En un mundo donde la diplomacia debería ser un escudo contra la barbarie, Reino Unido, España y otros países optaron por rendirse ante el Kalashnikov. Al reconocer a Palestina como Estado en medio de una guerra iniciada por Hamás, han convertido el terrorismo en interlocutor legítimo. No han premiado la paz: han institucionalizado el chantaje armado.
La ética kantiana nos exige tratar al ser humano como fin, nunca como medio. El terrorismo, por definición, convierte al civil en instrumento de presión. Lo deshumaniza. Lo sacrifica. Y cualquier causa que lo utilice como herramienta queda moralmente corrompida.
El terrorismo que ataca civiles en Israel y luego se oculta cobardemente entre la población civil en Gaza en espera de que el contraataque cause la mayor cantidad de víctimas inocentes, busca invertir la narrativa: que el agresor parezca víctima y el defensor, verdugo. El terrorismo no repara en causar víctimas entre su propio pueblo si eso contribuye a su causa, y la actual guerra ha dejado mucho inocentes muertos.
Reconocer a un actor que no ha renunciado a esa lógica es abdicar del deber moral. Es legitimar el uso del ser humano como moneda diplomática.
Quienes hoy abogan por la creación de un Estado palestino han caído en la trampa de la narrativa de la victimización palestina, que pretende hacer ignorar cinco momentos históricos en que se les ofreció la creación de un Estado y que fue rechazado:
1937 – Plan Peel
1947 – Plan de partición de la ONU
2000 – Cumbre de Camp David (Barak-Arafat)
2008 – Propuesta de Olmert
2020 – Plan Trump
Cuando el rechazo es sistemático como ha quedado demostrado, el deseo de coexistencia se vuelve sospechoso. ¿Realmente se busca un Estado? ¿O se busca la desaparición de Israel bajo la retórica de la resistencia?
ETA, IRA y el doble estándar occidental
Ni ETA logró un Estado vasco, ni el IRA consiguió la unificación de Irlanda por medio del terror. Solo cuando abandonaron las armas, sus causas encontraron espacio político. ¿Por qué entonces España y Reino Unido reconocen a Palestina mientras Hamás sigue armado, activo y sin renunciar a su objetivo de eliminar a Israel?
La coherencia ética no puede ser selectiva. Si el terrorismo es inaceptable en casa, no puede ser diplomacia en el extranjero. ¿Por qué no se exige primero que Hamás (y los otros grupos yihadistas como la Yihad Islámica, PRC, Jaysh al-Ummah, Tawhid wal-Jihad o Ansar al-Din) se desarmen antes de reconocer un estado palestino?
¿Palestina como Estado? La Convención de Montevideo responde
La Convención de Montevideo de 1933 establece cuatro requisitos esenciales para que una entidad sea reconocida como Estado:
- Población permanente
- Territorio definido
- Gobierno efectivo
- Capacidad de entrar en relaciones con otros Estados
Hoy, Palestina no cumple con tres de estos criterios:
- Territorio definido: No existen fronteras claras. La proclama “desde el río hasta el mar” no propone límites: propone la eliminación de Israel. Un Estado no puede nacer de la negación de otro.
- Gobierno efectivo: Gaza está gobernada por Hamás, Cisjordania por la Autoridad Nacional Palestina. No hay unidad, ni coordinación, ni legitimidad compartida. Entre ellos no se reconocen, mucho menos pueden representar a un Estado unificado.
- Capacidad de entrar en relaciones con otros Estados: El desconocimiento de Israel por parte de Hamás, que gobierna Gaza y su proclama que elimina a Israel del mapa, demuestra su incapacidad de tener relaciones con su vecino.
Reconocer a Palestina como Estado en estas condiciones no solo contradice la ética kantiana: contradice el derecho internacional. Es diplomacia sin ley, reconocimiento sin Estado.
¿Síndrome de Estocolmo?
En lugar de exigir la renuncia al terrorismo, varios países han optado por reconocer a Palestina como Estado en medio de una guerra iniciada por Hamás. Son democracias que, en lugar de defender el principio kantiano, se identifican con el agresor y lo premian.
Reino Unido, Francia, Canadá, Australia, Portugal, Bélgica, Luxemburgo, Malta, España, Irlanda y Noruega, al reconocer a Palestina como fruto de los actos terroristas de Hamás, han legitimado la diplomacia del Kalashnikov. Han legitimado el derramamiento de sangre, reviviendo la época en que el imperio musulmán se expandió a punta de espada.
A pesar del impacto humanitario del bloqueo a Gaza —impuesto tanto por Israel como por Egipto para prevenir el flujo de armas a Hamás y otros grupos yihadistas—, el rechazo sistemático a ofertas de paz por parte de líderes palestinos perpetúa el ciclo de violencia.
Cuando el reconocimiento diplomático se convierte en respuesta emocional al sufrimiento, sin exigir responsabilidad ni renuncia al terror, la diplomacia deja de ser ética y se convierte en complicidad simbólica.
Este reconocimiento no construye paz, pues no exige condiciones ni premia la moderación. Es un gesto vacío que legitima el terrorismo y los ataques indiscriminados contra población civil como herramienta de negociación. Es la diplomacia que dispara primero y pregunta después.
La paz no se obtiene como fruto de un decreto: se construye. Y no se construye sobre cadáveres ni sobre rehenes. Reconocer a Palestina sin exigir la renuncia explícita al terrorismo es abdicar de la ética diplomática.
Es dejar que la diplomacia sea rehén del miedo. Es rendirse ante el fusil.
Usar a otros como instrumentos para alcanzar objetivos—como lo hace el terrorismo al convertir civiles en moneda de presión—es inmoral, sin importar el fin perseguido.