el toque de queda decretado en Sur. En el funeral, un familiar cercano aseguró que el estudiante recibió un disparo dirigido a la cabeza y sostuvo que, al contrario de lo que dice la policía, el joven no iba armado. "El Estado lo ha asesinado". El gobierno está cometiendo una "masacre" contra los kurdos a los que considera poco menos que animales. "Ni siquiera somos ciudadanos de segunda clase".
El día de la muerte de Cengiz y de otro manifestante, el PKK detonó un explosivo en la carretera que une Diyarbakir con Silvan, a unos 80 kilómetros de distancia. Tres policías murieron. La explosión fue tan fuerte que arrancó un carril. Estos días, tanques patrullan la carretera que conduce a Silvan mientras que soldados buscan a pie más explosivos a los lados de la carretera.
En Silvan, el Gobierno ha decretado seis toques de queda desde agosto, el más reciente hasta ahora de 13 días y que terminó hace un mes.
En el barrio de Tekel, calles enteras recuerdan a una zona de guerra y en todas las fachadas de las viviendas hay impactos de bala. Los daños en muchos edificios son típicos de los disparos con armas pesadas. "No teníamos electricidad, agua, cobertura telefónica, conexión de teléfono fijo ni Internet", cuenta un panadero. Además, francotiradores disparan también contra civiles que querían retirar los cadáveres de las calles, asegura.
Un vecino asegura que la policía incluso disparó contra ganado y perros. Y las fuerzas especiales pintaron graffitis que decían: "Si eres turco, tienes que estar orgulloso. Si no, obedece". Los vecinos empezaron a borrarlos y también a reconstruir sus viviendas, incluso sabiendo que la situación podría recrudecerse.
Hasta ahora, 800 viviendas han resultado dañadas en los últimos combates y 100 de ellas están inhabitables, según Hamdiye Bilgic, del ayuntamiento de Silvan. Ocho civiles fueron asesinados por las fuerzas de seguridad en 13 días.
Al igual que otros kurdos, también ella protege a combatientes del YDG-H, que Ankara considera terroristas. "Son personas que se defienden", asegura Bilgic. En la guerra civil de los años 90 las fuerzas de seguridad mataron a cientos de personas en Silvan. "Quienes ahora combaten, son sus hijos", añade.
Bilgic considera que el presidente Recep Tayyip Erdogan no quiere la paz. "Es el principio de una guerra civil", teme.
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