viernes 6  de  septiembre 2024

La intransigencia como virtud

La historia debe servirnos para no repetir errores

En mi libro El caimán ante el espejo, publicado hace 20 años, señalaba el machismo como uno de los males de nuestra cultura política. Veía la polarización y el rechazo al diálogo como características de una sociedad patriarcal. Comentaba que discrepar de la cultura de la guerra se consideraba un síntoma de debilidad. Establecía u201cla intransigencia moral como un freno a la modernidad y el progreso u201d. Hacía referencia a ejemplos de la Cuba republicana, la revolución y el exilio. n

Años después, una u201cmarcha de la intransigencia u201d me llevó a cuestionar seriamente que se pudiera considerar como virtud oponerse incluso a la diversidad de ideas, base fundamental de los sistemas democráticos. Muchos cubanos, tanto en la isla como en el exilio, no sólo desdeñan el arte del compromiso político, sino que ven con sospecha y tildan de traidores a quienes -aun cuando busquen los mismos fines, y no cedan en sus principios éticos- sean partidarios de procurar la reconciliación nacional.
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En un artículo reciente, el profesor Lisandro Pérez sitúa el origen de esta marcada tendencia en nuestra vida política a la propia intransigencia española ante todos los intentos de los cubanos de negociar cambios en el régimen colonial. u201cEl terrorismo de los voluntarios, las detenciones y las deportaciones, el embargo de las propiedades y la violencia en los campos de batalla, le pusieron punto final a cualquier iniciativa pacífica para resolver la cuestión cubana u201d, escribe Pérez.

Y añade, refiriéndose a los albores de la Guerra de 1868: u201cEn adelante, existiría entre los cubanos muy poca tolerancia para aquéllos que favorecían la negociación y el apaciguamiento u201d. No hubo otro remedio que aceptar el machete como la única opción para una Cuba libre. La oferta de reformas de parte de España llegó muy tarde. Se produjeron divisiones en el exilio, y el clima no fue ya propicio para los moderados. n

En agosto de 1878, unos seis meses después de terminada la Guerra de los Diez Años, se constituyó en Cuba el Partido Liberal Autonomista. Fue el primer partido político cubano, y sus integrantes acudieron a la arena pública con una sola arma: la palabra. Los autonomistas aprovecharon el espacio que se abría con la legislación post-Zajón. Representaban un nacionalismo moderado. Escogieron la práctica política constitucional, posponiendo, pero no renunciando a la independencia. No funcionó como movimientos políticos anteriores u2013el anexionismo, el reformismo u2013 sino como una institución para mediar ante el Estado. Es decir, comunicar y encauzar las demandas de la sociedad. Enfrentaba los problemas sociales, políticos y económicos desde la perspectiva del liberalismo británico instaurado en Canadá. Imposible resumir su labor entre las dos guerras, pero se puede afirmar que en muchos sentidos su actuación política preparó a los cubanos para la lucha por la independencia. n

En la guerra de 1895 existió una pugna entre el civilismo de Martí y el militarismo de Máximo Gómez. Lamentablemente, al comenzar por fin la República en 1902, la historia de los autonomistas cayó en el olvido y el país se irguió sobre el culto a las gestas heroicas de los generales. Se admiraba más el machete redentor que los de debates de la Asamblea de Guaímaro. Nuestros primeros presidentes habían ganado la guerra, pero no supieron construir la paz, y de nuevo surgieron entre nosotros la intransigencia y la intolerancia como valores políticos. n

La historia debe servirnos para no repetir errores. Recientemente, una encuesta que arroja un apoyo mayoritario de los exiliados al levantamiento del embargo -aunque también una preocupación por la situación de los derechos humanos- y una entrevista a Alfonso (Alfie) Fanjul que revela haber viajado dos veces a Cuba, y contemplado invertir en la isla, si bien afirma que por el momento no hay condiciones favorables para ello, han provocado reacciones de violencia verbal e indignación en algunos sectores. nDe nuevo se manifiesta la intransigencia e intolerancia de algunos ante posiciones que contemplen el diálogo, las negociaciones, las conciliaciones de intereses, aunque sin renunciar a cambios futuros más sustanciales para esa Cuba mejor que deseamos. n

Me preocupa que persista entre nosotros, en ambas orillas, la intransigencia anacrónica, porque no sólo no es una virtud sino, como escribí hace dos décadas, representa un freno a la modernidad y el progreso. Son temas a meditar.

* La autora es miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española

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