Llegamos a Puerto Villamil, en la isla Isabela, Galápagos, alrededor de las 9 de la mañana. Habíamos navegado dos horas por las aguas del Pacífico desde Puerto Ayora, en la isla Santa Cruz y en medio del camino nuestra lancha de nombre brillante, Mi sol, se había detenido unos minutos mientras el capitán señalaba, orgulloso, un grupo de delfines jugando en el horizonte.
El muelle está en plena actividad y varios leones marinos dormitan en los botes atracados. En los arrecifes cercanos, tranquilo y contemplando con pereza el horizonte hay un pingüino, el más pequeño de cuantos existen en la tierra, el único que vive en aguas cálidas, en la misma línea ecuatorial. Unos minutos después, ya en tierra firme, hay que sortear inmensas iguanas apostadas en la acera y del otro lado, el magnífico espectáculo de una familia de leones marinos que duerme tranquilamente en los bancos, frente a la playa.
Galápagos es así. No hay que salir a buscar para ver los animales paseando, no hay que vestirse de explorador; están allí, a la vista, en las aceras, en los patios, a sus anchas.
En los patios de las casas, escurriéndose bajo las cercas, paseando por la carretera están las tortugas gigantes que dan nombre a este grupo de islas volcánicas, a unos mil kilómetros de tierra firme ecuatoriana. Prefieren moverse despacio en la paz del campo, comiendo la fresca yerba que crece, excepcionalmente, en pocas áreas de un archipiélago donde el agua escasea y las rocas volcánicas dificultan el crecer de los árboles.
Aunque son las tortugas gigantes quienes dan fama a estas islas, no son los únicos animales endémicos. En Galápagos hay otros 42 tipos de reptiles, así como más de 45 especies de aves, 15 de mamíferos y 79 de peces que solo se encuentran aquí. Por su formación tectónica, su ubicación y la tardía colonización, Galápagos sigue siendo hoy, como en los tiempos en que inspirara a Darwin a redondear la teoría de la evolución de las especies por selección natural, una región única, donde muchos procesos ecológicos siguen activos y nuevas especies de plantas y animales son descubiertas.
En las rocas que rodean los embarcaderos de las islas hay centenares de cangrejos naranja- rojizos, en pleno ajetreo todo el día, cuidándose de las garzas y gaviotas que los persiguen para culminar la cena. El mar es tan transparente que se puede seguir al detalle el desandar de varios grupos de peces. Y esta es apenas una mirada ligera a estas islas donde se pueden contemplar 13 variedades de pinzones, delfines, tiburones cabeza de martillo, fragatas con bolsa gular de color rojo sangre, albatros, flamencos rosados y unas 500 variedades de plantas endémicas.
Las iguanas, otro de los animales simbólicos de las islas, están en todas partes. Las terrestres son pequeñas para estándares de aquí, pero hay enormes iguanas marinas, de medio metro de largo, casi todo en forma de cola, cresta enfurecida. Salen del mar y toman el sol en las rocas, o en la arena, mientras estornudan sal.
Nuestro hotel está nombrado por ellas: Ubicado al final de la línea de casas de Puerto Villamil, en una de las partes más tranquilas de esta villa en la que el tiempo parece detenido, el hotel Iguana Crossing hace honor a su nombre. Las inmensas iguanas salen reptando desde la playa, atraviesan la arena, y sin prestar atención a nadie ni nada, cruzan el camino y continúan hacia el hotel y más allá, hacia la laguna de flamencos rosados. Algunas deciden subir las paredes del hotel y pegarse a ellas como decoración, mientras las menos ambiciosas se posan junto a los flamencos, quienes tampoco se inmutan ante la mirada de los visitantes que desandan el sendero entre los manglares hacia el centro de crianza de tortugas, un poco más atrás. Allí, como en la estación científica Darwin en Puerto Ayora, son cuidadas antes de ser puestas en su entorno natural.
Para descubrir más detalles de la fauna marina de las islas tomamos nuevamente una lancha, vamos a lo que los residentes llaman los túneles de lava, un espacio de tierra volcánica, donde la lava de erupciones pasadas ha creado una geografía única de pasadizos y túneles sobre el mar. Unos raros cactus sobreviven entre los arrecifes, piqueros de patas azules se posan en las rocas, mientras las tortugas marinas nadan plácidamente. Son tantas haciendo este paseo que con razón le llaman la ruta de las tortugas. Muy cerca de allí, en aguas aún más bajas, salimos a nadar con ellas y vemos en apenas media hora de snorkeling, tres pequeñísimos tiburones cabeza de martillo, una raya, peces de todos los colores, algas que solo se encuentran en esta parte del mundo y un rarísimo y bello caballito de mar.
Del mar a la montaña
En el camino hacia el volcán Sierra Negra, los verdes arbustos van quedando atrás, la neblina se disipa, las nubles que cubrían la caldera del volcán se alejan y entramos en el más árido terreno jamás visto, espacio abierto de rocas filosas, negras, rojizas, verdosas, amarillentas; huecos en las rocas por donde sale vapor, como si en cualquier momento pudieran volver a hervir. Cinco de los seis volcanes de esta isla están aún activos. En la cima, a más de mil metros sobre el nivel del mar, y bajo un sol recio, parece una escena de película filmada en ordenador, un paisaje lunar. Desde aquí podemos ver la estrecha franca de agua que nos separa de la isla Fernandina, la más joven y occidental de todas las islas. Allí, el suelo es aún más volcánico e inhóspito.