La fuerza de la cultura, según el físico alemán Albert Einstein, está en su capacidad para suscitar la curiosidad. Ella condujo a los tipificados como titanes renacentistas a atesorar la casi totalidad del cúmulo de saberes de su época. Aun cuando la omnipotencia redentora del conocimiento no blindó a Leonardo da Vinci, Rafael Sanzio, Juan Calvino, Giordano Bruno o Galileo Galilei ante el empuje de la ignorancia -génesis de los mayores males sociales- de su época.
El cubano José Martí expresó la relación sociedad-libertad desde dimensiones cognitivas al subrayar: “Ser culto es el único modo de ser libres”, al tiempo que legó: “Hombres recogerá quien siembra escuelas”. Pues, según él, las escuelas poseen el encargo social de moldear a ciudadanos virtuosos que fragüen el presente y forjen el futuro.
Pero no existen escuelas sin buenos maestros. Ese es su principal capital. No faltan quienes se cuestionan si se nace maestro o es parte de un proceso de formación: ambas condiciones confluyen. Ellos andan por la vida, al igual que El Quijote, como caballeros errantes -valga la doble acepción de la palabra-, abriendo las mentes y preparándonos para ser libres.
Si bien la humanidad reverencia a grandes pedagogos como el español Juan Luis Vives, el inglés John Locke, el francés Juan Jacobo Rosseau o el estadounidense John Dewey, son parcas las referencias a los maestros que habitan tras figuras ilustres como Isaac Newton, Albert Einstein, Louis Pasteur o Thomas Alba Edison, en quienes se privilegia, muchas veces, su tránsito desde la condición de pésimos estudiantes hasta la dimensión de genios. Sin desdeñar que disfrutan de privilegios históricos educadores como Nadia Boulanger, maestra de músicos como Aaaron Coopland, Quincy Jones, Philip Glass y Astor Piazzola, o Louis Germain, el profesor de colegio que creyó en la grandeza de Albert Camus, a quien dedicó palabras de agradecimiento al recibir el premio Nobel de Literatura en 1957.
A él le escribe: “He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, la mano afectuosa que tendió al pobre niñito que era yo, sin su enseñanza y ejemplo , nada de esto hubiera sucedido”. Los maestros, como hizo Germain, tienen el don de encumbrar la vida de sus estudiantes.
La humanidad se cierne en aceleradas transformaciones de sus paradigmas tecnológicos. En la actualidad se posicionan términos como Industria 4.0, Talento 4.0 o Educación 4.0: condicionantes del advenimiento de modelos educativos digitales. Sin embargo, estoy convencido de que nada sustituirá el papel del maestro como portador del patrimonio fundamental para transitar por ese laberinto interminable, por momentos, abrumador, que es la vida.
Grandes retos enfrenta el proceso docente-educativo en la era de la digitalización. En tiempos en que una de cada 5 personas habita en las redes sociales. ¿En qué medida el uso de ellas en las aulas aporta al diálogo y la participación? ¿Su beneficio trasciende la obtención de competencias digitales y tecnológicas? ¿Fomentan las redes sociales habilidades comunicativas o puede la parquedad discursiva de Twitter limitar la exposición a clásicos como “La Montaña Mágica” de Thomas Mann, “El Quijote” de Cervantes o “El señor de los anillos” de Tolkien?
La educación erige bastiones culturales para derruir los muros. Es harto simbólica la obra de Jorge Luis Borges “La Muralla y los Libros”, pues a la usanza del emperador chino Shih Huan Ti, nunca faltan príncipes que pretenden alzar murallas o quemar libros como antídoto para perpetuarse en el poder. Borrando la memoria histórica -nihilismo histórico propio de los totalitarismos- intentan truncar los lazos con el pasado.
Parafraseando a Martí: hombres recogerá quien siembra maestros. A ellos he querido escribir estas líneas en la semana que se les dedica en Estados Unidos. Vienen a mi mente profesores que son paladines de la verdad: Dalila, Barbarita, Lídice, Derise, Sandra, Tatiana, Zuarit, Diego, Idalma o Yaima, aun cuando preferiría generalizar al hablar de esos seres dotados del privilegio de guiarnos en el tortuoso pero placentero viaje hacia la libertad, que podría resumir apelando a un fragmento del poema Ítaca -síntesis de filosofía de vida- escrito por Constantino Kavafis: Cuando emprendas tu viaje a Ítaca/pide que el camino sea largo,/lleno de aventuras,/lleno de experiencias./Ten siempre a Ítaca en tu mente./Llegar allí es tu destino./Mas no apresures nunca el viaje./Mejor que dure muchos años/y atracar, viejo ya, en la isla,/enriquecido de cuanto ganaste en el camino/sin aguantar a que Ítaca te enriquezca./Ítaca te brindó tan hermoso viaje./Sin ella no habrías emprendido el camino./ Pero no tiene ya nada que darte./Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado/Así sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,/ entenderás ya que significan las Ítacas.