viernes 19  de  septiembre 2025
OPINIÓN

La primera piedra

Vivencias que toman forma de relatos y conllevan a la reflexión

Diario las Américas | CAMILO LORET DE MOLA
Por CAMILO LORET DE MOLA

“¡Chino corre que se está nublando!, saca los cubos ante que los vecinos te roben los lugares” …

El chino suspende la conversación con la corresponsal independiente y entra a su casa por unos minutos para regresar cargado con una colección de vasijas y envases: trae desde un tanque plástico de gran tamaño hasta el jarro de calentar la leche.

Las nubes a las que hacen referencia son muy pequeñas y están muy lejos, la corresponsal ni siquiera se atrevía a adelantar si realmente llovería en algún momento.

“Hay que dar primero”, le dice el chino a la muchacha mientras va colocando de forma estratégica los envases en la acera del barrio, “los grandes van en las esquinas de los techos, por allí corre más el agua, los pequeños donde quiera, eso se llenan directo de la lluvia.

Llegan otros vecinos y discuten con el chino porque tiene ocupados todos los sitios “básicos”, así le dicen, como si fueran aquellos juguetes que el régimen repartía una vez al año en los 70.

“¡Segundo!” grita un flaco, marcando así su derecho a colocar sus tanques luego que los del chino se llenen, “si es que llueve mucho, porque a veces solos nos dedican unas goticas”.

El chino está molesto: “serás tercero porque yo voy doble, ¿no ves que tengo dos tanques en cada básico?”.

Según me cuenta la corresponsal hay toda una ingeniería de la miseria creada alrededor de esta mecánica para rellenar las cisternas de las casas con la lluvia, “porque lo de las pipas es una mentira o un lujo también”, les prometen que camiones cisterna mantendrán el abasto de agua periódicamente, “pero el que no las paga no las recibe y en el barrio del chino no es dinero lo que sobra precisamente.

La corresponsal me cuenta que todo se ha ido adaptando a los tiempos difíciles que se viven en Cuba, que por ejemplo las parejas esperan el apagón de cada noche para garantizar sus escarceos en los rincones del patio de la escuela de la zona y que ella ha llegado a escuchar a una muchacha protestar por la demora del apagón, “ni templar se puede aquí”, gritaba, “el día que te hace falta ni la luz te quitan”.

Esta cultura de la supervivencia lleva a los cubanos de a pie a ver como un privilegio las dos horas de luz de que disfrutan por jornada, “pero no para descansar frente al ventilador, en ese momento se desata el maratón militar, hay que hacerlo todo, poner a cargar los equipos, cocinar, lavar, escuchar la noticia y cuanto brete tienes atrasado”, explicaba a un sitio de internet una madre cubana en una entrevista reciente.

Tal pareciera que entonces aprovechan las horas de apagones para descansar, pero de inmediato la mujer desmiente, “con calor y mosquitos no hay quien descanse y el balcón es para los niños, lo mío es agitar el cartón para que ellos duerman.

Mi amiga, la corresponsal independiente, lleva días preguntándoles a los cubanos de la isla cuanto piensan que pueden aguantar en estas condiciones y es asombroso ver que el infinito de estas personas se limita al día a día, “yo sobrevivo hoy… ya vere lo que pasa mañana”.

“Para qué voy a pensar en eso si ya no hay ni para donde irse, imagínate que de la yuma están devolviendo a los que se fueron”.

Yo le devuelvo la pregunta a la corresponsal, quiero saber cuánto aguanta ella, “yo ya estoy en bancarrota, pero igual, no me queda otra que esperar, porque no seré la que lance la primera piedra, eso sí, en cuanto alguien se tire para la calle, allá voy yo también”.

Ese es el problema, la primera piedra hace rato que se está lanzando, pero hay miopía intencional.

Las protestas populares están a la orden del día, desee la esquina de Tejas en La Habana, con toques de cazuela en apagón, hasta las marchas en Gibara al oriente del país, pero ¿quién evalúa que es suficiente?, que uno de estos aislados actos de dignidad es equivalente a la pedrada que todos debemos respaldar.

“Es un problema de saturación” me dice la reportera independiente, “cada vez tienen más enemigos, cada vez la gente se atreve a más”.

Pero cada vez viven peor, y por el camino puede que terminen muriendo de hambre, desespero, de falta de expectativas, una generación sin horizontes en todos los sentidos.

“¿tú tienes la solución?” me increpa mi amiga, y con dolor le debo confesar que no, que yo no soy parte de la ecuación, que me escapé en cuanto pude, sin lanzar la piedra que ella espera.

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