Las palabras del superintendente escolar, Alberto Carvalho, tienen un matiz triste y desconsolado: “Estamos cansados, fatigados, de tener que enterrar a nuestros niños y abrazar a sus madres. No más violencia, no más lágrimas”.
Hasta el momento en Miami-Dade han perdido la vida 20 menores por la acción de pistoleros
Las palabras del superintendente escolar, Alberto Carvalho, tienen un matiz triste y desconsolado: “Estamos cansados, fatigados, de tener que enterrar a nuestros niños y abrazar a sus madres. No más violencia, no más lágrimas”.
Pero más que las palabras de un funcionario público acongojado por la vulnerabilidad de nuestros niños frente al crimen, el lamento de Carvalho debe ser asumido como un llamado claro y contundente a las autoridades administrativas y policiales del condado, para frenar, de una vez por todas y sin mayores dilaciones, las muertes de niños indefensos.
Las cifras de menores fallecidos en medio de tiroteos registrados en el sur de la Florida, en el último año, son fiel indicador de lo desprotegidos que se encuentran. Hasta el momento en Miami-Dade han perdido la vida 20 menores por la acción de pistoleros.
Sin embargo, el común proceder de los funcionarios del Gobierno condal es el mismo, después de acaecidos los hechos funestos. Unos y otros, algunos con rostros realmente compungidos, aparecen ante los medios de comunicación para anunciar mano dura contra los asesinos de las generaciones futuras, en una ciudad cada vez más a merced del miedo y la inseguridad crecientes, pero nada cambia.
Y mientras se presentan proyectos de ley o regulaciones que sobre el papel parecieran la panacea infalible frente al crimen, en hechos como el sucedido este fin de semana en el noroeste del condado, siguen cayendo niños inocentes bajo el fuego de criminales que enlutan hogares y cercenan las risas contagiosas de sus pequeñas víctimas.
Es hora de implementar acciones eficaces y definitivas para evitar que sigan perdiéndose más vidas en las comunidades miamenses. Las iniciativas parlamentarias y las recompensas anunciadas son simples paños de agua tibia si no vienen acompañadas de medidas de peso, que metan en cintura a quienes usan sus armas libremente, sin medir el dolor que pueden causar en los demás.
Las buenas intenciones, como las palabras, se las lleva el viento. La comunidad requiere acciones certeras y resultados positivos para garantizar la vida de los más vulnerables: los niños, esos angelitos a los que estamos obligados a proteger.