Preámbulo necesario
El comunismo, al igual que el socialismo y todos los “ismos” menores de la misma familia ideológica, nunca fue simplemente un sistema político. Fue un mecanismo de entrega, una narrativa armada
Preámbulo necesario
Impulsado por la aplastante derrota que sufrimos en las elecciones para la alcaldía de Nueva York, he decidido exponer, mediante una serie de tres artículos, el verdadero rostro del comunismo en Cuba. Examinaré cómo, con apenas cinco por ciento del voto popular, los comunistas lograron apoderarse de la isla y mantenerla en lo que parece ser un abrazo de oso eterno. Mi análisis se basa en gran medida en el indispensable “ Soviet Cuba ” de mi amigo César Reynel Aguilera, así como en mis propios recuerdos de infancia creciendo dentro de un hogar comunista. Al abordar esta tarea, me he esforzado por ser lo más meticuloso e implacable posible.
Cuando Ronald Reagan advirtió al mundo sobre un “imperio del mal”, no hablaba metafóricamente. Estaba nombrando una fuerza que ya había dividido a la mitad de Europa, asfixiado naciones enteras y puesto sus manos alrededor del cuello de millones. Pero incluso la advertencia de Reagan apenas rozó la superficie.
Porque el comunismo, al igual que el socialismo y todos los “ismos” menores de la misma familia ideológica, nunca fue simplemente un sistema político. Fue un mecanismo de entrega, una narrativa armada, una herramienta forjada y empuñada por fuerzas mucho más antiguas, mucho más silenciosas y mucho más calculadoras que los ruidosos apparatchiks que desfilaban por la Plaza Roja o la Plaza de la Revolución de La Habana, para el caso.
Estos movimientos ideológicos siempre se han alimentado de la manipulación, las verdades selectivas y las mentiras descaradas. Prosperan con la seducción del fracaso, con el romanticismo de la lucha perpetua, la revolución permanente y el agravio eterno. Prometen una utopía justo fuera de alcance, pero el camino siempre termina en el mismo destino: subyugación, pobreza y ruina.
Y sin embargo, el desastre no es un defecto. Es el objetivo. Una población que se ahoga en crisis se convierte en una masa fácil de dirigir.
Se nos dice que el socialismo libra una guerra contra “la clase dominante”.
Pero esto es una distracción táctica.
Históricamente, los llamados “ricos” son vacas lecheras convenientes, exprimidas para financiar la maquinaria hasta quedar vacías y luego ser descartadas. Después de eso, el sistema pasa a su verdadero objetivo: la destrucción del individuo, el borrado de la autonomía, el desmantelamiento de comunidades, identidades y culturas hasta que no queda nada más que una masa de personas entrenadas para esperar instrucciones.
El verdadero enemigo de estos sistemas nunca ha sido la riqueza. Han sido la autosuficiencia, la dignidad y la independencia.
La mente humana libre. Para quebrar a la humanidad, primero hay que quebrar su voluntad.
Detrás de cada movimiento ideológico existe un pequeño grupo de individuos, pocos en número, poco llamativos en apariencia, pero inmensamente poderosos en influencia. Poseen el arma más poderosa de la Tierra: el anonimato.
Sin títulos, sin tronos abiertos, sin perfiles públicos que atacar.
En su lugar, designan a una legión de lugartenientes, retocados, impecablemente arreglados, viajando en jets privados hacia conferencias donde ensayan los movimientos del poder como actores leyendo líneas. Estos lugartenientes parecen gobernar, pero no gobiernan. Ejecutan. Y obedecen. Porque los verdaderos arquitectos son despiadados, no toleran desafío alguno. Sus apetitos son insaciables y su alcance es generacional. Operan no tomando el poder abiertamente, sino moldeando el mundo de forma tan completa que el poder siempre regresa a ellos, sin importar quién parezca ocupar el cargo, sin importar qué ideología ocupe el centro del escenario.
El dicho común de que “los locos tomaron el manicomio” no acierta en absoluto. Los locos nunca tomaron el manicomio. Ellos lo construyeron.
El comunismo nunca estuvo destinado a durar para siempre. Fue una herramienta, un recipiente para cosechar recursos, remodelar sociedades y alterar el orden global.
Cuando se volvió pesado, cuando comenzó a colapsar bajo sus propias contradicciones, cuando corrió el riesgo de exponer las manos detrás de él, fue silenciosamente sacrificado. No derrotado por el triunfo de la libertad, simplemente reemplazado, como un instrumento roto en un taller lleno de repuestos.
En su lugar surgió un mundo fragmentado y desestabilizado:
• regímenes rebeldes disputando influencia
• movimientos extremistas subiendo y bajando como mareas
• nuevos híbridos ideológicos emergiendo, cada uno más volátil que el anterior
• alianzas formándose y disolviéndose a velocidad vertiginosa
Esto no fue azar. Fue diseño. Un mundo fracturado es más fácil de administrar. Un mundo caótico no puede unificarse. Un pueblo dividido nunca mira hacia arriba para ver a los titiriteros.
La izquierda moderna, radical, enfurecida, intoxicada ideológicamente, cree ser la punta de lanza. Pero es solo una lanza que alguien más forjó.
Sí, su desdén por la gente común es real. Sí, son peligrosos cuando están confiados. Sí, se convierten voluntariamente en soldados rasos de movimientos que prometen salvación, pero entregan devastación.
Pero no son los arquitectos. Son instrumentos, confiables, repetibles, eficaces para ciertos usos y luego reemplazados cuando dejan de ser útiles.
La verdadera estrategia no es ideológica.
Es estructural, universal, perpetua, para dividir, desestabilizar, desmoralizar, desorientar y controlar.
La izquierda es un arma entre muchas, junto con crisis fabricadas, manipulación económica, fragmentación cultural y guerra psicológica.
El mal hoy no está envuelto en misticismo. Es administrativo, tecnocrático, burocrático, digital e invisible. Lleva trajes, no cuernos. Habla en comunicados de prensa, no en gruñidos. Arruina a las naciones suavemente, mediante políticas, narrativas, coordinación y presión, tan suavemente que la gente olvida cómo era la vida antes de que la podredumbre se instalara.
Ese mal no aparece como tiranos en balcones con aspavientos histriónicos. Aparece como sistemas que simplemente siguen fallando, siempre en la misma dirección, siempre dañando a las mismas personas, siempre empoderando a los mismos pocos.
Y por primera vez en generaciones, ese mal no se esconde. Está confiado. Está orgulloso. Cree que su victoria es inevitable.
Pero su confianza también es su debilidad.
Solo una fuerza que cree ser incuestionable se vuelve lo suficientemente arrogante como para mostrar su rostro.
El régimen cubano es una ilustración de libro de texto de todo lo descrito anteriormente, un proyecto ideológico nacido no de la voluntad del pueblo cubano, sino de negociaciones a puerta cerrada, maniobras internacionales y la aprobación silenciosa de intereses mucho más grandes que la propia isla. La historia nos pide creer que se hicieron más de seiscientos intentos contra la vida de Castro, todos convenientemente fallidos. Mientras tanto, una de las naciones más prósperas del Hemisferio Occidental colapsó casi de la noche a la mañana en una caricatura de disfunción del Tercer Mundo.
La narrativa económica fue reescrita, los números manipulados y se esperaba que el mundo tragara la ficción sin cuestionar. Fue una emulación perfecta de Eurasia, Oceanía y Asia Oriental, de Orwell, un ménage à trois ideológico cambiante. Un país que, en apenas seis décadas, había construido instituciones modernas, industrias prósperas y uno de los niveles de vida más altos de América Latina fue repentinamente recodificado como el ejemplo supremo de “la explotación del hombre por el hombre”. La conciencia colectiva fue reiniciada a la fuerza. Un estado policial descendió sobre seis millones de cubanos bajo el pretexto familiar de construir “el paraíso de los trabajadores”.
¿Y qué queda después de casi setenta años asfixiantes? Una nación rota, de rodillas, agotada, con las manos extendidas, implorando inversión y alivio a las mismas personas que antes denunció, insultó, amenazó y expulsó. Un país despojado de dignidad y vitalidad, dejado para negociar lo poco que queda a cambio de sobrevivir.
CONTINUARÁ…
Publicado originalmente en el Instituto de Inteligencia Estratégica de Miami, un grupo de expertos conservador y no partidista que se especializa en investigación de políticas, inteligencia estratégica y consultoría. Las opiniones son del autor y no reflejan necesariamente la posición del Instituto. Más información del Miami Strategic Intelligence Institute en www.miastrategicintel.com
