De acuerdo con un renombrado economista y profesor universitario venezolano —que habló bajo condición de anonimato ante la persecución del régimen de Nicolás Maduro—, las estimaciones de crecimiento económico en el país rondaban en menos de 5%, según el Fondo Monetario Internacional (FMI) y empresas privadas, entre 6% y 7% de acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y 9% las del Banco Central de Venezuela (BCV), bajo control del chavismo.
No obstante, advierte que esas cifras fueron calculadas antes de un cambio sustantivo en el entorno político y geopolítico. “Todas estas estimaciones fueron dadas antes de la agudización de las presiones que presenta Estados Unidos sobre el gobierno venezolano y la aplicación de sanciones sobre la comercialización del petróleo”, señala en conversación con DIARIO LAS AMÉRICAS.
El economista subraya que la leve reactivación responde casi exclusivamente a la industria petrolera: “Esta mejoría de la actividad económica obedece evidentemente a la activación o la holgura que ofrece la industria petrolera venezolana”, que sigue marcando el pulso económico del país.
Pero ese impulso enfrenta severas limitaciones logísticas y legales. Venezuela carece de flota propia y depende del alquiler de embarcaciones sancionadas. “Se ha servido del leasing o del alquiler de flotas de tanqueros que tienen un costo de entre 5,000 y 5,500 millones de dólares anuales”, precisa. Además, de la producción total, “el 30% se sigue enviando a Estados Unidos y corresponde a Chevron”, mientras que el 70% restante enfrenta restricciones que afectan “entre 40% y 45% de la generación de ingresos de la República”, en una economía donde el petróleo representa “el 95% de la actividad económica nacional”.
A ese cuadro se suma un entorno político marcado por la opacidad. “El año 2025 es un año de muchas sombras, de mucha incertidumbre en lo político”, afirma el experto, al tiempo que alerta sobre un repunte inflacionario severo.
“Umbral pre-hiperinflacionario”
Aunque el Banco Central dejó de publicar cifras oficiales en octubre de 2024, las proyecciones privadas indican que “la inflación puede superar el 280% en 2025”. A ello se suma la depreciación del bolívar, para profundizar el golpe: “más de 497% en el tipo de cambio oficial y más de 593% en el paralelo, con brechas superiores al 60%”.
El país volvería este año a una inflación de tres dígitos, que había sido superada en 2024. Aunque descarta afirmar que Venezuela va a entrar a una nueva hiperinflación, el economista sostiene que se encuentra en un “umbral pre-hiperinflacionario”. La emisión monetaria se ha ralentizado, persisten picos asociados al pago de bonos, cuya liquidación tardía erosiona el poder de compra. “Ese delay supone pérdidas evidentes en el poder de compra”, remarca.
Las sanciones de 2025, además, han profundizado la escasez de divisas. “Estamos hablando del 70% de la comercialización petrolera, de la cual el 45% está sancionada”, señala, junto al impacto del alquiler de buques y los descuentos aplicados por China al crudo venezolano. El resultado es un mercado cambiario sin referencias claras —pese a que el régimen intentó imponer la tasa del BCV al criminalizar las páginas de cotizaciones— y un dólar que “ya se cobra por encima de los 500 bolívares”.
Ese desbalance impacta directamente a una población que percibe ingresos en moneda local. En el mercado, se ha reducido la presencia de divisas en efectivo, lo que ha empujado las transacciones hacia plataformas digitales. “La escasez de divisas ha llevado a que el tipo de cambio se forme a través de stablecoins (monedas estables) como el Tether (USDT) o el USD Coin (USDC)”, explica, con un impacto directo en la capacidad de compra.
En ese contexto, aclara que la actividad visible por la época decembrina no implica recuperación: “El hecho de ver gente en la calle o en centros comerciales no significa que Venezuela haya superado la crisis; es estacionalidad”.
El deterioro social se expresa también en la desigualdad. “Venezuela tiene nueve millones de habitantes fuera del país y cualquier mejoría del PIB no es homogénea”, sostiene, describiendo “una desigualdad gravísima, escandalosa, entre sectores con vidas sibaritas (aficionadas al lujo) y sectores privados de servicios esenciales”.
Incertidumbre y desesperanza
Más allá de los indicadores macroeconómicos y de las cifras oficiales —cada vez más escasas— la crisis venezolana se expresa hoy en un fenómeno menos visible, pero profundamente corrosivo: la pérdida del horizonte de futuro.
Así lo advierte el economista Oscar José Torrealba, director de Investigación del Instituto de Ciencia Política Hernán Echavarría Olózaga de Colombia, quien sostiene que el rasgo común que atraviesa a la sociedad venezolana es una creciente desesperanza que condiciona la vida económica y social. “Todos los impactos, tanto políticos como económicos, se reducen a algo muy elemental: la incertidumbre y una desesperanza por el futuro”, afirma.
Para el investigador, el venezolano vive en una lógica de supervivencia inmediata: “En una crisis, la persona va reduciendo cada vez más su horizonte temporal, pero lo que ocurre en Venezuela tiene mucho que ver con la pérdida del horizonte temporal”, explica.
Según Torrealba, la población ha quedado atrapada en el corto plazo. “La gente trabaja y piensa en lapsos muy reducidos, en el muy corto plazo, y va renunciando a proyectos de mediano y largo plazo”, lo que se traduce en menor inversión, caída de matrículas universitarias y precarización general.
Torrealba subraya que la crisis también erosiona la convivencia social. “Una de las instituciones que permite convivir pacíficamente está corrompida, y es el dinero”, señala, al referirse a los diferenciales cambiarios que generan conflictos cotidianos. En su visión, 2025 se caracteriza por “un aumento del conflicto social y de la incertidumbre política”.
Sobre la narrativa de que “Venezuela se arregló”, es tajante. “Eso comenzó en 2022 y tuvo mucho que ver con la renovación de la licencia Chevron”, explica. A su juicio, se trató de “un efecto demanda que generó una ilusión de riqueza, pero sin crecimiento de la actividad productiva privada”. Mientras el sector petrolero crecía, “el resto de la economía estaba estancado o en negativo”.
El economista también cuestiona la romantización del emprendimiento en Venezuela. “Lo que predomina son emprendimientos de subsistencia, sin capital ni estrategia”, afirma. El auge de restaurantes y pequeños negocios tras 2022 terminó en cierres masivos porque “Venezuela no se arregló”.
Para Torrealba, aquello fue “un momento ilusorio en medio de una dolarización”, que además “no fue un logro del régimen, sino un logro ciudadano”. Hoy, incluso ese anclaje muestra fisuras. “Con una economía enana, tenemos inflación en dólares”, advierte, producto de la intervención cambiaria y de un diferencial que se mueve “entre 40% y 60%”. El resultado es una economía que vuelve a cerrarse sobre sí misma, con una inflación que estima superará los “750% en bolívares”.
Ambos economistas coinciden en que una recuperación real exige algo más que alivios coyunturales. “Hace falta un cambio de gobierno, rescatar las instituciones, hacer de Venezuela un país atractivo a la inversión y garantizar seguridad jurídica”, sostiene Torrealba. Sin esos cambios, advierten, el país seguirá atrapado entre cifras optimistas y una realidad marcada por inflación, incertidumbre y un horizonte cada vez más corto para millones de venezolanos.
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