En un café cercano al cruce de fronteras entre Argentina, Brasil y Paraguay, cerca de la famosa catarata de Iguazú, Jairon y su novia Yadira esperan por un microbús que los llevará al estado brasileño de Paraná. La zona es conocida como la Triple Frontera. En el área, hay un obelisco en cada país con los colores de su bandera nacional correspondiente.
Desde un mirador ubicado en una pequeña colina en el lado paraguayo se observa el puente Tancredo Neves que cruza el río Paraná. Todavía falta media hora para pasar la frontera de Brasil. Jairon hace una llamada audiovisual a su madre y le muestra con su teléfono móvil las balsas que navegan por el río. “¿Por qué no intentas cruzar a Argentina?”, pregunta su mamá. “Las personas encargadas de pasarme me explicaron que entrar a Misiones -en Argentina- es más difícil”, le responde.
Diez días antes, Jairon partió de la terminal tres del Aeropuerto Internacional José Martí en La Habana. Fue un periplo largo. Cuenta que “hay un protocolo establecido de antemano antes de irte de Cuba. Con el candado ha puesto Trump a la frontera sur de Estados Unidos y la nula posibilidad de entrar por el mar en una balsa, ahora la gente está probando diversas opciones en el cono sur”.
“Después de pensarlo mucho decidí probar en Brasil. En contra tengo el idioma, pero el portugués se aprende rápido. Es un país enorme, multiétnico, donde aparte de las grandes ciudades como Río de Janeiro o Sao Paulo, tienes posibilidades de conseguir trabajo, sobre todo si eres profesional o técnico medio. Ya desde La Habana me consiguieron un permiso de trabajo y varias opciones de empleo”.
“Algunos optan por emigrar a Uruguay, que es un buen destino, o Chile. Otros se quedan en Nicaragua o cruzan a Costa Rica. El desespero de los cubanos por largarse de aquel infierno es tan grande que conozco casos de socios que residen en Guatemala y El Salvador, ahora que con Bukele ya no hay violencia. A Brasil se puede entrar desde Venezuela por la frontera con Roraima. Pero las personas que contactamos me propusieron cruzar por la Triple Frontera".
"Si has viajado a otros países, como es mi caso, que había viajado varias veces a Rusia, estuve en Serbia y en Qatar, se puede conseguir una visa de turista a Paraguay”. Con ese visado y el hotel pagado puedes cruzar para Brasil con el pretexto de hacer turismo de compras. Hasta el momento no es un punto caliente”, aclara. Luego de una semana en Asunción por un chat por WhatsApp le avisaron que estuviera listo. “Cruzamos la frontera con éxito. Sin apenas papeleo. Al parecer todo estaba cuadrado”.
Entre el billete de avión, transporte por carretera, alojamiento, comida y pago a los traficantes de personas, se necesitan seis mil dólares. "Más barato que cuando se intentaba cruzar a Estados Unidos que costaba diez u once mil dólares. Pero ahora con las deportaciones masivas no creo que Estados Unidos sea un buen destino”, asegura Jairon.
Leonel, 39 años, vendió su apartamento en la provincia Holguín, una moto eléctrica y dos cachorros de Rottweiler. Con el dinero se costeó su viaje a Brasil. Hace diez meses radica en el estado Rio Grande do Sul. “Fue una travesía larga. Entré a Brasil por la frontera con Uruguay. Gasté siete mil dólares. Pero en el trayecto trabajé como ayudante de panadería en Venezuela y albañil en Montevideo. Un amigo brasileño me preguntó si tenía mi licencia de conducción activa. Le respondí que sí. Entonces cuadramos el viaje y luego me consiguió un trabajo de camionero”.
“Las cosas me van bien. Le mando dinero a la madre de mi hijo y a mis padres. Me gusta este país. Si sigo progresando me quedó a vivir aquí. Estados Unidos es el país donde quisiera vivir, pero ahora con Trump es imposible. Y como están de difíciles las cosas en Cuba cualquier país es mejor destino que aquella locura. Ahora me siento un hombre libre”.
La doctora Yohajira, especialista en citología, lo tuvo más complicado para asentarse en Brasil. Según contaba en el canal de YouTube, Soy Krizz, después de escapar de Venezuela, donde cumplía misión médica, vivió ocho años en Colombia y desde junio de 2025 radica en Brasil. Ella siempre tuvo claroque quería marcharse de Cuba. “Desde adolescente deseaba emigrar. No soportaba al gobierno cubano ni la falta de libertades".
"En Venezuela tuve problemas con los jefes de la misión por tener un novio 'escuálido' (opositor). Si no lo dejaba, me mandaban de vuelta a la Isla”, dijo Yohajira en YouTube. “Un día antes de regresar a Cuba deserté. Estuve ocho años en Colombia, allí trabajé en un laboratorio, cuidé ancianos y fui cocinera, entre otros empleos. Dios siempre me ayuda a salir adelante. Espero revalidar mi título médico y ser una profesional competente en Brasil”.
Otros cubanos, como Ridel, 28 años, ingeniero electrónico, la miseria, apagones maratónicos y el hambre le hicieron apresurar su salida definitiva del país. En la primavera de 2024 se marchó rumbo a Nicaragua con su esposa y su hijo de cinco meses de nacido. “Estaba desesperado. Vendí el apartamento de mi madre que había fallecido y no lo pensamos dos veces. No tenía dinero suficiente para intentar la travesía hasta la frontera sur de Estados Unidos. En Managua no me ha ido mal a pesar de ser una dictadura como la de Cuba. Pero el Estado no controla hasta el absurdo a los emprendedores privados. Tengo dos negocios: reparo equipos informáticos y un puesto de ventas de pan con lechón. Mi esposa da clases de inglés. Ahorramos la mayor cantidad posible de dinero. Nuestra aspiración es vivir algún día en Miami”.
Emigrar a Estados Unidos, a pesar de la prohibición de visas de la administración Trump y la suspensión del Programa de Reunificación Familiar, sigue siendo la prioridad número uno de la mayoría de los cubanos. En los últimos diez años alrededor de dos millones de compatriotas han escapado del manicomio ideológico castrista. La crisis multisistémica y las carencias empujan a muchos compatriotas a una emigración forzada.
Eduardo es un buen ejemplo. Una tarde calurosa de junio le dijo a sus padres que se marchaba. “No soportaba más los apagones de veinte horas diarias, pasar hambre y no tener futuro en mi país. Era un zombi. Hablando bobería en la esquina con los socios del barrio y tomando alcohol a diario. Estaba en un laberinto. Hubiese querido salir a la calle a gritar libertad. Pero el miedo pudo más”.
Hace unos días llegó a Mérida, Yucatán. Su plan es conseguir trabajo. Y esperar si después del mandato de Trump, puede alcanzar su sueño americano.