miércoles 29  de  octubre 2025
OPINIÓN

El artista cubano que más teme el régimen

El artista contestatario Luis Manuel Otero Alcántara —nombrado por Time entre las 100 personas más influyentes del mundo— encarna esa amenaza

Por Michael Lima Cuadra

El régimen cubano está forzando al exilio a uno de sus artistas disidentes más reconocidos, revelando su miedo más profundo: el poder del arte para movilizar la disidencia y el poder del individuo para inspirar a otros en favor del cambio democrático. Luis Manuel Otero Alcántara —nombrado por Time en 2021 entre las 100 personas más influyentes del mundo— encarna esa amenaza. “Amo la libertad más que a la vida misma”, declaró en 2020 tras sufrir decenas de arrestos arbitrarios, un credo que entrelaza su vida, su arte y su activismo.

El 11 de julio de 2021 fue arrestado nuevamente, cuando los cubanos protagonizaron las mayores protestas en décadas, y más tarde fue condenado en un juicio a puertas cerradas a cinco años de prisión. Desde su celda advirtió: “Fabricaron esta condena de cinco años de la nada, de falsedades. Pueden inventar otra de diez. Así que elijo el exilio. Pero no quiero irme de Cuba. Mis únicas opciones son el martirio o el exilio”.

Su calvario revela cómo La Habana utiliza el exilio como castigo y mecanismo de borrado, silenciando las voces que no puede controlar.

Identidad como desafío

Otero encarna aquello que más teme el régimen cubano: el poder de un artista pobre, negro y autodidacta que convirtió la marginación en resistencia. Su existencia desmantela el mito oficial de que la revolución fue hecha por y para los pobres y los afrodescendientes.

En 1961, Fidel Castro evocó el asesinato del maestro alfabetizador Conrado Benítez declarando: “Era pobre, era negro y era maestro. Por eso lo asesinaron los agentes del imperialismo”. Hoy, en una cruel inversión, Otero es perseguido por esas mismas razones, no por imperialistas, sino por el propio Estado cubano. Pobre. Negro. Disidente. Para los barrios humildes de La Habana, se ha convertido en un símbolo de dignidad, eco del grito que resonó en el Maleconazo de 1994 y volvió a escucharse el 11 de julio de 2021: libertad.

El arte como resistencia

Otero pertenece a una larga tradición de cubanos que han abierto espacios más allá del control estatal, convirtiendo la cultura en protesta —y pagando un alto precio, primero con prisión y ahora con el exilio como castigo siguiente. El régimen lo teme no solo por quién es, sino por su capacidad de movilizar. Se inserta en una tradición universal de resistencia: desde los poetas clandestinos de Checoslovaquia hasta los artistas perseguidos en la Nicaragua de Ortega y Ai Weiwei en China, todos prueba de que la creatividad puede sobrevivir a la represión.

Su aporte más perdurable —junto a Yanelys Núñez, Maykel Castillo “El Osorbo” y Amaury Pacheco— fue fundar en 2018 el Movimiento San Isidro (MSI). Nacido en desafío al Decreto 349, que prohibía el arte sin aprobación estatal, el MSI emprendió una cruzada contra la censura y amplió la oposición cubana al integrar artistas, intelectuales, feministas, activistas LGBTQ+ y voces de la sociedad civil que hasta entonces permanecían al margen de la oposición.

Las acciones simbólicas definieron pronto al movimiento. En noviembre de 2020, miembros del MSI realizaron una huelga de hambre para denunciar el arresto del rapero Denis Solís, exponiendo la persecución de artistas disidentes. Meses después, la performance Garrote Vil de Otero, durante el Congreso del Partido Comunista, dramatizó la asfixia de los opositores cubanos al utilizar el collar de hierro empleado en las ejecuciones bajo el dominio colonial español y la dictadura de Franco, como metáfora de cómo el Estado estrangula hoy la disidencia.

Esta explosión cultural alcanzó su punto culminante con Patria y Vida, la canción —convertida en himno— ganadora del Grammy, que unió a Otero, Castillo y Eliéxer Márquez “El Funky” con artistas cubanos del exilio. Al igual que el estandarte de Solidarno en Polonia durante los años 80 o el Movimiento de las Sombrillas en Hong Kong, la canción se transformó en un grito imparable de desafío, prueba del poder simbólico del arte para sacudir una dictadura con más fuerza que cualquier arma.

Para 2021, el MSI había logrado proyectar la represión cubana en la esfera internacional. The Washington Post publicó decenas de artículos sobre el movimiento entre fines de 2020 y mediados de 2021, mientras acciones de solidaridad se multiplicaban por Europa y las Américas, en una efervescencia inédita en décadas.

A través de una resistencia digital ingeniosa, el MSI transmitió en vivo huelgas de hambre, plantones y redadas policiales pese a los constantes apagones de internet. Su lema —Estamos conectados— capturó la esencia de la creatividad y la resiliencia, enlazando a los cubanos de la isla con los del exilio.

Por qué aterra a La Habana

Hoy, Cuba enfrenta apagones prolongados, pobreza que afecta a más del 89 % de los hogares y un descontento generalizado. Según el Observatorio Cubano de Derechos Humanos, el 92 % de los ciudadanos desaprueba al gobierno en su informe de 2025, mientras el Observatorio Cubano de Conflictos documenta más de 6 000 protestas cívicas solo en 2025 —desde estudiantes que denuncian el costo del internet hasta comunidades que exigen agua y electricidad.

En este contexto, líderes como Otero resultan especialmente peligrosos porque canalizan el descontento espontáneo en resistencia organizada. Aunque el Movimiento San Isidro fue desmantelado mediante arrestos, exilios forzosos y prohibiciones de viaje, sobrevive como modelo de organización cívica, estrategia digital y solidaridad internacional.

La voz que no pueden desterrar

El encarcelamiento y el inminente exilio de Otero marcan un punto de inflexión en la estrategia represiva del régimen. Desde julio de 2021, el gobierno ha pasado de las detenciones breves a las largas condenas y los destierros sistemáticos: tácticas destinadas a aniquilar el liderazgo cívico.

El exilio forzoso es a la vez castigo y mecanismo de aniquilación, y viola las obligaciones internacionales de Cuba, incluidas el Artículo 12 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y el Artículo 13 de la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Aun así, el legado de Otero perdura. Ha demostrado que la resistencia puede surgir de los cubanos comunes: de los barrios marginados, las comunidades afrodescendientes, los pobres olvidados. El Movimiento San Isidro sembró una cultura de protesta, abrió el camino al 11J y probó que el arte puede llevar la represión cubana ante el escenario mundial. Desde prisión ha organizado ayunos simbólicos y ha creado obras que más tarde se exhibieron en el extranjero. Su más reciente performance, Momento Cero, invita a sus amigos y seguidores a unirse a la cuenta regresiva hasta el fin de su injusta condena y a mantenerse alerta: en Cuba, ningún preso tiene garantizada la libertad. Nunca debió ser encarcelado por defender pacíficamente los derechos humanos. Su resiliencia ha sido reconocida internacionalmente con distinciones como ArtReview, el Premio Rafto y el Premio Václav Havel.

Incluso en el exilio, Otero seguirá siendo una voz global, capaz de movilizar solidaridad desde la academia, las artes y la sociedad civil. Pero la verdadera solidaridad exige más que reconocimiento: requiere su liberación incondicional, el fin del exilio forzoso y de las prohibiciones de reingreso, así como la derogación de las leyes que criminalizan el arte y la disidencia. La persecución de un solo artista —acusaciones fabricadas, juicio simulado, prisión, destierro— no demuestra fuerza, sino debilidad. Los autócratas pueden tener ejércitos, pero tiemblan ante el valor y la imaginación de un individuo que se atreve a inspirar a otros.

Michael Lima es investigador y director de Democratic Spaces, una organización no gubernamental dedicada a fomentar la solidaridad en Canadá con los defensores de derechos humanos y la sociedad civil cubana. Posee una maestría en Historia de América Latina por la Universidad de Toronto.

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