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jueves 22
de
mayo 2025
MIAMI.- El camino recorrido por el joven dreamer argentino Tomás Péndola Biondi ha sido complejo y con muchos tropiezos, pero es probable que sus días más difíciles aún estén por venir si el presidente Donald Trump y el Congreso federal no llegan a un acuerdo para definir el futuro de los cerca de 800.000 jóvenes que fueron beneficiados por el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA).
Este "soñador" se califica como un “bonaerense de nacimiento” pero “estadounidense de corazón”, un apasionado por las comidas rápidas, y al mismo tiempo amante de las facturas (panecillos dulces) o un mate (infusión) para alcanzar mayor energía. “Yo amo a Argentina, pero crecí en los Estados Unidos y nadie puede cambiar eso”.
Por su talento y dedicación, Péndola Biondi logró obtener un título universitario en un claustro estadounidense después de sortear “enormes sacrificios” y desde hace cuatro años es profesor de química en una escuela de Miami-Dade a la que asisten otros jóvenes indocumentados que conocen su caso y –según dijo– le profesan “algún tipo de admiración” por la lucha que viene librando por mantenerse en este país.
Llegó a los 10 años
En el año 2001 Argentina pasaba por uno de los momentos más álgidos de su historia reciente, a raíz de una serie de políticas impulsadas por el entonces presidente Antonio De la Rúa, que llevaron a la población a lanzarse a las calles y protagonizar lo que se conoció como “el Cacerolazo”.
Por aquel entonces, Jorge, padre del joven, se ganaba la vida como carpintero, mientras que Carla, su madre, trabajaba como secretaria administrativa en una oficina. “Antes les iba muy bien, pero ese año las cosas se pusieron muy duras y ellos decidieron venir a los Estados Unidos a probar suerte, porque en aquella época los argentinos podíamos entrar sin visa y quedarnos por seis meses”.
Pero la situación no mejoraba en el país gaucho y la familia Péndola Biondi decidió radicarse en Miami, en el sector de La Pequeña Habana, en donde es muy difícil conseguir yerba mate, pero en cualquier esquina cuelan un espumoso café cubano. Junto a sus padres llegaron Tobías, de 11 años; Tomás, de 10, y Malena, de 3, y de inmediato los dos mayores ingresaron a la escuela primaria y la más pequeña a una guardería.
El niño Tomás de aquellos días fue matriculado en Frederick Douglass Elementary, más tarde ingresó en Shenandoah Middle School y luego estudió su secundaria en Mast Academy, en la zona de Key Biscayne. “Yo siempre fui buen estudiante, obtuve algunas distinciones por mi rendimiento académico. Luego, ya siendo un adolescente y sin documentos, no podía manejar un auto y eso me complicó mucho la vida”.
Los mayores tropiezos
Este soñador siempre tuvo en mente una premisa que le dio muy buenos resultados. La idea era entregarse mucho más al estudio para obtener las mejores calificaciones. Así fue como después de terminar su secundaria se lanzó a estudiar en el Miami Dade College (MDC) y obtener una titulación de associate, aunque había querido estudiar en un centro universitario fuera de la Capital del Sol.
Esas opciones le costarían alrededor de 60.000 dólares al año, que sus padres no podían financiar. Entonces –acorde con su relato– la única opción posible era tomar uno o dos cursos por semestre en MDC, “como hacen la mayoría de los jóvenes indocumentados, que tienen que pagar como estudiantes internacionales unas sumas que pocos tienen”.
Después de un año y medio en el MDC, Péndola Biondi había culminado sus estudios en ese centro educativo y no tenía ni el dinero ni los documentos para continuar una carrera universitaria. “Estuve un año sin estudiar, trabajé sin documentos en el Bayside, hasta que una vez fui a acompañar a una amiga a la Universidad San Thomas, y en el Open House había un anuncio sobre estudios para indocumentados y tenían becas privadas parciales”.
De esta manera, una gran oportunidad de cursar estudios universitarios se abría frente al soñador argentino y no había tiempo que perder. En un acto de altruismo, sus padres tomaron la decisión de vender la casa que habían dejado en su país de origen y el dinero de la negociación lo dividieron entre los tres hijos para ayudarlos en sus estudios. “Ese fue un gran sacrificio que hicieron mis padres por nosotros”.
Pasó el tiempo. Péndola Biondi culminó su carrera como químico y el camino a seguir era encontrar un trabajo relacionado con su nueva profesión. Para entonces, ya el expresidente Barack Obama había promulgado el programa DACA, que protegía de la deportación a miles de indocumentados que habían llegado al país con menos de 16 años y que pudieran demostrar que habían vivido de manera ininterrumpida en EEUU desde 2007, entre otros requisitos.
El joven salió a las calles, tocó muchas puertas y finalmente un aviso que había subido a Facebook tuvo el resultado esperado. “Dos grandes mujeres que habían sido mis maestras en Mast Academy me dijeron que estaban buscando un maestro de química en esa escuela. Fui y desde hace cuatro años soy maestro en la misma escuela en donde estudié mi secundaria”.
“Mucha rabia”
Péndola Biondi cambia sus gestos intempestivamente cuando se le habla de la posibilidad de ser deportado. Tiene “muy presente” que el presidente Trump echó abajo de un plumazo en septiembre del año pasado el programa de su antecesor en la Casa Blanca. Pero también sabe que gracias a un juez de California existe “una ventanita abierta” para reaplicar por los beneficios de alivio migratorio de DACA hasta que el Congreso legisle finalmente sobre esa materia.
El joven trata de explicar qué sentiría si después de tantos esfuerzos, de muchas horas de sueño perdido y de integrarse casi por completo a la cultura de los Estados Unidos se viera en la encrucijada de ir a una cárcel de Inmigración y, al cabo de un par de meses, estar de regreso a un país que ya no conoce. Las palabras se le enredan en la garganta.
“Si me deportan, no me sentiría derrotado sino muy molesto o incluso un poco nervioso; yo no sé, porque Argentina no es el país más seguro. Me sentiría con rabia, enojado, es como si me echaran de mi propio país. Culturalmente, soy argentino y estadounidense”.
Y agrega, asumiendo un rostro entre resignado y confuso: “Sentiría rabia de que echen gente como yo, que son maestros, doctores, enfermeros. Sentiría rabia con el sistema político que no se da cuenta de que la gente quiere una reforma migratoria en este país”.