Lo de Gustavo Petro con Israel no es un arrebato ni un exabrupto. Es una jugada premeditada, diseñada para distanciarnos de nuestros aliados primordiales en lo económico y en lo político, aliados que, además, han sido determinantes en la lucha contra el narcotráfico en Colombia. Estados Unidos e Israel no solo son socios estratégicos, son los que nos han brindado entrenamiento, inteligencia militar y armamento para enfrentar a los carteles y a los grupos narcoterroristas. Renunciar a esas alianzas es tanto como dinamitar la base de nuestra seguridad nacional.
No nos llamemos a engaños: Petro sabe perfectamente lo que hace. El mandatario de marras pretende desmarcarse de esa cooperación, desarmar al Estado en su frente más vulnerable y montar una narrativa en la que él aparezca como el gran luchador de los pueblos oprimidos, el mesías que enfrenta a los imperios. Su estrategia es victimizarse. Dirá (seguramente dice) que no lo dejan gobernar, que el enemigo externo lo acosa, que las potencias lo bloquean. Es el cacareado libreto de siempre, el de los populistas que necesitan fabricar un “adversario” para encubrir su fracaso.
No olvidemos que nuestra lucha contra el narcotráfico no es simbólica. Es real y se libra todos los días en los campos y en las ciudades. Sin inteligencia compartida, sin tecnología, sin apoyo logístico, Colombia queda expuesta y sola. Y esa orfandad será letal. Será ocupada por los grupos narcoterroristas que celebran cada vez que el sátrapa se pelea con nuestros aliados. Si se rompe el puente con Estados Unidos e Israel, esos grupos tendrán el camino despejado para expandirse, financiarse y meterse aún más en la política, lo que en la práctica facilitará que Petro se quede en el poder, sometiendo al país a modelos fracasados que ya conocemos en la región.
Abramos bien los ojos. Lo de las colombianas detenidas en la flotilla no fue una coincidencia ni un acto ingenuo. Fue parte del guion. Se prestaron para el juego de servir de excusa perfecta para provocar la reacción de Israel y abrirle a Petro el terreno para la confrontación. No se trata de victimizar a un par de activistas pro-Hamas porque sabían exactamente en qué se estaban metiendo. Esa detención era el detonante esperado y lo utilizaron para justificar una ruptura diplomática que estaba planificada.
Petro, al ordenar la expulsión de toda la delegación diplomática de Israel en Colombia, no da un paso aislado. Es una movida premeditada en el contexto de una estrategia que avanza con precisión, todo fríamente calculado de la siguiente manera:
1.-El sábado 27 de septiembre, Petro sale con megáfono en mano en Nueva York para llamar a la insurrección de los militares estadounidenses.
2.-Luego convoca a un gran ejército, liderado por él, en aras de defender a Palestina en clave de espectáculo político. Esa narrativa desciende a la calle y prende movilizaciones.
3.-El martes 30 de septiembre, Petro da la orden de unir las fuerzas militares de Colombia con las de Venezuela. Hablar de articular las tropas con ese régimen no es simbólico. Es una señal que altera percepciones y compromete la cooperación que necesitamos para pelear contra el narcotráfico.
4.-En redes sociales circularon convocatorias para el martes 30 de septiembre, a las 5:30 de la tarde, emplazando a colectivos, movimientos, organizaciones y personas comprometidas con la causa propalestina a coordinar acciones tendientes a desestabilizar aún más las relaciones con Israel y Estados Unidos.
5.-Después circula otro panfleto en redes en el que se coordina una movilización hacia la sede de la Asociación Nacional de Empresarios de Colombia (ANDI) en Bogotá, si es interceptada la flotilla. La logística de la calle estaba preparada para activar la protesta y la presión contra el sector privado que defiende la estabilidad económica.
6.-El miércoles 1 de octubre, Global Sumud Flotilla emite un comunicado en el que confirma que fueron interceptados por la Marina israelí y que las dos colombianas, Manuela Bedoya y Luna Barreto, miembros de la supuesta delegación, fueron detenidas.
Al analizar esta secuencia de hechos queda en evidencia que Petro tiene un plan bien orquestado, con el propósito de seguir construyendo la narrativa del enemigo externo y allanar el camino hacia la declaratoria del estado de conmoción interior. De esta manera, resulta claro que el objetivo es lograr el quiebre institucional como trasfondo para suspender, no se sabe hasta cuándo, las elecciones de 2026.
Esto no es heroísmo ni defensa de derechos. Es un plan maquiavélico en el que Petro busca reemplazar la cooperación internacional legítima por el patrocinio oscuro de los grupos narcoterroristas. Busca cambiar alianzas estratégicas por complicidades criminales. Y lo más grave, busca usar el caos como mecanismo para concentrar poder y manipular el calendario electoral.
Colombia no puede quedarse callada. La sociedad civil, los partidos y las instituciones tienen la obligación de ponerle freno a este libreto antes de que se consolide. No podemos permitir que el futuro democrático del país sea hipotecado a una estrategia que nos deja a merced de los bandidos, indefensos frente al crimen y aislados de nuestros aliados naturales. Petro no juega a la diplomacia. Petro juega al dominio absoluto. Y el costo de esa apuesta lo pagaremos todos si el tartufo se atornilla en el poder.