En medio de una historia reciente marcada por el dolor, la migración y el desencanto, Venezuela ha recibido tres señales luminosas que reafirman el valor de su gentilicio: la canonización de José Gregorio Hernández y de Carmen Rendiles, y el Premio Nobel de la Paz otorgado a una mujer venezolana
Fe, coraje y esperanza en tiempos difíciles
Hay palabras que nos definen más allá de lo que dicen. “Gentilicio” es una de ellas. No se trata solo de un término que indica el lugar de origen. Es una forma de pertenencia, una identidad que se lleva en el alma, incluso cuando se está lejos de la tierra natal. Ser venezolano, hoy más que nunca, es una afirmación de resistencia, de fe y de esperanza.
En medio de una historia reciente marcada por el dolor, la migración y el desencanto, Venezuela ha recibido tres señales luminosas que reafirman el valor de su gentilicio: la canonización de José Gregorio Hernández y de Carmen Rendiles, y el Premio Nobel de la Paz otorgado a una mujer venezolana. Tres hechos que, desde distintas dimensiones, devuelven al país su dignidad espiritual y ética.
Los santos que devuelven el orgullo nacional
La santidad de José Gregorio Hernández, el médico de los pobres, y de Carmen Rendiles, mujer consagrada al servicio y la educación, no es solo un reconocimiento religioso. Es una reivindicación moral. Ambos representan lo mejor del alma venezolana: la bondad silenciosa, la fe que no se rinde, el servicio que no busca aplausos.
San José Gregorio, con su bata blanca y su corazón generoso, une ciencia y espiritualidad en una figura que trasciende credos. Santa Carmen Rendiles, nacida con una discapacidad física, dedicó su vida a enseñar, a cuidar, a construir desde la humildad. En ellos, Venezuela encuentra modelos de virtud que iluminan el presente y dignifican el pasado.
El Nobel de la Paz: un mensaje al mundo
Desde otro plano, el Premio Nobel de la Paz otorgado a una venezolana representa algo más que un galardón individual para María Corina Machado. Es una afirmación internacional de que la lucha por la libertad, cuando se hace desde la convicción pacífica y la defensa de los derechos humanos, merece ser escuchada. Que una mujer nacida en esta tierra haya sido reconocida con el más alto honor ético del planeta, no por el liderazgo que ostenta, sino por la firmeza de sus principios, es un mensaje que trasciende fronteras.
El Nobel no premia solo una trayectoria: válida una causa. Reconoce que, incluso en medio de la represión y atropellos de un régimen autoritario, hay voces que no se apagan. Y que esas voces pueden representar el derecho de resistencia de un pueblo que sigue creyendo en la democracia, en la justicia y en la paz.
Los santos y el Nobel no son hechos aislados. Son parte de una narrativa más profunda: la de un país que, a pesar de todo, sigue dando testimonio de virtud. José Gregorio Hernández nos recuerda que la bondad cura. Carmen Rendiles, que la fe construye. El Nobel de la Paz, que la verdad transforma.
Juntos, estos tres reconocimientos devuelven al gentilicio venezolano su valor esencial. Nos dicen que ser venezolano no es sinónimo de crisis, sino de resiliencia. Que nuestra identidad no se ha perdido, sino que está renaciendo desde lo espiritual, lo ético y lo civil.
Ser venezolano hoy es un acto de fe. Es mantener viva la ternura en medio del dolor. Es seguir creyendo en la posibilidad de un país distinto, aunque el presente parezca negarlo. Los santos canonizados y el Nobel de la Paz son señales de que el mundo aún ve en Venezuela algo digno de admiración.
Y eso importa. Porque la reconstrucción de una nación no comienza en sus instituciones, sino en su alma. En la forma en que sus ciudadanos se reconocen, se respetan y se inspiran mutuamente. El gentilicio venezolano, renovado por estos gestos universales, vuelve a ser motivo de orgullo.
La santidad de José Gregorio Hernández y de Carmen Rendiles, junto al Nobel de la Paz, son faros en medio de la oscuridad. Nos recuerdan que Venezuela no ha sido olvidada. Que su gente, dispersa por el mundo, sigue llevando en el corazón una identidad que no se rinde.
Y que, al final, el gentilicio no es solo una palabra. Es una promesa. La promesa de que seguimos de pie. Seguimos creyendo.
Perfil del autor
Miguel Ángel Martin
Doctor en Ciencias (UCV). Especialista en Derecho Público (UCAB); Resolución de Conflictos (Government Institute, Minneapolis); y en Políticas de Seguridad y Defensa (Centro William Perry, Washington D.C.). Magistrado principal de la Sala Constitucional del TSJ de Venezuela. Profesor universitario. Actualmente en el exilio, analiza y denuncia el avance del autoritarismo en la región.

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