MIAMI.- George Harris, uno de los comediantes venezolanos con más proyección mundial, el pasado jueves celebró cuatro años ininterrumpidos de presentaciones semanales en el Flamingo Theatre Bar, en Brickell, en la ciudad de Miami. Harris le abrió las puertas de su camerino a Diario Las Américas y nos permitió conocer un poco más de una figura que ha sabido convertir en carcajadas la nostalgia de la diáspora venezolana.
Cerca de las 8 de la noche, todo está listo dentro del teatro. Cada una de las mesas y sus sillas se encuentran enumeradas; las cocinas humeantes para arrancar con los pedidos y los mesoneros ya en formación para vivir una de las noches más movidas de la semana. En la puerta no hay taquilla. No hay venta de boletos, porque las entradas se han colocado a través de internet. Así como todas las funciones del último año, la de esta noche también está “sold out”.
La historia de Harris está construida sobre la base de la constancia y el talento. Son las dos claves que menciona cuando se le pregunta cuál es el secreto para lograr el éxito, tanto en internet como en sus presentaciones en vivo. Según narra, de manera tragicómica, comenzó en la sala Catarsis del teatro Trail, su show semanal con 10 personas y elaboraba una “cadena de oración” para que el público aumentara. Pese a todo el pesimismo de aquellos que no creían en su proyecto, Harris continuó adelante y este jueves, siete años después de su primer show en la ciudad de Miami, hace la misma cadena de oración para que todos los presentes y los que lo ven a lo lejos, “lo logren”. Ahora, el lleno total sobrepasa las 450 personas, que cada jueves acuden para reír a carcajadas en un show que se hace sin libreto, sin frases aprendidas ni pautas en la respiración.
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Cada jueves el público ría a carcajadas.
JJ Blanco
A los pocos minutos de saber que el equipo de Diario Las Américas está en el lugar, George Harris llega listo para su show. No nos hace esperar. Con una amplia sonrisa saluda sin postureo, con la curiosidad de saber si conoce a quien lo espera. Sin protocolo, iniciamos la entrevista. “Primero debo hacer un comercial, pero vénganse y arrancamos”.
Es espontáneo, amable. Casi en silencio aparece su productor. Claudio Fernández, joven con más edad de la que aparenta, y que intenta evitar las cámaras que graban. Georges revisa con él lo que debe leer en su comercial; prueba de manera informal las luces y el sonido, y así arranca. En el primer intento no le sale, en el segundo tampoco y lanza una divertida y enorme grosería, tan grande como el salón que pronto se llenará de un público que lo sigue y lo celebra, como en años atrás se aplaudía a los galanes de telenovela.
A su alrededor no existe ninguna parafernalia de “estrella”. No hay nada que indique que lo siguen miles de personas en todas sus redes sociales. Pero no solo lo siguen sino que son fans activos, que semana a semana ven su show en vivo a través de su página, o en su cuenta de YouTube, o que llenan todas las presentaciones que hace en distintos países de Europa o América. Harris ha logrado alcanzar una fidelidad de sus seguidores “orgánicos”, como se conoce en términos digitales, que se demuestra en la constancia del número de reproducciones que logra en cada video. Casi siempre el último tiene más vistas o reproducciones que el anterior, porque a quienes ha cautivado los mantiene atentos a sus contenidos.
Al terminar el comercial, se toma unas fotos, con una de las tantas personas que esta noche le ha traído regalos. No ahorra en agradecimientos. Posa, se toma una foto y otra. Las que sean necesarias, agradece de nuevo y se une a nosotros.
“En esta sala empecé hace cuatro años. Ya tenía tres años en Catarsis. Esta sala la reinauguramos porque los dueños decidieron reabrirla. Es una sala maravillosa. Tiene mucha historia. Imagínate, como este edificio era un hotel súper conocido, aquí cantó Frank Sinatra. Te imaginas, este espacio es mágico”.
A cada frase, sus ojos verdes brillan. Con la fascinación de la primera vez, habla a las cámaras y explica cada detalle del salón. La timidez no existe. Sus expresiones, el tono de su voz y sus modismos le pertenecen, son una marca.
“Ese ambiente de la biblioteca me encanta. Cuando empecé estaba aún todo muy a medias, porque antes había sido un estudio de televisión y hubo que arreglar todo para que volviera a ser un teatro”.
Caminamos los angostos pasillos y llegamos a su camerino. Allí tampoco hay señales de su fama. Un cuarto pequeño, muebles sencillos y un gran espejo. Un arreglo de flores blancas de un cliente lo espera. Minutos más tarde una joven le trae un enorme pastel. Le pregunta el nombre, le agradece y sube un post en su Instagram para promocionar el talento de la chica que sonríe apenada y con dificultad puede hablarle. Ninoska Garroz, quien lo acompaña desde hace más de dos años, le comenta las bondades de la joven repostera.
Durante sus presentaciones este comediante de un poco más de cuarenta años, se muestra como un libro abierto. Cuenta detalles de su infancia; desdibuja a una madre que como muchas venezolanas tomaba una “chola” para hacerse respetar. Aclara que ella nunca le pegó, pero que solo la amenaza era suficiente para obligarlo a comportarse de manera correcta. Una mamá que muchos conocen. Que dejó de ser un rostro anónimo y que se sienta a un extremo de la sala para reírse, cómplice de los comentarios de su hijo único.
Sin reparar en formalismos, seguimos la entrevista. Nos cuenta sus inicios. Sus gustos. Su decisión de ayudar a los demás. “A mí nadie me ayudó, pero yo sí le echo una mano a todos los venezolanos que lo necesiten. Todos los artistas venezolanos me pueden llamar y yo siempre les doy unos minutos del show para que se presenten y promuevan el suyo”.
Durante la conversación muestra un lado no tan acelerado, pero mucho más humano. Su lado sentimental sigue oculto y lo esconde con chistes que desvían la atención. La entrevista prefiere tomar caminos menos íntimos como las claves de su éxito, de historias que describan cómo ha sido posible que en siete años haya construido una de las carreras más exitosas de la diáspora venezolana. Porque él es el reflejo de una nación que ha tenido que escapar de un régimen, pero que nunca olvida sus orígenes. Por eso, cuando se le invita a pensar en un lugar de Venezuela casi de inmediato sus ojos se llenan de lágrimas que logra controlar, pero la voz se le entrecorta y menciona el nombre de la panadería de su infancia en los Palos Grandes, de la plaza que fue escenario de sus travesuras y de los postres que su paladar no olvida.
George Harris se va al escenario ante un lleno total. El ambiente se colma de un entusiasmo que concluye en aplausos y gritos de “vivas” y con una energía volcánica llega hasta su silla transparente para decir, en su particular tono: “Buenas nochessss que alegría verlos acá esta noche”.
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Daniel Sarco, junto al productor del show Claudio Fernández y Georges Harris.
CORT/Yoshmar Manrique
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El trabajo del productor del show, Claudio Fernández fue reconocido por el Flamingo Theatro Bar.
CORTESÍA/Yoshmar Manrique