El final de las vacaciones suele traer consigo una mezcla de emociones: por un lado, los recuerdos agradables de los días de descanso; por otro, la sensación de que lo bueno se acaba demasiado rápido. En ese cruce de sentimientos aparece lo que popularmente se conoce como síndrome post vacacional, un estado de ánimo bajo, acompañado a veces de cansancio, irritabilidad o desmotivación, que afecta a muchas personas al reincorporarse al trabajo o a los estudios.
No se trata de una enfermedad ni de un trastorno psicológico, sino más bien de una reacción natural al cambio de ritmo. Pasamos de días de libertad, flexibilidad y disfrute a horarios rígidos, correos acumulados y la presión de las responsabilidades. Ese contraste brusco puede provocar que el cuerpo y la mente necesiten unos días —o incluso semanas— para adaptarse.
Cuando el descanso se convierte en un espejismo
Las vacaciones cumplen una función reparadora. Nos permiten dormir más, movernos con menos prisas, compartir tiempo con familia y amigos o dedicarnos a actividades que en la rutina diaria quedan relegadas. No es extraño que, al regresar, surja la nostalgia y cierta sensación de rechazo hacia la rutina.
En algunos casos, lo que empieza siendo un pequeño bajón se acompaña de síntomas físicos y emocionales: dificultad para concentrarse, apatía, insomnio o falta de energía. Lo curioso es que cuanto más idealizamos las vacaciones como un oasis perfecto, más dura resulta la vuelta. Es como si el regreso al trabajo funcionara como un despertador que nos arranca de un sueño agradable.
¿Realmente es la vuelta al trabajo… o algo más?
La psicología nos recuerda que el síndrome post vacacional, en ocasiones, puede ser un síntoma de algo más profundo. Si cada año el retorno resulta insoportable, si la apatía se prolonga durante semanas o si el malestar se acompaña de ansiedad intensa, conviene detenerse y reflexionar.
A veces, el problema no es tanto que las vacaciones se acaben, sino que la rutina que retomamos carece de motivación o está llena de exigencias desproporcionadas. El regreso, en ese sentido, actúa como un espejo que nos muestra el grado de satisfacción real con nuestro trabajo o con nuestro estilo de vida.
Estrategias para suavizar la transición
Aunque el malestar inicial es casi inevitable, sí hay maneras de hacer más llevadera la vuelta. Lo recomendable es no regresar de viaje el día antes de reincorporarse, sino dejar un margen de uno o dos días para ordenar la casa, recuperar horarios y aterrizar poco a poco.
Cuidar el cuerpo es otra pieza clave: dormir bien, retomar el ejercicio físico y alimentarse de forma equilibrada ayudan a que la energía regrese más rápido. Y, aunque suene paradójico, seguir planificando pequeños momentos de ocio durante la semana —una cena con amigos, una escapada de fin de semana, una tarde de cine— reduce la sensación de que el disfrute solo existe en vacaciones.
La actitud también influye. Cambiar frases como “se acabó lo bueno” por “tengo delante nuevos proyectos” puede parecer un gesto menor, pero transforma la manera en que vivimos la transición. Al fin y al cabo, nuestra mente responde al modo en que interpretamos la realidad.
Una llamada a repensar nuestro día a día
El síndrome post vacacional también puede servir como una oportunidad de aprendizaje. Si solo nos sentimos bien en vacaciones, quizá sea hora de preguntarnos qué está fallando el resto del
año. Tal vez necesitamos revisar el equilibrio entre trabajo y vida personal, reclamar más espacios de autocuidado o replantear la forma en que gestionamos el tiempo.
En sociedades tan centradas en la productividad, las vacaciones se convierten en el único paréntesis legítimo para descansar. Pero no debería ser así. La salud mental y el bienestar requieren hábitos sostenibles durante todo el año: pausas diarias, vínculos sociales, tiempo para hobbies y descanso suficiente.
En definitiva
Volver a la rutina tras un paréntesis de descanso siempre cuesta, pero no tiene por qué convertirse en un suplicio. Reconocer el síndrome post vacacional como una reacción normal, aplicar estrategias de autocuidado y, sobre todo, preguntarnos qué nos dice de nuestra vida cotidiana, puede transformar esta etapa en un momento de reflexión.
Quizá la clave esté en dejar de vivir esperando las próximas vacaciones, y empezar a construir una rutina donde el bienestar no sea un lujo estacional, sino un compañero de viaje permanente.
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Violeta Garcia Garcia Psicóloga