Esta es una historia de espionaje impactante que parece salida de una serie de Hollywood, pero que ocurrió en la vida real. Un agente federal del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Edwin López, desplegado en la embajada norteamericana en República Dominicana, intentó reclutar al piloto personal del narco-dictador Nicolás Maduro para capturarlo vivo. No era un soldado cualquiera. Era el coronel Bitner Villegas, oficial de la Fuerza Aérea venezolana, miembro de la mal llamada “Guardia de Honor Presidencial” y hombre de absoluta confianza del dictador. El objetivo era tan audaz como claro: lograr que desviara el avión presidencial hacia territorio bajo control estadounidense —República Dominicana, Puerto Rico o Guantánamo Bay— para permitir su captura inmediata.
 
   El plan se activó cuando dos de los jets ejecutivos usados por Maduro aterrizaron en República Dominicana para ser reparados, en aparente violación de las sanciones internacionales impuestas por Washington. Esa presencia despertó la atención de los servicios de inteligencia estadounidenses. López aprovechó la oportunidad y contactó directamente a Villegas. Lo citó en un aeropuerto ejecutivo de Santo Domingo, donde en mayo de 2024 se produjo una reunión privada que hoy forma parte de los reportes oficiales.
 
		  Allí, el agente estadounidense le habló sin rodeos. Le ofreció protección, dinero, salida segura y una nueva identidad. Le propuso algo más grande todavía: convertirse en el hombre que ayudara a poner fin a la dictadura. Villegas escuchó, mostró pruebas de su papel dentro del círculo presidencial, confirmó que había volado tanto a Chávez como a Maduro, y aceptó seguir en contacto. Desde entonces, mantuvieron comunicación cifrada. López le recordó la existencia de una recompensa millonaria por la captura de Maduro. Pero el piloto nunca dio el paso final. Desapareció. Eligió el silencio. Eligió no traicionar.
 Mientras tanto, Estados Unidos avanzó en la incautación de dos aviones vinculados al régimen venezolano. Era una operación de presión política y financiera, pero también psicológica. El mensaje era claro: Washington puede tocar la estructura aérea del chavismo, puede intervenir su logística, y puede acercarse a los hombres más leales del entorno de Maduro. Todo sin disparar un tiro. Es una demostración de fuerza y de alcance.
 Este episodio marca un punto de inflexión. Washington ya no trata a Maduro como un presidente incómodo, sino como un objetivo criminal. Las acusaciones de narcotráfico y corrupción contra su círculo cercano no son discurso político, son expedientes abiertos en cortes federales. El intento de reclutar al piloto presidencial es la prueba de que la confrontación ya no es diplomática ni simbólica. Es operacional. Es abierta. Es directa.
 La operación falló porque el piloto dijo: “No”. No por convicción. No por lealtad. Por miedo. Porque en los regímenes comunistas, la traición no se castiga solo con la muerte del traidor, sino con la de su familia. Villegas sabía lo que significa desafiar al sistema desde dentro. Sabía que Maduro no necesita recordarle consignas ideológicas. Le basta una frase. “Yo sé dónde viven los tuyos.” Ese es el tipo de terror que sostiene al chavismo. No la ideología, el miedo.
 Nadie dentro de ese aparato vive libre. Los más cercanos al dictador están vigilados las veinticuatro horas. Cada conversación, cada movimiento, cada vuelo, cada mensaje. En un sistema así, desviar un avión presidencial equivale a firmar una sentencia a muerte y la de los suyos. Cincuenta millones de dólares sirven de nada si sus hijos desaparecen. Esa es la ecuación real del poder en Venezuela.
 El silencio del coronel Villegas no es un fracaso operativo, es una radiografía del miedo. Es la muestra de que Maduro sigue en el poder no por respeto, sino porque todos los que podrían derribarlo están atrapados en una red de chantaje y terror. Y ahora, con la revelación de Associated Press, el régimen sabe que Estados Unidos logró llegar hasta su piloto personal. Eso genera paranoia. Y un régimen paranoico siempre se vuelve más violento hacia adentro. Más purgas. Más pruebas de lealtad. Más control.
 La historia no terminó con un avión desviado ni con una captura. Terminó con un silencio. Pero ese silencio es más elocuente que cualquier acción. Porque muestra cómo un solo hombre con poder real para detener a un dictador eligió callar para no condenar a los suyos. El vuelo que pudo acabar con el chavismo nunca despegó. No por falta de valor de Estados Unidos, sino por exceso de miedo dentro de Venezuela. Porque en un narco-régimen, el poder no se defiende con argumentos. Se defiende con el terror de los que todavía viven lo suficientemente cerca del dictador como para saber que traicionarlo equivale a morir.
 Ñapa: Por eso no es descabellado, ni desquiciado, ni mucho menos casualidad que un año después del intento de reclutar al piloto de Maduro, Estados Unidos haya pasado de la inteligencia silenciosa a la acción directa. Hoy se despliegan operaciones conjuntas en el Caribe y en el Pacífico, bombardeando lanchas cargadas de cocaína que salen de Venezuela y de Colombia, controladas por el chavismo y por los grupos narcoterroristas colombianos y organizaciones criminales como el Clan del Golfo. Washington ya no observa, actúa. La CIA tiene luz verde para operar en tierra venezolana, infiltrando redes, cortando rutas y debilitando el corazón financiero del Cartel de los Soles.
 Cayendo NarcoMaduro, el siguiente paso es inevitable. Tienen que ir por Gustavo Petro, hoy señalado por la administración Trump como líder del narcotráfico e incluido en la lista OFAC, también conocida como ‘Lista Clinton’, junto a miembros de su familia y de su círculo más cercano. La caída del régimen venezolano y la exposición de sus vínculos con el narcotráfico arrastrarán inevitablemente a quienes han sido sus socios, aliados políticos y logísticos en la región.