MIAMI.- RUI FERREIRA
Especial
El Gobierno de Vladimir Putin no ha dado ninguna información precisa sobre las causas del accidente y todo parece indicar que se dejará un manto de dudas sobre el accidente
MIAMI.- RUI FERREIRA
Especial
La caída del avión Airbus ruso sobre el desierto del Sinaí, en Egipto, no sólo está rodeada por un halo de misterio, sino que ha dejado en evidencia ese ambiente “soviético” en el que vive inmerso el presidente Vladimir Putin. Durante más de seis décadas, la ex Unión Soviética se ha caracterizado por crear un ambiente de secretismo donde la revelación de todo detalle políticamente sensible ha sido siempre vista como una forma de “ayuda” al enemigo, en este caso Estados Unidos y las potencias occidentales.
Pero también ha sido una forma de mantener un férreo control sobre el sistema y todo tipo de informaciones sensibles que pudiera poner en causa su fortaleza. El silencio era, en esas ocasiones, una forma de blindar al régimen y transmitir la imagen de que todo lo tenía amarrado.
Ahora, la forma en que el Gobierno ruso y su mandatario reaccionaron ante el accidente del vuelo 9268 de la aerolínea Metrojet, trajo al primer plano esa característica de los gobiernos autoritarios. Después de todo, Putin, un exfuncionario de la KGB que hizo toda su carrera en el marco de la sociedad totalitaria, se está comportando como un buen “aparatchick” de la era soviética. Se mantiene en silencio.
Sus portavoces argumentan que todavía no hay mucho que decir, las investigaciones apenas comienzan y ni en Estados Unidos se tiene una idea clara de lo sucedido.
La posibilidad más factible es que haya sido un atentado con una bomba que explotó en pleno vuelo y la versión de que una facción del Estado Islámico derribó el vuelo con un mísil se muestra a cada minuto menos probable porque, como indica un artículo de la revista Jane’s Defense, no hay forma de atacar desde tierra un avión que se desplaza a 31.000 pies de altitud.
Control del kremlin
Putin habló, pero lo hizo de una forma que para muchos observadores es un indicio de que el silencio se va a imponer en este caso. El mandatario apareció en la televisión local y se limitó a presentar las condolencias a las familias de las víctimas. Como indica Horacio Jackson, un analista británico, “decir más que eso sería admitir que no tiene todo bajo control”.
Aparentemente, lo que el líder ruso teme es que se sepa que no tuvo en cuenta todas las variantes en términos de consecuencias de su intervención en el conflicto sirio. Tampoco parece desear que sus compatriotas tengan una noción clara de esas consecuencias en términos de pérdidas humanas. Tal como sucedió con los soviéticos cuando en 1979 intervinieron en Afganistán y que los arrastró a una guerra sangrienta.
Cuando el submarino nuclear ruso Kursk se hundió en el Mar de Barents en agosto del año 2000, Putin llevaba seis meses sentado en el Kremlin y lo que se siguió fue una muy bien planificada operación de silencio de los detalles del accidente.
Y el estilo soviético de ocultar la verdad estaba de vuelta. Familiares de la tripulación se vieron impedidos de denunciar el silencio gubernamental, fueron amenazados, hostigados y una de las viudas pasó unas semanas en la cárcel. Otra fue ostensivamente sedada con una jeringuilla administrada por un miembro de los servicios secretos cuando se aprestaba a intervenir en una conferencia de prensa.
Putin y su educación “soviética” le impedían aparentemente que se conociera la verdad porque hubiera sido admitir que la Marina rusa no era tan desarrollada y segura, y que él y su Gobierno tampoco tenían control de la situación. O tal vez quiso ocultar algo mucho más siniestro.
Información a los medios
Ahora nada ha cambiado. El lunes en una conferencia de prensa en Moscú, el director de Metrojet, Alexander Smirnov, pareció cumplir con un guion preestablecido como en los viejos tiempos. Ni siquiera faltó el aporte personal.
“No creemos que haya sido un fallo técnico. El avión estaba volando impecablemente y nunca tuvo problemas. Yo mismo he volado en él recientemente”, dijo. Pero tampoco especuló sobre un atentado.
Sin embargo, la viuda de uno de los pilotos dijo horas antes a un canal de televisión ruso que su esposo se había quejado el mismo día del fatídico vuelo de que el Airbus 320 padecía de problemas mecánicos.
El aparato fue construido en 1997 y estaba al servicio de la aerolínea desde 2012, después de haber volado por cuenta de la aerolínea libanesa Middle East Airlines. Tenía 56.000 horas de vuelo acumuladas en 21.000 vuelos y pasó por algunos percances.
Según Aviation Safety Network, durante un aterrizaje en El Cairo en 2001, la cola rozó la pista y tuvo que ser reparada en el lugar. Hace dos años, el Airbus 320 tuvo que ser retenido en tierra cuando los mecánicos detectaron fisuras en el fuselaje. Fueron reparadas pero meses después volvieron a aparecer grietas en otro lugar y, esta vez de mayor gravedad, lo que obligó a una reparación de gran envergadura, y no fue retirado como suelen hacer la mayoría de las compañías aéreas.
¿Dónde está la verdad? Es posible que nunca se sepa. Al menos mientras perduren los hábitos soviéticos en el Kremlin de Vladimir Putin. Hasta hoy tampoco se sabe lo que realmente sucedió en el submarino Kursk. Como tampoco los rusos se han enterado de los entresijos de la guerra de Chechenia o de la invasión de Ucrania.
Todo lo que se haga en nombre del “silencio oficial” está supuestamente justificado con aquello de que puede ayudar “al enemigo”. Que los rusos no se enteren de la verdad parece ser simplemente una “consecuencia colateral”.