RÍO DE JANEIRO.- dpa
Cerca de 10.000 personas asistieron a la arena del Copacabana para darle apoyo a la pareja brasilera
RÍO DE JANEIRO.- dpa
Si el vóley-playa no nació en Copacabana es simplemente porque eligió el sitio equivocado. El juego que comenzó siendo un entretenimiento de verano y se transformó en deporte de élite comenzó a andar su camino en los Juegos Olímpicos 2016 sobre la arena blanca de la más célebre de las playas brasileñas. Y el escenario le vino como anillo al dedo.
Los gritos del speaker y el volumen de la música que solo deja de atronar el aire cuando la pelota está en el aire no permiten escuchar el rumor del mar, pero desde las tribunas del Arena Copacabana es fácil adivinarlo. Porque el Atlántico es el marco que encierra todo el cuadro, con la espuma deshaciéndose justo detrás de las gradas, una isla recortando el horizonte y, todo hay que decirlo, un par de navíos de guerra yendo y viniendo para proteger la zona de visitantes indeseados.
"Jugar directamente sobre esta playa tan mítica fue una experiencia fantástica, me divertí muchísimo", confesó la española Liliana Fernández, que junto a su compañera Elsa Baquerizo disputó -y ganó- unos de los encuentros del día, ante las argentinas Gallay y Krug. Ni siquiera sintió el calor del sol que elevó la temperatura casi hasta los 30 grados en horas del mediodía: "Había un viento agradable, estaba muy bien para jugar", agregó la española, ilusionada ya con el siguiente partido, que será por la noche y con iluminación artificial.
El estadio levantado especialmente para los Juegos es una especie de Lego gigante. Todas sus partes, los escalones, las barandillas, los asientos, están articulados entre sí como piezas de un rompecabezas que se mantendrá en pie hasta que se disputen los Paralímpicos de septiembre.
Los datos dicen que la estructura alcanza los 61 metros de altura (algo así como siete plantas de un edificio) y que tiene capacidad para unas 12.000 personas, y seguramente se llenará cuando lleguen las rondas finales. Porque los cariocas aman el deporte al aire libre, la playa... y a cualquier atleta que vista la camiseta de su país. Además, varios de ellos son favoritos para pelear por las medallas.
"Me gusta el vóley-playa, aunque habitualmente no voy a ver ningún partido. Pero esto es diferente, y además en un rato juega Brasil", dice Rodney Machado mientras apura un pan de queso junto a su novia Jacqueline. Después, una vez sentados en una localidad por la que habrán pagado entre 50 y 100 reales (15-30 dólares), probablemente se dediquen al deporte más practicado en las gradas: hacerse selfies con la cancha, los aros olímpicos y el mar como fondo.
La presencia de una pareja brasileña en el turno de la tarde completó la combinación perfecta -sábado, sol y calor- para atraer a una pequeña multitud al Arena. Cerca de 10.000 hinchas fervorosos alentaron con todas sus fuerzas a Agatha Bednarczuk y Bárbara Seixas, festejaron tanto sus aciertos como los errores de las rivales, las checas Markét Sluková y Bára Hermannová, y empujaron a sus chicas para dar vuelta un partido que comenzó con caída en el primer set pero terminó con victoria final.
Por eso, no extrañó que Bárbara tomara el micrófono una vez terminado el duelo para dar las gracias al público y gritar entusiasmada: "Ustedes consiguieron este triunfo".
Si sirve como prueba, el partido dejó una enseñanza: será difícil quitarles las medallas a los brasileños sobre la arena carioca. Porque más allá de que por algún fallo inexplicable el vóley-playa no haya nacido en Copacabana, en pocos lados se vive y se siente como a orillas del mar de Río de Janeiro.
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