martes 19  de  agosto 2025
OPINIÓN

Testigos de la Historia

“Te vi pasar el otro día y rasgué los barrotes con un beso. A tu edad y corriendo, madre mía, ¡por ganar tiempo para tu hijo preso!”. – Manuel Artime

Por NINOSKA PÉREZ CASTELLÓN

Hace dos años, Ramón Couto me sugirió crear un segmento en La Poderosa que recogiera, para la historia, los testimonios de los familiares de los presos políticos cubanos. Como uno más de esa interminable lista de hombres y mujeres que han padecido el presidio más largo e inhumano de la historia contemporánea, quería que el sufrimiento de los familiares no quedara relegado al olvido. El régimen de Cuba ha sido tan cruel que no le bastó con encerrar o fusilar a sus enemigos políticos: también había que lastimar, reprimir y repartir la cuota del calvario entre sus seres queridos.

Clara Abraham, madre del líder estudiantil Pedro Luis Boitel, permanecía a la intemperie afuera del Castillo del Príncipe, en La Habana, con la esperanza de que su hijo en prolongada huelga de hambre estuviese vivo. Incluso después de muerto, no salieron a avisarle. El llanto y la angustia de aquella madre, recogidos en una entrevista realizada en Cuba por Tomás Regalado al inicio de su carrera periodística, me marcaron para siempre. Las palabras de Boitel —“Los hombres no abandonan la lucha cuando la causa es justa”— fueron y serán su más valioso legado.

Cortesia Ninoska Perez
Foto cortesía de Ninoska Pérez.

Foto cortesía de Ninoska Pérez.

Había que dejar la sangre fresca de los fusilamientos de la noche anterior en los peldaños de La Cabaña para que los familiares, que llegaban en la mañana a visitar a sus seres queridos, tuvieran que verla y olerla. No bastó con fusilar a Ñongo Puig: también encarcelaron a su esposa Ofelia, para que sus pequeños hijos sufrieran la ausencia de ambos. La destrucción de la familia identificará siempre al régimen de los Castro.

Había que llevarse presa a Annette Escandón, cuyo esposo ya estaba en prisión, y dejar a su bebé y a los demás niños pequeños solos y asustados. Los gritos de aquella madre mientras la sacaban esposada y golpeada en la madrugada, rogando a algún vecino que se hiciera cargo de ellos, jamás deben borrarse de la historia de Cuba. A pesar de que posteriormente intentaron arrancar de su mente aquel recuerdo con electroshocks en el hospital psiquiátrico de Mazorra, por órdenes del comandante Bernabé Ordaz, Annette vivió para contarlo.

Esa fue y sigue siendo la barbarie. Hoy lo es con Félix Navarro y su hija Saylí, presos desde el 11 de julio; con José Daniel Ferrer; con Leoncio Rodríguez Ponce, que lleva 37 años encarcelado; o con Miguel Díaz Bouza, enfermo y con 81 años, aún en prisión. Alexander Díaz, también preso y enfermo de cáncer, sufrió que su madre denunciara cómo los guardias se comieron los escasos alimentos que ella le llevó, impidiéndole recibirlos. Por las madres, muchas de ellas ancianas, que pasaron años sin ver a sus hijos plantados. De nuevo, decenas de mujeres presas separadas de sus hijos. Si algo nunca ha dejado de existir en la Cuba de los Castro, son la represión y los presos políticos.

Historias como estas componen el mosaico del calvario de los familiares: maltrato físico y psicológico para sembrar dudas, hacerle creer a un hijo que su padre o madre preso lo abandonó y así quitarle culpa al victimario. Borrar todo vestigio de las víctimas ha sido siempre la meta de la dictadura de los Castro. Por eso los testimonios adquieren cada vez más urgencia, porque lo prohibido es olvidar. La gran responsabilidad es nuestra: que esa no sea una opción.

Gracias a Mónica Rabassa, directora de La Poderosa, por abrazar este proyecto desde el comienzo; a Ibetti Pérez, por su invaluable ayuda; a Roberto Koltun, que generosamente aporta su tiempo y talento para filmar testimonios que tantas veces nos arrancan lágrimas. Gracias a todos los que abrieron heridas nunca del todo cicatrizadas y revivieron la dolorosa experiencia de haber sido, o ser aún, familiares de presos políticos cubanos.

Hoy tienen una calle en Hialeah, la ciudad más cubana de Estados Unidos: en el West, entre las avenidas 45 y 49, en la misma esquina del majestuoso edificio de la biblioteca John F. Kennedy. Gracias al alcalde Steve Bovo, que inició el proyecto; a la alcaldesa Jacqueline García-Roves, que lo concluyó; y también al consejo y a los trabajadores de la ciudad de Hialeah, que hicieron posible ese día.

La historia es algo serio: ignorarla nos deshumaniza. ¿Por qué? Para que nunca más…

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