jueves 11  de  diciembre 2025
OPINIÓN

¿Hay derechos en Cuba?

En la conversación propia de la sociedad civil debemos recuperar ese nexo estrecho entre la noción de derechos y la noción de libertad

Diario las Américas | MANUEL CUESTA MORÚA
Por MANUEL CUESTA MORÚA

La pregunta puede parecer retórica para cualquiera de los dos bandos ideológicos tradicionales que, por cierto, van perdiendo predicamento en los debates políticos más perentorios de la actualidad. Para cierta izquierda, aquí van desapareciendo ciertos derechos logrados y, para la derecha, solo es un despropósito escribir Cuba y derechos en una misma oración.

Ayer 10 de diciembre, Día internacional de los Derechos Humanos, fue una confirmación, por enésima vez, de la visión predominante a la derecha: arrestos, casas de activistas convertidas en celdas temporales, y sin corriente; cortes de Internet, citaciones la víspera para monólogos policiales de advertencia penal, todo con los aderezos de la arbitrariedad y de la violación de los procedimientos legales que deben respaldar y garantizar determinados derechos.

El contexto, a días de hoy, alimenta por su parte la percepción a la izquierda: lo que está nutriendo las protestas, con un acento particularmente notorio en las tradicionales regiones de silencio bucólico, de andar tranquilo y de vida resignada como son las comunidades rurales y remotas de todo el país, es el colapso algo estruendoso de los derechos a la alimentación, a los servicios más estatales que públicos, a la vivienda digna, a la salud garantizada y a la posibilidad de asistir, también de acceder, a la educación.

Pero en la trayectoria de sus debates, la izquierda y la derecha se encuentran a menudo: juntas en los calabozos de una triste estación de policía en cualquier lugar de Cuba, para darse cuenta entonces que sus visiones paralelas sobre los derechos se están produciendo sobre un vacío capital: el de la libertad.

La conversación cívica, por un lado, y la retórica revolucionaria, por otro, alrededor de los derechos en Cuba pierde de vista, muy a menudo, el horizonte radical de que la noción de los derechos carece de fundamento y profundidad sin la conversación elemental sobre la libertad: libertad de y libertad para. Las dos libertades que preceden a la demanda común que siempre hacemos de libertad para Cuba y para los presos políticos injustamente encarcelados.

Para la retórica del poder en Cuba el tema de la libertad nunca ha sido un problema filosófico, académico o intelectual. Y no estoy muy seguro de que haya sido objeto sistemático en el pensamiento cubano. El dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada, despachó el asunto en torno a la libertad como se suele resolver en su forma prosaica y grosera: todo el que se desvíe, fuera. Física y psicológicamente. Y se entiende que donde solo fue libre el Uno, el patriarca, el Caballo, el líder de la Revolución, queda poco espacio para pensar, en libertad, la libertad abstracta, subjetiva, primera, anterior, naturalizada que es esencial para cualquier viaje intelectual alrededor de esta empresa.

¿El problema? Pues el de que, al deshacerse de la noción de libertad, así, sin más, la retórica revolucionaria no tiene otro remedio y otro recurso que el de ofrecer los derechos como la atención que un padre da a sus hijos. Llamémosle, en Cuba, Servicios del Patriarca a todo el conjunto de lo que el truco del ineludible lenguaje moderno categoriza como derechos sociales. Sin embargo, lo que tuvimos aquí, en realidad, como derechos, fue la parametración minimalista de las necesidades básicas. Algo bastante alejado del concepto de derechos humanos.

En rigor, cuando un padre alimenta a un hijo no le está satisfaciendo un derecho, está garantizando el crecimiento y la reproducción de quien vino, y a veces trajo, al mundo sin solicitud. Para el padre, el hijo no es un sujeto, es una criatura. A la ceba y a la cura de sus rasguños podemos llamarle por lo que son: actos de amor y de cuidado, pero no otorgamiento ni satisfacción de derechos. Lo que se entiende mejor cuando se voltea la moneda de esta relación: la sujeción y la obligación, que no deber, de obediencia. El padre alimenta y cura, pero porque no emancipa. Y en un régimen de obligaciones, no se concibe lo que la sociedad recibe como derechos. Otra cosa es la ficción del relato, ciertamente clave para luchar por los derechos.

Entonces ahora, a la altura de 2025, la retórica revolucionaria está atrapada en las obligaciones del padre menesteroso, con sus despensas vacías, por desdeñar la libertad. Está imposibilitada de cumplir con sus cargas, que ha querido vender como derechos que ofrece, porque destruyó aquella libertad que produce. Libertad a partir de la cual la retórica de la revolución solo podía, diría la derecha; debía, diría la izquierda, garantizar, entonces sí, auténticos derechos sociales y económicos creados en otra parte.

La situación actual es tragicómica. La llamada Revolución se aferra al poder con la repetición sempiterna de que está en ese lugar en nombre de derechos que como padre ya no está en capacidad de brindar. Por su parte, la sociedad le pide a la Revolución, no derechos propiamente, sino la manutención que como hijo merece. Cuando la sociedad abre los ojos y convierte el pedido en reclamo, la Revolución lo trata como hijo y le llama criatura desagradecida. Y cuando el reclamo se convierte en protesta, lo castiga como sujeto delincuente. Es exactamente a las bravas que nos damos cuenta que no somos hijos del Estado, y que para pensar en y tener derechos precisamos primero de la libertad. Libertad de y libertad para.

En la conversación propia de la sociedad civil debemos recuperar ese nexo estrecho entre la noción de derechos y la noción de libertad. No como soflama retórica. Qué hacer para disfrutar de ambas es materia de conversación cívica, intelectual y política, pero no pueden continuar disociadas. Su vínculo no vive en el dilema de la gallina y el huevo. La libertad de, que significa colocarle límites al Estado sobre los individuos, y la libertad para, que supone que somos los ciudadanos la fuente primera del poder del Estado, están al comienzo de todo y son las que le dan sentido a la idea de los derechos humanos.

La ecuación es como sigue: el Estado al servicio de los ciudadanos, no los ciudadanos al servicio del Estado. De esta inversión necesaria surge la auténtica conversación y potencial satisfacción de los derechos humanos. Todo lo demás es el esclavo con sus dos frazadas anuales y sus onzas de tasajo que, en su libro El Ingenio, describía el historiador Manuel Moreno Fraginals

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