Caracas, es una mala palabra para la llamada Revolución. El ensañamiento contra nuestra amada ciudad ha sido, botón de la muestra, del odio de la mafia desgobernante, como instrumento de cohesión colectiva.
Caracas, es una mala palabra para la llamada Revolución. El ensañamiento contra nuestra amada ciudad ha sido, botón de la muestra, del odio de la mafia desgobernante, como instrumento de cohesión colectiva.
Es verdad. Para el cultivo de sus adherentes, también ha operado el saqueo. Pero éste, por muy mil millonario que haya sido, es coto de caza de la aristocracia narcocomunista.
Odio y más odio, contra todo y para todos, es menos oneroso y más distributivo. Odio a la meritocracia, a la puntualidad, a la palabra empeñada, a la decencia. Odio contra los “pelucones”, los “escuálidos”. Contra la inteligencia, el diferente, contra ellos mismos, porque los codazos asesinos han dejado, hordas de narcocamaradas, a la vera del camino. Odio contra el que usa cuchillo y tenedor al sentarse a la mesa. Contra quienes se han ganado el pan con el sudor de la frente. “Odio -según la germanía de cada mandón, nacional o parroquial- contra lo que me venga en gana, po’ que pa’ eso, semos gobielno”.
La exaltación de un pretendido provincianismo ramplón, orillero, de pacotilla, pronto se desbordó en inquina contra Caracas y contra quienes tuvimos la dicha -ahora convertida en infortunio- de residir o haber nacido, en la capital.
Los “caraqueñitos”. Así de acomplejado, sintiéndose inferior -que lo es, en efecto- nos llamó la hiena cucuteña. No se dio cuenta, el infeliz, que con el empleo de la tercera persona, en plural, además de marcar distancia, delató, más expreso que tácito, su procedencia foránea. Una comisión parlamentaria se afanó en exceso que la enaltece, tras la prueba del verdadero lugar de nacimiento del narcotirano. Después de traicionado por su propio subconsciente, escaso, pero traicionero como su poseedor, sobran más pruebas.
Igual o peor, a su mala uva contra Caracas, fue la de su predecesor. En los comienzos de la RoboLución, amenazó con mudar la capital al Cajón del Apure. Luego, promovió su ingobernabilidad mediante una supuesta autoridad local, a dos niveles, que él mismo se encargó de sabotear. Sin contar que a la vuelta de unos pocos años, mentor y pupilo, mandaron, de manera sucesiva ¡Presos! a dos de sus alcaldes metropolitanos y a tres más de sus pares municipales. Intentar algo bueno por ciudad, es delito de lesa revolución. El ultraje más reciente que no será el último, haber promovido en la cima del “Cerro del Ávila”, un centro para la bacanal y jactancia de lo mal habido. De “Sucursal del Cielo” a “Casa Matriz del Purgatorio” como detritus del encono y la desvergüenza de una montonera.
¿Hubo en los últimos cuatro años, alcalde o alcaldesa de nuestra capital? ¿Alguien, lo vio o la vio alguna vez, si es que de veras existió, en mano a mano contra el COVID-19, el hampa, la basura, la escasez de los servicios elementales? ¿O será que, que la citada autoridad, antes de nacer, murió, por inmersión o de hepatitis “C” por ganar la apuesta de algún predecesor de sanear el río Guaire y después cruzarlo a nado?
El jueves pasado circuló el rumor que, a solo tres meses de renovar los mandatarios locales, el partido oficialista, habría obligado a renunciar a la matrona que supuestamente -aunque solo a ella le consta- llenó plaza en la alcaldía de la ciudad.
Los últimos cuatro años se los han pasado peculando, desatendiendo, destruyendo a la ciudad de la manera más criminal; asociándose con las bandas de asesinos que la azotan; malversando su tesorería y ahora pretenden desembarazarse del desastre.
Que odien, es su “derecho inconstitucional” que ejercen con desmesura. Otra cosa es que crean que los demás -caraqueños incluidos- somos imbéciles.
@omarestacio
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